Primero fueron el Coney Island o el Jalisco Park, luego el Parque Lenin o el de Tarará. Durante un tiempo el parque de La Maestranza ocupó la preferencia de niños y padres que buscaban divertirse un fin de semana a precios estatales. Hoy todos ellos han cedido terreno a los parques privados como el Tony Roy Park o el Mar y Sueños.
"El Parque Lenin queda muy lejos y cuando llegas nada más funcionan dos aparatos", dice Lilian, una joven madre de Centro Habana.
Según Lilian, el parque La Isla del Coco, antiguo Coney Island, tampoco tiene suficientes equipos funcionando, a pesar de que hace pocos años que fue rehabilitado.
"En la televisión dijeron que iban a ponerle aparatos nuevos, pero todo eso viene de China, así que espera sentada a que vuelva a funcionar como cuando lo abrieron", comenta.
Comentarios parecidos se refieren al parque de La Maestranza, en la Avenida del Puerto.
"Dos aparatos funcionando si tienes suerte", asegura Judith, madre de dos niños, una pequeña de cuatro años y un niño de 10. "En la parte de los inflables o no funciona ninguno o funciona uno solo, unas veces el de los niños chiquitos y otras el de los grandes. Yo nunca he podido lograr que mis dos hijos disfruten del parque al mismo tiempo".
Las ofertas gastronómicas que atraían a tantos niños, padres y revendedores, han desaparecido completamente.
Los padres que llevan a sus hijos a La Habana Vieja lo hacen para que monten los ponis que rentan particulares a un costado de La Maestranza.
"Es lo único que pueden hacer los niños allí", dice Luis. "Por suerte, a mis hijos les encantan los caballos y se divierten. Lo malo es que el sol que hay en ese parquecito es insoportable y uno se asa mientras los niños se divierten".
El parque de Tarará, que fue desmontado y puesto a funcionar otra vez en Alamar, hoy es la imagen misma de la desolación. Cuando abrió, atraía público de varios municipios de la capital, pero hoy no tiene ni un solo aparato funcionando.
"El taxi para Alamar vale 20 pesos (moneda nacional), pero el parque estaba bien cuando funcionaba. Valía la pena ir", comenta Luis. "Pero como todo aquí, empieza bonito y acaba abandonado".
Ante el mal funcionamiento de los parques estatales, los privados se benefician y florecen aunque en varios casos la estética deje mucho que desear.
En la calle 25 entre M y N, en el Vedado, dos inflables y una cama elástica bastan para atraer la atención de los clientes. Los equipos cuestan un peso (moneda nacional) el minuto, y el niño puede usarlos tanto tiempo como paguen los padres. El espacio está abierto todos los días a partir de la 1:00 de la tarde y los fines de semana desde las 9:00 de la mañana.
El horario del parque Mar y Sueños, en la Avenida Carlos III, es incluso más amplio, pues abre todos los días desde las 10:00 de la mañana. Las ofertas también son más variadas e incluyen, además de los inflables y camas elásticas, un carrusel, pelotas, juegos de mesa, un área de juegos y espectáculo con payasos los domingos. El precio más barato es el de los juegos de mesa, 25 pesos por una hora.
Tony Roy Park parece ser el preferido de los padres, a pesar de la música demasiado alta y del ambiente de precariedad que domina la zona. Situado en la calle Águila, a una cuadra del céntrico parque El Curita, tiene los inflables de rigor y un futbolín que aprovechan los niños más grandes, pero también tiene mesas bajo techo donde los padres toman cervezas mientras sus hijos saltan en los equipos.
"En el de Carlos III no hay donde sentarse, por eso preferimos este", explica un matrimonio que lleva a sus hijos al Tony Roy.
Para entrar al área de juegos, los padres deben pagar 60 CUP por una hora y dejar su carnet de identidad.
"Lo del carnet es porque hay niños que viven cerca y vienen solos", justifica una madre.
Otra, más suspicaz, asegura: "Es que hay gente que viene, suelta al niño y se desaparece para hacer cualquier otra cosa. Si dejan el carnet tienen que regresar a buscarlo de todas maneras y ahí pagan si se pasaron de la hora inicial".
Lo cierto es que los parques privados han ido ajustando precios y reglamentos y se van convirtiendo en negocios frecuentados por la población. Mientras, los estatales siguen acumulando herrumbre.
"Hace falta que no cierren estos parques de buenas a primeras, como hace el Gobierno con todos los negocios que le hacen competencia", dice Lilian. "Si quieren ser competitivos, que se ocupen de arreglar sus parques, porque las opciones para los niños son pocas y siempre van a tener clientes si funcionan bien, ya sean privados o estatales".