Yanet Cruz Hoyos (La Habana, 1981), especialista en Psicología General, ha estudiado con frecuencia la caracterización sociosicológica de sujetos violentos en Cuba. Por el interés social de sus investigaciones, que implican además un aporte al mejoramiento del abordaje profesional sobre la violencia social, conversamos con ella.
De las problemáticas actuales que atraviesan a la sociedad civil cubana, el incremento de la violencia, en todos sus sentidos, genera serias preocupaciones. A ello habría que añadir que el desconocimiento ciudadano sobre su naturaleza e impacto, minimiza su focalización y prevención. Atendiendo a esta premisa, ¿qué es la violencia y cuáles son sus manifestaciones más visibles?
El psicoanálisis plantea que, en sus múltiples manifestaciones, la violencia es una forma de ejercicio de poder mediante el empleo de la fuerza, ya sea física, psicológica, económica, política. Por ende, comprender la conducta violenta implica conocer los contextos explicativos que, desde la sociología, plantean que el poder suele ser de tres tipos: fuerza, autoridad e influencia.
La violencia puede ser caracterizada y agrupada en tres categorías —social, política y económica— aunque esto no debe suponer que en sus diversas manifestaciones, tienen que pertenecer obligatoriamente a una u otra.
Descritas de modo general, la violencia social se utiliza para promover intereses sectoriales, como los actos delictivos de odio cometidos por grupos organizados, las acciones terroristas o la violencia de masas; la violencia política incluye la guerra, conflictos violentos afines o la violencia de Estado; y la violencia económica, que comprende los ataques por parte de grupos más grandes con la finalidad de trastornar las actividades económicas, negar el acceso a servicios esenciales o crear división económica y fragmentación.
Dentro del panorama cubano, y en mi experiencia profesional, el tipo de violencia predominante es la interpersonal, que puede a su vez manifestarse en dos ámbitos: la violencia familiar o de pareja, que se produce entre miembros de la familia o de la pareja, y por lo general sucede en el hogar contra los menores, la pareja o las personas mayores. Y la violencia comunitaria, que se produce entre personas que no guardan parentesco, que pueden conocerse o no, y sucede fuera del hogar.
Esta última abarca la violencia juvenil, los actos fortuitos de violencia, la violación o ataque sexual por parte de extraños, y la violencia en establecimientos como escuelas, zonas de trabajo, prisiones y hogares de ancianos.
Pero también existen otros tipos de violencia, que muchos especialistas llaman "abusos misceláneos", y se entienden como la violación de los derechos de la persona en cuanto a su dignidad y autonomía, el abuso médico, y el abandono que se manifiesta, con más frecuencia, contra el adulto mayor.
Los medios de prensa oficialistas suelen tratar temas relacionados con los índices de violencia desde un paisaje "romántico" y "circunstancial", donde apenas se ahonda en contextos, motivaciones, datos y referencias literarias ¿Dónde se originan las principales causas que sostienen a este crecimiento del comportamiento violento?
Entre los años 2002 y 2008 se estuvo realizando en el CITMA (Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente) un proyecto para caracterizar a las víctimas de actos violentos. Pero quedó pendiente profundizar en la figura de los agresores, que también debe constituir objeto de cualquier estudio con vistas a lograr una caracterización que vaya más allá de los aspectos sociodemográficos. Es decir, el hecho de enfocar solamente una parte del problema mutila entonces la visión científica, y entorpece el diseño de estrategias serias para confrontar el fenómeno.
Son diversos los orígenes que conllevan a cualquier comportamiento violento, y cada una de sus causas implica, a su vez, una complejidad de análisis que vaya más allá del estudio descriptivo.
Aquí es vital entender que la familia, además de constituir la base de toda sociedad, es una unidad social con determinados propósitos: proveer un contexto de apoyo para la satisfacción de las necesidades de todos sus miembros, promover la interacción entre sus miembros, y permitir la supervivencia física y desarrollo personal de sus miembros.
Ahora bien, si nos ajustamos a un marco temporal como ejercicio de análisis, se puede señalar que la apertura al capital extranjero, la legalización de la circulación de divisa y la autorización de remesas, generaron un sistema monetario dual que conllevó a la desestructuración de la cotidianidad de las familias. Estos fenómenos propiciaron cambios significativos en las formas de pensar y de actuar, y a una reevaluación del papel de la familia emigrada y del propio acto de emigrar.
Es la familia quien recibe, directamente y con más rigor, el efecto de la implantación de todas las medidas de ajuste económico que se elaboran desde el Estado. Es este núcleo social quien se enfrenta a una vida más encarecida por los efectos combinados de un conjunto de medidas que, en esencia, radica en la insuficiente reactivación de la esfera productiva del país.
