Ahora resulta que Raúl Castro quiere ser Rihanna. Visita Santiago de Cuba por razones funerarias, para dejar en un mausoleo las cenizas de otro líder histórico de la revolución, y aprovecha para darse un baño de masas, para dejarse fotografiar por los celulares de la gente.
No fue hasta allá cuando la situación se hizo tan insoportable que los santiagueros dormían en los parques ante la amenaza de un gran sismo. Tampoco visitó la ciudad por la gran sequía que padece. Va ahora que Barack Obama ha anunciado viaje, que dicen las encuestas que Obama es popular entre los cubanos y él tiene que recuperar algo de buena imagen.
No existe en la historia de la revolución cubana un cambio de imagen tan drástico como el que sufrió hace diez años Raúl Castro. Mientras rigió su hermano mayor, a él le correspondió la fama de asesino entre los dos, se decía que iba a sacar los tanques en cuanto la ocasión lo exigiera. Pero su hermano no hizo más que cederle el poder y él pudo convertirse en cifra de esperanzas para mucha gente necesitada de ilusiones. Era, de pronto, el hombre de familia, el buen administrador capaz de anteponer los frijoles a los tanques, el que iba a traer los cambios.
De esa buena fama cobrada hace diez años, ya no le queda nada. Él mismo se ocupó de desmentirla con sus frenos y con sus prohibiciones. Y la gente, necesitada de ilusionarse todavía, pone sus esperanzas ahora en Barack Obama, en la política de Obama hacia Cuba. Lo cual obliga a Raúl Castro a recuperar cuanto antes el favor popular, a dejarse fotografiar por santiagueros, a competir con Rihanna en su visita a la Isla.
En el imaginario del régimen, Santiago de Cuba no es solo el destino de las cenizas, sino también el origen de todo, la cuna. Y hasta allá fue Raúl Castro a empezar lo que podría tomarse por una campaña electoral. En contra del protocolo de seguridad seguido hasta el momento, ha permitido ser fotografiado multitudinariamente. Intenta hacer creer a todo el mundo que los celulares sirven para registrar, no tanto los actos represivos de su régimen, como la simpatía de dictador que él despierta entre los cubanos.