El dictador Raúl Castro, en la Cumbre de las Américas en Panamá, refiriéndose al presidente Barack Obama, expresó: "le dije que a mí la pasión se me sale por los poros cuando de la revolución se trata". ¿De qué revolución habló el general? ¿Son los Castro revolucionarios, o sumamente reaccionarios? ¿Es edificante una revolución?
En cualquier diccionario enciclopédico la palabra revolución significa cambios estructurales profundos, socioeconómicos y políticos, casi siempre violentos; significa innovación, transformación de lo viejo en algo totalmente nuevo, diferente, tanto en lo social, como en lo científico, tecnológico, económico, o en cualquier otro aspecto de la vida humana.
El vocablo reaccionario, en tanto, se define como todo lo contrario: "se aplica a la persona o a la ideología que defiende y se aferra a lo viejo, a lo ya establecido, y se opone a los cambios, las reformas y al progreso". Más claro ni el agua.
Si algo mostraron claramente los actos de repudio fascistas que por orden directa del general Castro (nadie más podía darla) protagonizaron los integrantes de la delegación oficial cubana que asistió al Foro de la Sociedad Civil en Panamá, fue el carácter reaccionario del castrismo.
Con los golpes e insultos contra compatriotas suyos por no pensar igual que el dictador, los brigadistas de respuesta rápida emularon en suelo panameño con las camisas pardas de Hitler y las turbas del fascio italiano que en 1922 marcharon sobre Roma y llevaron al poder a Benito Mussolini. Y evidenciaron que no hay voluntad de cambiar nada en Cuba, que el régimen se aferra a lo viejo y rechaza lo nuevo.
Por eso es necesario desinflar algo que la propaganda castrista ha querido convertir en "verdad" a fuerza de repetirlo (según la fórmula de Joseph Goebbels): los hermanos Castro, lejos de ser revolucionarios, son reaccionarios y conservadores.
Ellos encabezaron una etapa de cambios, catastróficos pero cambios al fin, mediante los cuales desmantelaron el sistema de economía de libre mercado e implantaron una férrea dictadura militar comunista. Pero aquel ciclo "revolucionario" se cerró hace 47 años, el 13 de marzo de 1968, cuando Fidel decretó la estatización de los 57.280 pequeños negocios y oficios por cuenta propia que todavía funcionaban en el país.
Desde entonces es tan absoluto el inmovilismo en la Isla que ahora, cuando de alguna manera se regresa a los tiempos previos a aquella "Ofensiva Revolucionaria" de 1968 y se restauran algunos derechos económicos y se hacen tímidas rectificaciones, tal "actualización" (que no renovación) del castrismo se presenta como reformas, cuando se trata de restablecer lo que ya existía antes. Nada hay nada nuevo, no importa lo que diga Obama y la izquierda latinoamericana.
Pero suponiendo que en Cuba se hubiese materializado el sueño de León Trotski de la "revolución permanente", es clave desmontar el mito de que las revoluciones son edificantes per se. Falso.
Revoluciones liberales, o retrógradas
Un análisis desideologizado, nada romántico o nostálgico de las revoluciones de los últimos cinco siglos en el mundo revela que, salvo algunos movimientos burgueses o liberales de los siglos XVI, XVII, y XIX (y no todos), las revoluciones en su abrumadora mayoría han sido inútiles. Han dejado las cosas casi siempre igual, o peor que como estaban antes de producirse el estallido iconoclasta, pese a los ríos de sangre provocados.
Revoluciones las hay avasalladoras, que los marxistas llaman revoluciones sociales, que modifican la producción y distribución de las riquezas y la propiedad de los medios que sustentan la economía, así como la cultura, las costumbres, la moral, la ideología y hasta la psicología social. Y las hay esencialmente políticas, que cambian el estatus político del Estado, pero no la propiedad y la forma en que se producen y se distribuyen las riquezas, ni las costumbres o la ideología, como por ejemplo la Revolución de los Claveles que en 1974 puso fin en Portugal a una dictadura de 42 años; o la "Revolución del 30" que derrocó al dictador cubano Gerardo Machado.
Algo muy gráfico para diferenciar una rebelión política de una revolución total es el diálogo que tuvieron en el Palacio de Versalles el rey Luis XVI y el duque Frederic de Rochefoucauld-Liancourt, quien a las 8 am del 15 de julio de 1789 le informó al monarca que la fortaleza de La Bastilla, en el centro de París, había sido tomada la noche anterior y que debía huir urgentemente del palacio. "Pero, ¿es una rebelión?", pregunto el rey. "No, Majestad, no es una rebelión, es una revolución", respondió el duque.
Revoluciones liberales establecieron las libertades económicas y políticas que hicieron posible la eclosión del sector privado y la libre empresa, la cual sepultó al estatismo parasitario de las monarquías absolutas y que, cual gallina de los huevos de oro, erigió el mundo moderno que hoy conocemos. La Guerra de Flandes en 1568 le dio la independencia a Holanda y la transformó en el primer país burgués del mundo; la Revolución Gloriosa de 1688 en Inglaterra limitó para siempre el poder absoluto de los monarcas; la Revolución Francesa puso fin al ancien régime en Francia y luego en toda Europa; y la revolución de las Trece Colonias americanas dio a luz la primera república democrática moderna y al primer presidente de la historia.
Pero las revoluciones en general, y sobre todo en el siglo XX, se han caracterizado precisamente por restringir, controlar o suprimir las libertades ciudadanas. Irónicamente, la mayoría de ellas han tenido un carácter retrógrado, pues de hecho han constituido un intento de restauración del viejo orden del Estado omnipresente bajo un disfraz revolucionario.
Detienen el progreso
Nada hay más iconoclasta que una revolución nacionalista, populista, comunista, fascista, fundamentalista, o de cualquiera otro "ista". Taradas genéticamente con el ADN de la violencia y la arbitrariedad, detienen el progreso, consiguen que la sociedad se empobrezca y atrase, y que el individuo pierda muchas de sus libertades básicas y se diluya en la "masa" amorfa de que hablaba José Ortega y Gasset. Ese es el triste panorama de hoy en Cuba.
Por eso, ya en el siglo XXI, las que realmente cuentan son las revoluciones científicas y tecnológicas, y no las que constriñen las libertades individuales. La "magia" de la internet y de las redes sociales que están transformando la vida en el planeta serían impensables como fruto de una revolución social, cualquiera que sea su apellido ideológico.
A decir verdad, si tenemos en cuenta quiénes han construido y contribuido de veras al progreso de la humanidad, y quienes lo han obstaculizado o frenado, Johannes Guttenberg fue más revolucionario que Karl Marx, Albert Einstein más que Lenin, Alexander Fleming y Bill Gates más que Fidel Castro, y la NASA más que el Che Guevara, con mito y todo.
En resumen, lo que le "sale por los poros" al general Castro no es ninguna revolución, sino la Involución Cubana (fonéticamente suena casi igual) ocasionada por la dictadura devastadora, momificada además, que en desdichada hora instalaron él, su hermano y la claque militar que los sostiene.
A no dudarlo, ambos Castro son los dos líderes políticos más contrarrevolucionarios, reaccionarios y conservadores de toda la historia continental. Nadie nunca se opuso tan visceralmente al progreso de su pueblo.