Por otra parte la combinación de bajos niveles de fecundidad y alta esperanza de vida al nacer, ha provocado que la familia cubana tienda a crecer en sentido vertical, al coexistir en el tiempo representantes de tres o más generaciones que suele extenderse hasta tíos, primos, e incluso cuñados. Esto, junto a las graves insuficiencias habitacionales, da lugar a la residencia, en una misma vivienda, de familias multigeneracionales.
Estos indicadores conllevan a la violencia de naturaleza intrafamiliar, que también experimenta un índice de crecimiento alarmante, y que es donde se origina la expansión de toda violencia social o colectiva, en tanto la violencia es un comportamiento heredado.
¿Cuáles son las causas asociadas a conflictos de violencia intrafamiliar que más atención demandan en las investigaciones asumidas por el Ministerio de Salud Pública (MINSAP)?
En principio la violencia intrafamiliar es un fenómeno que sucede en muchos hogares y afecta la salud de todos sus integrantes, desde las víctimas hasta los agresores. Se podrían listar varias causas, sin que ello suponga hacerlo asumiendo un orden de prioridades. Por ejemplo, el divorcio. Cuba es uno de los países del área con mayores indicadores de divorcialidad.
El divorcio, frecuentemente, implica una ruptura del rol paternal que queda reducido a la manutención alimenticia, desentendiéndose de responsabilidades en la educación y formación de valores de sus hijos. Por lo general la disolución del vínculo acontece de manera traumática, y los hijos muchas veces se sienten forzados a tomar partido con las consecuencias. Para la conformación de su personalidad esto trae aparejado que los hijos comienzan a ver el mundo como un escenario de ganadores y perdedores, lo que conlleva a una percepción violenta de sobrevivencia.
Por otra parte se suman los problemas económicos en el espacio doméstico, que funcionan como una desarticulación entre las aspiraciones y las posibilidades reales de adquisición, condicionado por la desconexión existente entre salarios y propuestas de consumo. Ello conlleva a las discrepancias en torno a cómo se emplea el dinero. Es decir, desacuerdos en torno a si se compran unos u otros alimentos, si estos los consumen más unos miembros de la familia que otros, o si algún miembro consume bebidas o fuma en vez de comprar alimentos, o si alguien conecta un ventilador que consume más electricidad. Aunque el salario ha experimentado incrementos en los últimos años, su bajo poder adquisitivo es insuficiente para cubrir el costo de las necesidades básicas.
El hacinamiento es otro de los factores asociados a la violencia intrafamiliar. La mayoría de las familias cubanas vivencian dificultades con la vivienda y las identifican como uno de los principales problemas que afectan su vida cotidiana. La literatura criminológica aplica, a esta situación, el principio de proximidad excesiva y el de oportunidad. Cuando muchas personas se ven forzadas a compartir un espacio físico reducido, es más probable que se produzcan fricciones porque los otros, que siempre serán en algo diferentes, están "a la mano" para "chocar" con ellos.
Anteriormente afirmábamos que la prensa oficialista no asume el tema de la violencia con hondura, y mucho menos cuando sus autores son —o involucran a—jóvenes y adolescentes. Tampoco existen estadísticas fiables que ayuden a establecer hasta dónde son efectivos los programas científicos que abordan el fenómeno. En su experiencia profesional, ¿quiénes son más propensos a comportamientos violentos, los jóvenes o los adultos, las mujeres o los hombres?
Puedo afirmar que en Cuba la violencia intrafamiliar no está considerada como un problema de salud relevante. Sin embargo en los últimos 20 años se resalta la importancia relativa de las enfermedades no transmisibles y lesiones por violencia que aportan las primeras causas de muerte para todas las edades.
Desde el punto de vista social las condiciones de profunda contracción económica han arrojado consecuencias negativas: subversión del sistema de valores, indisciplina social, inestabilidad laboral, acumulación de tensiones y desequilibrio personal y familiar ante el déficit de recursos imprescindibles y la imposibilidad de su solución a corto plazo.
Todo este contexto favorece la aparición de situaciones violentas. Dentro de ese panorama los adolescentes representan el grupo más afectado por todo tipo de violencia, que no se limita a la agresión física, sino que también incluye el abuso sexual, verbal, emocional y el abandono.
Según estudios e investigaciones realizadas en el país, son los jóvenes quienes con más frecuencia ejecutan actos violentos. Los detonantes suelen ser varios, como las características individuales, las experiencias familiares, el acceso a armas de fuego, el consumo de alcohol y drogas, la violencia política y social, afectan con más frecuencia a este grupo de edad, principalmente a los varones. Muchas de estas conductas son aprendidas y con frecuencia se originan en un ambiente familiar violento.
