"Voy mil a siete… de mil a siete no bajo", vocea el encargado de las apuestas en una valla clandestina para peleas de gallos en Pinar del Río. De entre los más de cien espectadores presentes, casi la mitad se decide por apostar. Terminadas las peleas, bajo algarabía tremenda, los vencedores recogen su ganancia. No hubo males mayores, apenas dos o tres discusiones sobre los porcientos a repartir.
"Esta fue una lidia tranquila", a pesar de que "se corrió buen dinero", considera Henry Capetillo, un apostador. Advierte que la atmosfera en las peleas "de manigua", como llaman a las vallas clandestinas, "suele ser más caldeada, y en ocasiones las broncas son el punto final".
En la Isla la prohibición de "pelear gallos" en vallas no controladas por el Gobierno, se sustenta "en el único propósito de evitar las apuestas", asegura El Gordo, un experimentado gallero de Bejucal.
"Existen muchas vallas clandestinas organizadas; con jueces y personal encargado de revisar el peso de los gallos, el tamaño de las espuelas y que no estén untados con sustancias ilegales. Hay personal además para la seguridad de la 'coima' [dinero recaudado en apuestas] y para velar por el orden del lugar. La única diferencia que tienen las vallas del Estado con las nuestras es que aquí se corren apuestas", afirma.
Las vallas de Guillermo García Frías
Las vallas estatales pertenecen a la Empresa Nacional para la Protección de la Flora y la Fauna, que dirige el comandante de la Revolución Guillermo García Frías. A lo largo del país existen más de 16 fincas o plazas, dedicadas esencialmente a la exportación de gallos finos para Ecuador, México, Panamá y Puerto Rico. Los galleros y criadores estatales están inscritos en la empresa y se rigen bajo su reglamento competitivo.
Para Lachi, gallero de Quivicán, acreditarse en una valla estatal es una buena opción, pero "el tema es que pagan muy poco y criar gallos finos requiere dedicación, tiempo y recursos".
"La crianza y cuidado de gallos finos es un oficio caro. Más actualmente porque las razas cubanas se han debilitado por los cruces, y lograr un animal con biotipo y entereza lleva experiencia, buena alimentación, ambiente sano. Es por eso que muchos cuidadores prefieran trabajar para vallas clandestinas, porque allí la ganancia por cada pelea ganada o cría vendida motiva", señala Lachi.
"El riesgo de pelear gallos en la 'manigua' es que el ambiente se malea y no hay mucho control incluso con jueces para evitar las trampas. En Alcona no pasa nada de eso porque es el reglamento del Estado, donde después que tú espuelas tu gallo, el animal va para una jaula y usted no lo toca más hasta que no acabe la pelea", añade.
Datos consultados refieren que un ejemplar común de gallos finos se exporta al precio mínimo de 150 CUC, y más según raza y gallardía. De este dividendo los cuidadores solo reciben el equivalente a dieciocho CUC, a pesar de que "toda la inversión del cuidado y crianza corre de sus bolsillos", pues "la empresa apenas los abastece" de la dieta básica para los gallos finos.
¿Topes pero no peleas?
En la Finca Alcona S.A., ubicada en el municipio Arroyo Naranjo, sus directivos insisten en que las diferencias entre vallas del Estado —"donde se celebran topes y no peleas"— y las clandestinas, es que en estas últimas "no existen laboratorios, ni reglamentos".
En las clandestinas "se permiten las apuestas que nosotros tenemos prohibidas", dice un gallero. Además, "se utilizan espuelas más largas y eso es mucho más criminal para los gallos".
El "viejo Gregorio" confiesa no ser un "sabedor de gallos", pero es apostador nato y se le conoce por su suerte para ganar. Lo mismo apuesta "en una pelea de gallos, que en una de peces peleadores o de trompos con los 'chamas' del barrio". Opina que "la violencia y la corruptela" no son exclusivas de las apuestas.
"Me cuesta entender esa diferencia entre topar y pelear. Es lo mismo pues existe el combate y, si hay combate, la apuesta va. La única diferencia es que los galleros del Estado tienen permiso para criar y vender ejemplares de exportación. Pero te aseguro que en las vallas legales corren las apuestas; no a viva voz, por supuesto, pero existen", defiende Gregorio.
"Es verdad que en muchas peleas 'de manigua' hay 'traqueteo', pero no porque se corran apuestas sino por la delincuencia que va allí a 'marcar' a los ganadores para después cometer sus fechorías. Malentendidos por dinero habrá siempre, lo mismo en una apuesta de gallos, que en el mostrador de una bodega", agrega.
'Juegos prohibidos'
Aunque el Código Penal cubano en su Artículo 219 contiene la figura de "juegos prohibidos", allí no se especifica qué son o cuál es la interpretación del Gobierno. Solo se avisa que será sancionado "el banquero, colector, apuntador o promotor de juegos ilícitos".
José Ernesto Maceo, graduado en Historia del Arte y asiduo a la valla clandestina El Palmar, considera que ambas polémicas —la prohibición de apostar y la crueldad de pelear animales— "tienen un viso de hipocresía social" y critica la ausencia de "razonamientos más serios" sobre el tema. Se pregunta "qué hace de un juego cualquiera un acto ilícito: el juego en sí mismo o las apuestas".
"Las apuestas existen desde que el hombre descubrió el valor de las cosas y el poder simbólico que resulta de acopiarlas. Muchas reformas revolucionarias lo único que lograron fue alimentar una sociedad hipócrita y pacata", dice Maceo.
"Mis vecinos critican las peleas de gallos por la violencia del acto; sin embargo, compran de juguetes para sus hijos pistolas y espadas. Para sí mismos alquilan filmes de acción o peleas de UFC. Es decir, les parece cruel una pelea de gallos, pero no de personas. Apuestan a un partido de futbol o de pelota, pero ven mal apostar en una pelea de gallos", agrega.
"Lo más saludable será que vallas de peleas y galleros se aprueben para el sector privado con la consecuente implementación de leyes y controles. Que cada quien sea responsable de su negocio. Las apuestas no son el problema, sino la ilegalidad", opina.