―Te voy a responder, ¡pero en la puerta!
El presidente se echa a un lado, me sugiere que baje. Voy delante. Bajamos apurados. A la luz de un vitral, según acostumbran a alumbrarse las escaleras de El Vedado, llegamos al vestíbulo de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC). Seguimos, un poco más lejos, hasta el escalón de la puerta. En el jardín se miran José Julián Martí y Juan Gualberto Gómez. Juan Gualberto, tan rollizo que no sé cómo sostiene la cabeza; José Julián, incorporándose, incorpóreo, en cuerpo de dios precolombino, su cuerpo fabuloso.
―¡No me grabes! ―dice Antonio Moltó―. ¿Me estás grabando?
Un edecán nos observa a dos pasos, dispuesto a socorrer al presidente, que tiembla. Dispuesto se nota a echarme del escalón, un poco más lejos, si el presidente da la señal.
―Estás en malas compañías ―dice Antonio Moltó―. Y acudiste al lugar equivocado para presentar esta reclamación. ¿Cómo entraste?
Por la puerta. Por aquí mismo. Donde habla el presidente hay una recepcionista callada. Hace un momento dijo: "Sube, Cubaperiodistas queda arriba". La redacción quedó vacía porque todos fueron a almorzar. "Pero busca a Moltó", dijo un redactor laborioso o inapetente, "él dirige Cubaperiodistas de todos modos".
A la oficina del presidente se llega por el mismo corredor. "Y cómo entraste", se interesó una funcionaria del despacho. Por la puerta. Por aquí mismo. Y mientras almorzaba Moltó apareció la editora de Cubaperiodistas: "No puedo darte derecho de réplica porque en nuestro sitio solo publican periodistas. A ti no te reconocemos como periodista". Casi pedía perdón. "No te reconocemos", decía, hundida en el sofá. La interrumpió el presidente: "Te voy a responder, ¡pero en la puerta!".
―No vengas a hablarme de ética ―dice Antonio Moltó―, si no la tienes. Nos diste la espalda. Estás trabajando contra esta organización que representa la unidad de los periodistas.
Digo algo sobre dialogar.
―OnCuba, El Toque, Periodismo de Barrio, como Diario de Cuba, son medios contrarrevolucionarios. Eso me impide dialogar contigo.
Digo algo sobre Yamilka Álvarez, su artículo en el periódico Venceremos, Guantánamo, donde asegura que no arrestaron a nadie en Baracoa. Digo algo sobre replicar.
―¿Y tú crees que voy a darte réplica contra una periodista de toda mi confianza? ―dice Antonio Moltó―. ¿Qué pasó? ¿Te esposaron? Reclama con las autoridades, no aquí.
Digo algo, finalmente, sobre la UPEC.
―Tú no eres periodista ―dice Antonio Moltó―. Ya no estás en un medio nuestro, entonces no eres periodista. Viniste al lugar equivocado.
En un escenario más racional, la UPEC se habría disuelto. La demanda básica del gremio ni siquiera interpela al sistema de medios cubano. La demanda básica del gremio es contante y sonante: mejores salarios. "Tienen que esperar", indicó Miguel Díaz Canel en el último congreso, y desde entonces todos se han consagrado a la paciencia. "Porque hay sectores más importantes que ustedes", explicó Díaz Canel, y la aguja de la autoestima gremial tocó cero.
La UPEC se habría disuelto, en particular, porque no consigue mediar en la aspiración de una Ley de Medios. Se habría disuelto por inútil si el escenario fuera más flexible. Pero representa la unidad. No la unidad de los periodistas para dialogar con el poder, sino la unidad de los periodistas con el poder. La Ley de Medios, si viene, será mordaza. La Unión… anudará la mordaza.
―Estamos en bandos diferentes ―dice Antonio Moltó―. ¡Y ustedes son unos provocadores!
Este año le dieron un Premio Nacional de Periodismo honorífico a Armando Hart. Este año le dieron un Premio Nacional de Periodismo convencional ―es decir, pragmático― a Isabel Moya Richards. Un colega de Juventud Rebelde le preguntó por sus hitos periodísticos y la condecorada solo pudo recordar un reportaje sobre la talla de los ajustadores. Ella se preocupaba por las gordas. Nadie pensaba en las gordas. No había ajustadores apropiados para las gordas más gordas del país. Ahora la gorda desatada intenta meter el pecho en los medios no estatales, acaso porque desistió de buscar talla en la carcomida red minorista.
―Algunos de ustedes están confundidos y tienen derecho a rectificar ―dice Antonio Moltó, como el sacerdote que te exige la confesión.
No se da cuenta que Baracoa nos sirvió de iniciación en el periodismo gonzo. Ya no soy modernista. Ahora soy samizdat.