A este se añade la llamada "crisis de valores" que muchos estudiosos ubican su explosión social en la década de los 90. La falta de valores morales incorporados, el aprendizaje de conductas violentas en el hogar, en la escuela o en otros colectivos de pertenencia, la falta de un sentimiento de identidad propia y las dificultades en las relaciones interpersonales.
Este conjunto de problemáticas conducen a situaciones extremas de agresiones —con los más diversos cuadros lesionales— que llegan a los servicios de urgencia de la atención secundaria de salud. Lamentablemente, muchas de estas situaciones llegan a determinar la privación de la vida, con todas las secuelas psicológicas y sociales que esto implica para los sobrevivientes, que también resultan víctimas indirectas.
Recientes investigaciones también arrojaron que no siempre se cumple la expectativa del hombre como agresor físico, que forma parte de los estereotipos sexistas. A un nivel porcentual las mujeres habían recurrido más a la violencia física que los hombres. Las víctimas de las mujeres resultaron fundamentalmente sus hijos, y adultos mayores bajo su tutela, fueran padres, tíos o abuelos. Lo que sí se cumple es que los hombres agresores tienen como víctimas, en primer lugar, a mujeres con las cuales conviven, sean sus parejas, sus hermanas, madres o hijas.
En cuanto a la violencia psicológica, son las mujeres quienes la ejercen más que los hombres. Se trata de una forma de violencia más sutil, pero que puede dejar secuelas más graves desde el punto de vista psicopatológico, transcurriendo por la devaluación, la humillación, las críticas en presencia de extraños.
Merece comentario que las madres que abusan verbalmente de sus hijos varones suelen reproducir este esquema si ya el hijo arribó a la edad de trabajar. Aunque quiera estudiar, tiene que "luchar" el dinero para la casa, al margen de la forma en que pueda encaminarse esa "lucha". En el caso de las madres con hijas adolescentes, se equiparan a la actitud machista de los padres, al exigirles el cumplimiento de las tareas domésticas, que son las que "le tocan", y cuestionan en ocasiones que estén en la calle "luchando" el dinero para sustentar el hogar.
No obstante a todas estas conclusiones, que son resultado de investigaciones serias, un informe muy reciente de la Organización Mundial de Salud (OMS) destacaba que la violencia contra la mujer es "un problema de salud global de proporciones epidémicas".
En Cuba apenas se registran datos sobre la utilidad de la "mediación". Quizá se deba a que el Gobierno, durante más de cinco décadas, nunca vio con buenos ojos el "asistencialismo social", y menos en la actualidad donde varias organizaciones opositoras de la sociedad civil han asumido este rol dentro sus programas. ¿Cree usted en la utilidad del "mediador" como una vía alternativa para confrontar o prevenir la violencia?
La mediación se utiliza desde inicios del pasado siglo, y su empleo en asuntos relacionados con la violencia se introdujo hacia finales de la Segunda Guerra Mundial con la expectativa de negociar una paz que frenara los ya considerables daños humanos que la contienda bélica había ocasionado. Pero no fue hasta los años 60 que se comienza a utilizar ampliamente en los asuntos asociados a la comunidad, la familia, la política pública y en contextos jurídicos.
Los primeros practicantes en la era occidental moderna se sintieron atraídos por la mediación a fin de mejorar la sociedad, aunque sus motivos diferían. A los activistas sociales les interesaba fortalecer a la comunidad, mientras los reformadores jurídicos procuraban la igualdad jurídica y el acceso a la justicia.
La mediación comunitaria estuvo dominada por un modelo terapéutico que recalcaba el consenso en lugar de la coerción, la integración en lugar de la exclusión y los resultados mutuamente satisfactorios en lugar de la observación estricta de disposiciones jurídicas.
El empleo de la mediación ha llegado a ser considerado como una forma legítima para solucionar muchos conflictos sociales y jurídicos de la sociedad occidental. No es gratuito que la mediación atrae hoy la atención tanto de investigadores como de legisladores y estudiosos.
A pesar de haber textos locales sobre los antecedentes de la mediación, no es para nada un estudio o una praxis generalizados en las ciencias médicas. Aunque muchos activistas de organizaciones opositoras no sepan con certeza qué es la mediación, su origen y antecedentes, sí es posible afirmar que cumplen de alguna manera, y en buena medida, el rol de mediadores.
Ejemplo de ello, por solo citar tres, son el Proyecto Capitán Tondique —que lleva a cabo el Partido por la Democracia Pedro Luis Boitel en Matanzas—, el activismo social de la Unión Patriótica de Cuba (UNPACU) en toda la región oriental, y el centro de información legal independiente Cubalex.
