Serafín Barca se puso una bata con su nombre bordado en azul en un bolsillo y abrió su consultorio de podología en un popular barrio de La Habana. Por un dólar pasó más de media hora cortando callos y tratando una verruga plantar.
El hombre de 80 años sonriente, delgado y con la espalda erguida es uno de los últimos especialistas en alguna rama de la salud que tiene un consultorio privado autorizado en Cuba, donde desde comienzos de los 60 se prohibió el ejercicio particular en el sector.
"Uno trabaja con más calidad. Si viene un paciente y lo tratas mal y no regresa, te quedas sin él", dijo Barca a la AP sobre su trabajo como particular.
Es inusual ver en Cuba un consultorio privado de alguna especialidad médica tras la llegada al poder de Fidel Castro. Muchos galenos abandonaron entonces el país al punto de que solo quedaron unos 5.000.
Sin embargo, una resolución de 1963 permitió mantener sus despachos particulares a todos los médicos y especialistas de salud que se hubieran recibido hasta ese año.
Se desconoce cuántos de ellos siguen atendiendo, pero se estima que son apenas un puñado.
Algunas personas creen que la práctica privada daría más opciones y mejoraría el servicio de salud al aliviar la carga al Estado, que podría concentrarse en las cirugías y tratamientos complejos que requieren mayor tecnología.
Muchos también se quejan de que la calidad del servicio de salud, sobre todo tras el sostenido envío de médicos a lugares como Venezuela y Brasil.
Miles de estos profesionales han abandonado estas misiones, huyendo de la miseria y jornadas abusivas a que son sometidos y en la búsqueda de mejores salarios y condiciones tanto laborales como de vida.
La venta de servicios profesionales, fundamentalmente médicos, es la principal fuente de divisas del Gobierno cubano. Según el exministro de Economía José Luis Rodríguez, esa actividad aportó "un estimado de 11.543 millones de dólares como promedio anual entre 2011 y 2015".
Aunque otras fuentes consideran la cifra exagerada, lo que se embolsa La Habana es sin dudas una suma elevada. El régimen se queda con hasta el 75% de los salarios que pagan los países de destino por los profesionales de la Isla.
Hasta ahora no hay señales de que las autoridades de la Isla planeen una apertura al sector privado para un sector que consideran estratégico.
"Tengo necesidad de atender mis pies. Podría ir al policlínico, pero las veces que fui... ellos dicen que no tienen materiales", dijo a la agencia norteamericana, una jubilada de 72 años que visita a Barca desde hace más de una década. "Pudiera existir (la consulta privada) para optometristas, fisioterapia y otros. El Estado tendría un alivio para ocuparse de lo más complicado".
Para Mayra Hernández, quien vive a varios kilómetros del consultorio decorado con títulos y reconocimientos enmarcados junto a una foto de Ernesto Che Guevara, ver a Barca es una necesidad que vale la pena el sacrificio del viaje y el pago de los honorarios.
"Este es el mejor podólogo de la ciudad de La Habana y de toda Cuba. Hay el servicio (en los hospitales estatales), pero no tienen la calidad ", explicó la trabajadora de un hotel de 55 años y recordó que una vez en un centro estatal de salud "salió el especialista y dijo 'tengo cinco bisturís y nada más'".
Raúl Castro inició en los últimos años una serie de tímidas reformas que permitió la iniciativa privada para rubros que van desde las cafeterías hasta la albañilería y las cooperativas de peluqueros o transporte. Pero los profesionales como los ingenieros, abogados o arquitectos siguen sin poder trabajar de manera particular.
El servicio de salud estatal cubano contempla desde la atención de un podólogo hasta complejas cirugías neurológicas y trasplantes de órganos, pero los paciente se quejan de la mala atención que muchas veces reciben, de la escasez de medicamentos y otros insumos médicos y del mal estado de las instalaciones.
El Gobierno, por su parte, ha lanzado campañas para hacer saber a la población el "servicio de salud es gratuito, pero cuesta". En la televisión se transmiten publicidades y algunos pacientes recibieron facturas simbólicas luego de realizarse alguna intervención.
Por lo pronto Barca tiene tantos pacientes como puede tomar y su consultorio está siempre repleto.
"A mí me gusta mi profesión. La vista la tengo bien y el pulso también", dijo en su pequeño salón con un sillón reclinable y muebles con gavetas que parecen de los años 50 cubiertos de bisturíes y cremas, muchas de las cuales trajo de sus viajes al exterior donde viven sus dos hijos.
Barca atiende cuatro días a la semana durante siete horas y los turnos son tan solicitados que debe rechazar pacientes hasta que alguno se dé de baja.
El especialista tenía 23 años cuando Fidel Castro llegó al poder. Aunque había trabajado desde que era un adolescente en diferentes rubros, el hallazgo de su profesión fue casual: ese 1959 pasó frente a un mural que convocaba a jóvenes a formarse como "quiropedistas", como se denominaba entonces a la especialidad.
"Egresé precisamente en el 63, el Estado estaba dando locales y yo solicité este mismo que usted ve", comentó el podólogo que vive detrás del consultorio. "A todos los que tenían consulta privada los dejaron trabajar hasta que se jubilaran o murieran. Aquí estaré hasta que me muera", señaló.