En el contexto de la conmemoración, el pasado 30 de julio, del 59 aniversario de la caída de Frank País García durante la lucha clandestina contra el batistato en la ciudad de Santiago de Cuba, los cubanos hemos podido constatar, una vez más, la diferencia que existe entre un sistema autoritario y otro totalitario.
Los actuales habitantes de la urbe oriental reeditaron la marcha que en 1957 hicieran los santiagueros por las principales calles de la ciudad para acompañar los restos de País García hasta el cementerio de Santa Ifigenia. El pueblo pudo, sin contratiempos, rendirle homenaje al caído porque Fulgencio Batista era tan solo un gobernante autoritario.
Es cierto que el hombre del 10 de marzo destruyó algunas de las instituciones democráticas de la nación, lo que condujo inicialmente a una indefinición del tiempo que permanecería en el poder. Sin embargo, pronto comprendió que su mandato era ilegítimo, y en consecuencia maniobró para retomar el camino de la legitimidad mediante las elecciones presidenciales de 1954 y 1958, tras la cual dejaría el gobierno en febrero de 1959. Y lo más importante: Batista nunca pretendió transformar la mentalidad de los hombres, ni crear nuevos canales de participación de la sociedad civil. Es decir, que los cubanos conservaban, cierto que con sus altas y bajas considerando la lucha insurreccional que estremecía al país, las vías para manifestar su descontento con el Gobierno.
Muy distinta fue la situación que apreciaron los cubanos tras el fallecimiento del opositor al castrismo Oswaldo Payá. Las autoridades políticas permitieron únicamente las honras fúnebres en el interior de una parroquia en el municipio capitalino de El Cerro. Llenaron las calles aledañas a la iglesia de turbas de las brigadas de respuesta rápida, y mediante amenazas y maltratos físicos impidieron que los seguidores de Payá tomaran las calles para acompañar sus restos hasta el cementerio. Los gobernantes ponían en práctica aquello de que "la calle es de los revolucionarios". De ese modo se reafirmaba que el castrismo constituye un sistema totalitario.
Los barbudos de la Sierra Maestra no solo demolieron las instituciones que encontraron, sino que edificaron otras que fungen como correas de transmisión entre el Estado poderoso y las masas. Aquí el gobierno de mano dura responde más a un entramado teórico e ideológico antes que a factores casuísticos o coyunturales. Se eliminan los espacios de participación de la sociedad civil, y los conceptos de democracia y libertad se cambiaron por consignas utilitarias. Finalmente, la legitimidad democrática fue sustituida por la "legitimidad" revolucionaria.
A pesar de ser los menos despóticos, y por ironías de la vida, los Estados autoritarios, por lo general, devuelven una imagen de máxima represión. Sucede que los ciudadanos se impacientan por la merma de la democracia, la quiebra de instituciones o la prolongación de un gobierno más allá de los plazos razonables. Comoquiera que se preservan sus conductos participativos, ellos los aprovechan para encauzar las inconformidades por medio de críticas, huelgas y manifestaciones, las cuales pueden ir seguidas de censuras, encarcelamientos y hasta asesinatos en el peor de los casos.
Por el contrario, y aunque la experiencia histórica nos muestra que cuando ven peligrar el sistema no dudan en disparar sin piedad contra las masas, sacar los tanques a la calle, y llenar las cárceles de presos políticos, en los Estados totalitarios casi siempre se percibe una rara tranquilidad que semeja la paz de los sepulcros. La república se transforma en una finca privada del máximo líder, y crecen una tras otra las generaciones que hasta desconocen el derecho de disentir.
Esa es la historia que los jóvenes cubanos debían de conocer al dedillo, sobre todo ahora que está de moda la exhortación a que se profundice en esa slos conceptos de autoritarismo y totalitarismo suele trascender el ámbito de la semántica.