No suelo escribir sobre mí mismo. Es una experiencia ingrata y peligrosa. Pero en este caso creo que solo lo que se ha vivido, parafraseando a Gabriel García Márquez, merece la pena contarlo. Y sucede que he regresado a Nicaragua casi 30 años después haber cumplido "misión internacionalista" como médico en esa hermosa tierra de lagos y volcanes. Era un viaje que había pospuesto una y otra vez por la única razón que puede posponerse un reencuentro con el pasado: el miedo. Miedo a quedar encapsulado en los malos recuerdos, en las costumbres egoístas, en el lamento de lo que pudo haber sido y lo que en realidad fue.
Pero la Nicaragua que, como yo, muchos maestros, médicos, veterinarios, deportistas, ingenieros e incluso militares cubanos conocimos, ya no existe. Managua sigue siendo una ciudad desordenada, sucia, con un tráfico desconcertante. Pero la mayoría de las calles ahora en vez de adoquines tienen asfalto, gigantes árboles de luces coronan los separadores, y circulan carros japoneses y alemanes de último modelo.
No hay soldados con el fusil al hombro por las calles, ni jeeps militares. Menos carteles invocando la guerra. En su lugar, tiendas y "moles" al estilo norteamericano como el Walmart que acaban de inaugurar en Managua. El único cartel es el pasquín electoral de Daniel Ortega y su esposa, la poeta Rosario Murillo, ahora presidente y vicepresidente, en ese orden. También Masaya y Granada conservan sus famosos atractivos para el turismo, y hay decenas, cientos de norteamericanos comprando la muy bella artesanía nica en un país donde ahora se puede pagar con dólares y con córdobas en cualquier esquina. Después de más de 25 años de paz, el nicaragüense sigue siendo atento, humilde, bravo, orgulloso de su tierra y de su historia.
Pero quizás muy poco hayan hecho esos años para cambiar la miseria que persiste en gran parte de la ciudad y del campo nica. Ese "flashback" me devolvió a los difíciles 80, cuando el país se desangraba en una guerra civil absurda, y miles de profesionales y técnicos cubanos fuimos a dar lo mejor de nosotros para ese pueblo. Y ahora, precisamente estando en Nicaragua, supe la noticia del fin de la ley de parole para los médicos cubanos "desertores".
En aquellos tiempos la llamada "deserción" era cosa rara. Para empezar, quienes aceptaban ser "cooperantes internacionalistas" civiles en su mayoría eran voluntarios. Muchos dejamos niños muy pequeños, esposas, casas a medio construir, especialidades sin terminar. Tal vez a los médicos los motivaba un automóvil al regreso. Ahorrar un poco de dinero. Pero el "salario" —lo llamaban dinero de bolsillo— en Nicaragua apenas pasaba de cinco dólares al mes. No pocas veces eran los nicas, quienes agradecidos invitaban a los cubanos a una comida, compraban algún electrodoméstico o ropa. La familia en la Isla solo recibía el salario en pesos cubanos.
Había entonces una "mística" donde se mezclaba cierto patriotismo mal ubicado con un discurso de generosidad y entrega al prójimo al mejor estilo cristiano. Solo que quienes éramos jóvenes entonces desconocíamos a Jesús y las órdenes religiosas. Fidel y la Revolución encarnaban el mesías salvador y nosotros éramos los nuevos evangelizadores, los misioneros del comunismo liberador. Paradojas de la vida, fueron justamente Nicaragua, Angola, Etiopía, Mozambique, Argelia los territorios donde nosotros pudimos ver desde la distancia la Isla, y comprender que existía otro mundo, ni mejor ni peor, sino diferente al que habíamos vivido. Cuba no era la Revelación. La verdad absoluta. El fin de los tiempos.
La vida de las misiones internacionalistas civiles, para no hablar de las militares que merecen capítulo aparte, era difícil y peligrosa. Los médicos cubanos estábamos en medio de un conflicto armado, y nos entrenaban militarmente. Cada cual tenía su mochila, su fusil, sus dos granadas. En varias ocasiones estuvimos a punto de entrar en combate. No podría asegurar que no hubo más bajas civiles además de aquellos maestros asesinados. Pero casi nadie "se rajaba". Tal era el poder de la convicción. O de la equivocación.
Hoy los nuevos "misioneros" cubanos aprovechan la sotana para escapar del manicomio en que se ha convertido la Isla. O quizás siempre fue una locura. Antes parecía una manía coherente, pegajosa, creíble. Ahora los colaboradores —así le dicen— van por la única razón válida en un país donde casi todo hay que comprarlo con moneda "dura". Otros salen para no regresar jamás: prefieren buscarla más al Norte, en la fuente original. Es probable que la "ley del parole" sea una atrocidad jurídica, un arma política. Pero es una inmoralidad inadmisible confiscarles a profesionales más de la mitad del salario ganado fuera del país.
¿Por qué nosotros nos "dejamos"? ¿Cuál es la diferencia entre un médico que ahora trabaja en Venezuela y quien escribe, 30 años después? Nosotros nos "dejamos" porque llenos del mismo aliento que imbuía a los antiguos misioneros, creíamos construir un mundo mejor para nuestros hijos; esparcir la Buena Nueva del comunismo por todo el mundo era un deber. "Desertar", un suicidio del espíritu. Enterrar la felicidad propia y ajena. Traicionar a los padres, a la Revolución, a Fidel.
Han pasado 30 años, y Nicaragua una vez más, me ha dado respuestas necesarias. Hay que vivir en la esperanza. Es un derecho y un deber humano buscar la felicidad. Porque aun en la más terrible de las miserias, el hombre siempre necesitará sentirse libre, no atado a otros hombres, ideologías o religiones asfixiantes. Eso fue lo que la tierra de los lagos y los volcanes nos enseñó a muchos de nosotros. Es la lección que permanece tras decenas de años. Es algo que agradeceré hasta el fin de mis días.