El 12 de agosto de 1933, hace 83 años, Gerardo Machado y Morales fue expulsado del poder. El hecho, una constante de nuestra historia política, está estrechamente relacionado con el militarismo (predominio del elemento militar en el gobierno), el caudillismo y la débil formación ciudadana.
José Martí, convencido de lo dañino del militarismo, el 20 de octubre de 1884 escribió al generalísimo Máximo Gómez: "¿Qué garantía puede haber de que las libertades públicas, único objeto digno de lanzar un país a la lucha, sean mejor respetadas mañana? ...porque tal como es admirable el que da su vida por servir a una gran idea, es abominable el que se vale de una gran idea para servir a sus esperanzas personales de gloria o de poder, aunque por ellas exponga la vida".
A pesar de que la Constitución de 1901 estableció que el cargo de presidente duraba cuatro años, que se podía ser presidente en dos períodos consecutivos e incluso, con un período por medio podía ocuparse una tercera vez, para la tendencia militarista cubana esa posibilidad le pareció insuficiente.
El presidente más honrado que tuvo Cuba, Tomás Estrada Palma, quien obtuvo el grado de general en el Ejército Independentista, tomó la decisión de reelegirse provocando con ello la Guerrita de Agosto de 1906. De igual forma en 1917, el general Mario García Menocal, al culminar su primer período presidencial proclamó la intención de ser reelegido, dando lugar a la rebelión conocida por La Chambelona.
Gerardo Machado, también general de la Guerra de Independencia, a pesar que en 1924 había declarado que "su mayor gloría sería no aspirar de ninguna manera a la reelección", y reafirmar en junio de 1926: "Creo que en nuestro país una reelección presidencial es peligrosa y la experiencia nos obliga a reconocerlo así", llevó hasta su conversión en ley la idea de reforma constitucional que los presidentes Mario García Menocal y Alfredo Zayas habían intentado para permanecer más tiempo en el poder. Con su prórroga de poderes Machado provocó la respuesta estudiantil que desembocó en huelga general que lo sacó del poder el 12 de agosto de 1933.
Durante su administración Machado dio un poderoso impulsó al desarrollo económico del país. Su intento de regeneración de la vida pública, la lucha por el orden y los destellos de progreso, así lo indican. Anticipándose en cierta forma a Keynes, introdujo la intervención gubernamental como regulador de la economía; desarrolló un vasto plan de construcciones: Carretera Central, Malecón, escalinata universitaria, Capitolio, Avenida de las Misiones y Parque de la Fraternidad, entre otras; aplicó una política arancelaria —basada en las concepciones teóricas más modernas— para estimular la producción nacional; e inició el desarrollo de la industria transformadora. Por ello, algunos estudiosos de la economía lo califican como "el más interesante presidente de su época".
En medio de una fuerte recesión económica mundial que generó un drástico empeoramiento de las condiciones de vida, Machado respondió a los que se oponían a la prórroga de poderes con la represión y, aunque aseguró que ninguna huelga duraría más de 24 horas, fue expulsado del poder por la huelga más contundente de la historia del sindicalismo cubano.
El derribo de Machado fue seguido de siete años de inestabilidad política. El 12 de agosto de 1933 el general Alberto Herrera asumió la dirección del país y ese mismo día fue sustituido por el coronel Carlos Manuel de Céspedes (hijo). El 4 de septiembre, 23 días después, una sublevación militar sustituyó a Céspedes por un Gobierno integrado por cinco miembros: la Pentarquía, que duró seis días.
El 10 de septiembre de ese mismo año el profesor universitario Ramón Grau San Martín ocupó la presidencia por 127 días, hasta que el jefe del Ejército, Fulgencio Batista, designó a Carlos Hevia, quien permaneció en el cargo tres días. El 18 enero de 1934 el periodista Manuel Márquez Sterling ocupó la presidencia por tres horas. Su lugar fue ocupado por el coronel Carlos Mendieta hasta el 11 de diciembre de 1935, cuando fue relevado por el secretario de Estado José Agripino Barnet.
En las elecciones de enero de 1936 resultó electo Miguel Mariano Gómez, quien fue destituido y suplido por el coronel Federico Laredo Brú, que medió entre Batista y la oposición, dictó una amnistía política, aprobó la legislación laboral más avanzada de la era republicana y convocó a la Asamblea Constituyente que redactó la Constitución de 1940.
A partir de la Constitución, mediante elecciones libres y democráticas, Fulgencio Batista ocupó la presidencia el 10 de octubre 1940; le siguió Ramón Grau San Martín el 10 de octubre de 1944 y cerró con Carlos Prío Socarrás el 10 de octubre 1948, hasta que en marzo de 1952, un golpe militar encabezado por Batista interrumpió un orden constitucional que la corrupción, la violencia y el pandillerismo ya habían corroído, hasta que siete años después fue sacado del poder por la fuerza para dar inicio a nuevo ciclo, donde los militares desempeñarían el papel principal.
Esos ciclos de reelecciones, golpes de Estados y revoluciones se han repetido y se repetirán hasta que los cubanos, por nuestras propias virtudes y comportamientos cívicos, no seamos capaces de ocupar un lugar destacado como sujetos de los destinos de la nación; pues como decía Benjamín Constant: "Por grande, por cuerdo, por vasto que sea el genio de un hombre, jamás deben confiársele completamente los destinos de un país". Una lección que aún no hemos aprendido.
"La República ha entrado en crisis", alertaba Enrique José Varona, "porque gran número de ciudadanos ha creído que podían desentenderse de los asuntos públicos... Este egoísmo cuesta muy caro. Tan caro que hemos podido perderlo todo".
"Siempre he sido contrario a que", decía Cosme de la Torriente, "las fuerzas armadas intervengan en las luchas políticas y por eso mismo también a los golpes o pronunciamientos militares, pues nunca han producido ventajas, si acaso muy pequeñas, que hubieran podido lograrse en otra forma y en cambio han traído terribles inconvenientes".
En los 31 años que van de 1902 a 1933 todos los presidentes fueron electos, pero solo uno no era militar. Entre 1933 y 1940, con excepción de Miguel Mariano Gómez, ningún presidente fue electo. Entre 1940 y 1952, Batista estuvo cuatro años en el poder y los de procedencia civil como Ramón Grau San Martín y Carlos Prío Socarrás, emergieron a la política en el contexto de violencia que generó la lucha contra Machado.
En general, de los 16 cubanos que ocuparon la presidencia entre 1902 y 1952, nueve de ellos eran militares. Y de los 50 años comprendidos entre 1902 y 1952, solo 12 años la presidencia fue ocupada por civiles electos: Alfredo Zayas, Ramón Grau San Martín y Carlos Prío Socarrás, por cuatro años cada uno. Luego, como colofón del militarismo, de los 83 años que separan 1933 de 2016, en 64 de ellos la presidencia fue ocupada por tres militares: el general Batista, el comandante en jefe Fidel Castro y el general Raúl Castro.
De esa cronología no es difícil concluir que si el predominio de los militares —electos o designados— no coadyuvó a la formación de una cultura democrática en Cuba durante los primeros 50 años de la República, la agudización de esa tendencia en los otros 64 años transcurridos hasta hoy, menos podían coadyuvar a ese objetivo. El resultado es la precariedad de la cultura cívica, y la ausencia de ciudadanos, lo cual explica, en buena medida, la situación crítica en que nuestro país está sumido.