"¡Ño, se partió Fidel!", la jerga habanera, trasnochada, adolescentaria, deja su prosaico obituario a la medianoche. Poco más que una hora después del anuncio oficial.
Los jóvenes se adelantan por 23 y L, Vedado abajo, hacia el mar, en pos del democrático Malecón. Porque allí, desde luego, seguirá la fiesta de La Habana. Porque ellos, de todos modos, no vieron a Raúl Castro en la televisión, contenido como corresponde a un militar, emocionado, pero imperturbable, comunicar a Cuba la muerte del bien amado dictador.
"Pararon la fiesta", cuenta una joven a sus amigos cerca de las 11:00 PM. "Dijeron que ha ocurrido algo lamentable".
Y así me entero y se enteran los "millennials". Alguien llama y avisa que La Habana se queda sin fiesta. Los que crecieron tras el ocaso de Fidel no saben adónde ir. Algunos permanecen un rato en las zonas WiFi de 23 y L antes de continuar Vedado abajo. Internet, en armonía con la noche, agoniza tras la muerte de Fidel. Ha caído o la han hecho caer.
"Ya para mí era historia", dice una habanera de 18 años. "Los mayores a veces hablaban de él. Ahora no faltará quien piense que todo irá a peor".
"No estoy segura que podamos hacerlo distinto a partir de hoy", razona otra.
Solo los "millennials" discuten en el paraíso WiFi perdido. Hablan con cierto encanto anacrónico, parece un modo juvenil de expresar estupor. La Habana indaga con incredulidad. No hay duelo todavía. Solo prevén estos trasnochados que el luto se instaurará para ralentizarlo todo en los próximos días. Imaginan una letanía fúnebre que se ocupará de aniquilar cualquier conato de fiesta en La Habana.
Fidel Castro ha muerto mediocremente cualquier día, en su cama, de la tos de viejo que su hermano no mencionó y suponemos sorda, un poco rota.
"A nadie le importa —escribe alguien que revisa la televisión compulsivamente y no goza de esta esquina—. Hay una película india por el canal 6 y una inglesa por el canal 3. En Cubavisión Internacional está Maurín Delgado cagada de la risa. ¡Qué genio! Ni odio le tuve al final de la vida, me jode no sentir nada!"
Fidel Castro ha muerto ya. Unos borrachos suben del Malecón cantando algo que no comprendo. La policía aún no toma las calles de La Habana, ni falta hace. Leo mi crónica en voz alta para corregirla. "¡Ño, se partió Fidel!" empiezo a leer… "Ah, pero tú no lo sabías", responde alguien.