Ciertamente, la utilidad de la mediación en el actual panorama cubano es vital. Nuestro sistema de salud pública, por sí mismo, no puede asumir este reto ante un fenómeno que va en crecimiento cada día. En mi criterio, tanto las Casas de Orientación a la Mujer y la Familia, como la mediación, no pueden ser sustituidas por tribunales y cárceles. A largo plazo, esa nunca será la solución si en verdad se busca restaurar el tejido de nuestra sociedad civil.
Por cuestiones de espacio sabemos que otras aristas, relacionadas con la violencia, quedarán fuera de esta entrevista. Sin embargo, datos alarmantes han revelado la insistencia de las instituciones gubernamentales en relacionar ciertas religiones y rasgos raciales con comportamientos violentos.
El tema de las religiones y la violencia es bien complejo. En nuestro medio se han realizado algunas investigaciones que concluyeron en que las religiones de origen africano se asocian a comportamientos violentos. Se argumenta que cerca de la tercera parte de sujetos investigados tenían creencias yorubas. Pero considero que merece una investigación a profundidad de este elemento, dado el mosaico religioso y cultural de nuestro país.
También creo que esto se debe a que el Estado cubano, a través de las instituciones médicas cubanas, quiere desconocer y evadir su responsabilidad en las causas reales del incremento del comportamiento violento en nuestra sociedad y en nuestros hogares.
La emigración, aunque los datos oficiales no lo registran desde esta perspectiva, es un condicionante que también suele desencadenar violencia intrafamiliar. Este es uno de los fenómenos que más ha incidido, en los últimos años, en las transformaciones familiares. Su magnitud ha sido estimada en el rango de más de un centenar de personas abandonando el país cada día, equivalente a una persona cada quince minutos.
En mis investigaciones resultó evidente el hecho de que muchas veces los miembros de la familia que emigraron constituían los elementos de equilibrio dentro del grupo familiar y, al abandonar el hogar, se producían polarizaciones que antes se encontraban atenuadas, siendo los adultos mayores los más afectados, al perder los hijos o nietos que les protegían de los que ahora quedaban tratando de ignorarlos y tratando de tomar decisiones no deseadas por ellos. La promesa de ayudarlos desde el exterior no compensaba el sufrimiento de humillaciones, silencios y abandono dentro de su propia casa.
También está la proliferación y pertenencia a subculturas violentas, que son las pandillas que conjugan patrones de venganza y machismo, con códigos cerrados de exclusión. Cualquier conducta que entre en confrontación con su sistema de valores puede generar el consenso del grupo para dar paso a un acto de agresión que puede llegar a tener consecuencias fatales, como se ha demostrado en varias investigaciones realizadas en nuestro país.
Otro factor preparante de comportamientos violentos es el consumo de bebidas alcohólicas. Y ojo, nótese que hablo de consumo, no de abuso ni de dependencia, pues los altísimos índices de consumo en los últimos 15 años son también alarmantes. La presencia de manifestaciones asociadas al consumo de sustancias tóxicas, el alcoholismo y la drogadicción, con la consiguiente sensación de frustración y abandono, constituyen fuertes factores asociados al comportamiento violento.
Las dinámicas que desembocan en violencia en la Cuba actual incluyen desde factores generacionales, económicos, raciales, hasta de origen regional, con el común denominador de la exclusión de alguien dentro del seno familiar. Alguien que resulta diferente por no tener trabajo, o no tener dinero, o ser viejo, o ser demasiado joven, o ser negro, o practicante de alguna religión no aceptada por el resto de la familia, o haber nacido en una provincia del oriente del país, o simplemente no haber nacido en La Habana, o haber nacido de una madre soltera o tener un padre o una madre homosexual.
Es decir, estamos hablando de racismo en su expresión más profunda. Puede afirmarse que los patrones de conducta violenta, al menos actualmente, no son propiedad exclusiva de practicantes de una religión u otra, o del color de la piel. Hoy la violencia compete a todos, y es ejecutada por todos.
No puede obviarse, para contextualizar cualquier abordaje sobre la violencia, tanto los aspectos sociales como los individuales, que incluyen las peculiaridades caracterológicas y las predisposiciones biológicas. Como señalaba anteriormente, la tendencia a absolutizar cualquiera de los factores imbricados en el origen del comportamiento violento, solo mutila la visión científica y entorpece el diseño de soluciones. Más allá del discurso académico o político, es necesario demostrar que tanto unos u otros factores están presentes o predominan en cada agresor, para poder establecer protocolos de actuación desde el punto de vista clínico.