Durante los días 10, 11 y 12 de diciembre de 2014, asistí al IV Foro Raza y Cubanidad, convocado por el Comité Ciudadanos por la Integración Racial (CIR). El evento abordó importantes temas relacionados con el racismo, la situación de los afrodescendientes cubanos en el pasado y el presente, así como los retos que se plantean para toda la población con las reformas económicas, y particularmente para este grupo, históricamente desfavorecido.
Menos de un mes más tarde, he buscado a Juan Antonio Madrazo Luna, coordinador nacional del CIR, activista y periodista independiente, para continuar conversando sobre la siempre polémica y nunca resuelta cuestión racial en Cuba.
¿Cuál ha sido su experiencia personal con el racismo?
Hace dos años entré al mercado de Carlos III, casi no había clientes y los empleados estaban relajados. Una de ellos, joven, blanca, le dijo a otro trabajador: "Alerta, acaba de caerle una mosca a la leche". Me enfadé y pedí ver al administrador, pero todo quedó en una discusión, no hubo procedimiento. No existen mecanismos preventivos contra el racismo en Cuba.
Además, he sufrido el constante asedio policial en lugares turísticos. Una vez, estaba en el Parque Central con dos amigos blancos cubanos, y una noruega se acercó a preguntarnos algo. Conversamos con ella un momento y se retiró. Cinco minutos después vinieron policías y me pidieron identificación. Cuando mis amigos fueron a mostrar las suyas, les dijeron: "ustedes, no; él (yo)". He entrado a boutiques como la del Hotel Comodoro, y las empleadas blancas me han ignorado, pero minutos antes, han entrado clientes blancos cubanos a los que han preguntado muy amablemente: "¿En qué puedo ayudarle, en qué puedo servirle?". Cuando he pedido que me muestren una pieza de ropa, me han respondido: "Eso es muy caro", como asumiendo que los negros no podemos pagar determinados artículos.
También en la comunidad empresarial, como gerente comercial y administrativo durante mi etapa laboral, tuve una legión de administradores subordinados a mí que privadamente comentaban su desagrado al ser dirigidos por un negro. Eran cuadros de dirección de cuya "integridad revolucionaria" y confiabilidad como militantes del Partido nadie dudaría. En Cuba se puede ser militante del Partido y racista; disidente y racista. Es algo que forma parte de nuestra intimidad. Otra experiencia puede ser estereotiparme como músico o deportista, más recientemente se va incorporando la etiqueta de religioso. Me ha sucedido en la terminal 2 del Aeropuerto José Martí, vía Habana-Miami, y en algunas cadenas de mercado en Miami al identificarme como cubano. Cuando en ambas orillas respondo que ni músico, ni deportista ni religioso, y afirmo negro y disidente, negro y político, la gente me mira asustada.
En los últimos años se han extendido, entre activistas y estudiosos del tema racial en Cuba, los términos afrodescendiente y afrocubano para englobar a negros y mestizos cubanos. Los escuché en el Foro Raza y Cubanidad, convocado por el CIR. ¿No ve en esos términos el peligro de fragmentar al pueblo de Cuba?
Los veo como íconos de autoestima. En Cuba existe una ideología del blanqueamiento y por eso los términos son poco aceptados en nuestra sociedad, incluso entre personas negras.
No escucho a los blancos cubanos definirse como hispanodescendientes o francodescendientes, sino como cubanos, simplemente…
Ahora, con la llamada "Ley de nietos", o los llamados españoles sin España, muchos marcan la diferencia. El rechazo a los términos "afrodescendiente o afrocubano" se debe a la vergüenza de la negritud. Muchos tienen la marca de África en la piel y les avergüenza. El racismo está también en la ideología del mestizaje, como mecanismo de defensa para silenciar las tensiones raciales en el discurso político. Por ejemplo, cuando se usa la frase de José Martí: "Cubano es más que blanco, más que negro, más que mulato", la filosofía del color cubano propuesta por el poeta Nicolás Guillen, o se apela a la transculturación propuesta por Fernando Ortiz, son maneras de silenciar y omitir el tema.
El término afrodescendiente se convirtió en una identidad política a partir de un par de eventos tan importantes como el Congreso Mundial contra el Racismo, celebrado en Durban, Sudáfrica, en 2001, y la Conferencia de Santiago de Chile, pues fue negociado por las redes transnacionales de América Latina y adoptado como categoría de identidad por la ONU e instituciones globales como el Banco Mundial.
En las nuevas generaciones, muchos lo están asumiendo, principalmente los involucrados en la estética de los movimientos underground de la cultura urbana y el hip hop, artistas plásticos y activistas de los derechos humanos. Muchos que en Cuba pasaban por mulatos y se identificaban como blancos, al vivir en Europa han redescubierto su afrodescendencia y la han asumido. Pero en Cuba muchos lo rechazan, incluso dentro de la llamada Comisión Aponte, de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). El término es una identidad política, pero también un mecanismo de autoestima. La intención no es fragmentar ni dividir. Pero sentirse afrodescendiente también es la voluntad de tener una conexión horizontal con el Atlántico negro, con nuestra diáspora.
A través de la historia, la población afrodescendiente de Cuba ha sido la más explotada, relegada y desfavorecida, desde la llegada de nuestros ancestros esclavizados, durante el período colonial y en la República. Esto lo heredó el llamado Gobierno revolucionario en 1959. ¿Qué responsabilidad puede achacársele al Gobierno cubano por el racismo en Cuba, si este ha existido a lo largo de nuestra historia? ¿Es justo considerar racista a este gobierno?
Gracias a la reforma migratoria he tenido oportunidad de viajar y comparar la sociedad cubana que, en términos raciales, se parece mucho a la colombiana y a la brasileña, donde no hay una democracia racial. El racismo que en Cuba hoy asume nuevas máscaras y lenguajes, nos marca desde la época de Cecilia Valdés. Aquí el síndrome de Cecilia Valdés está muy enquistado. La ideología del blanqueamiento no ha desaparecido. La llamada revolución cubana la heredó y la ha reciclado a través de su narrativa oficial. Muchos negros y mestizos cubanos fueron favorecidos a partir de 1959, pero fue erróneo afirmar en 1962 que el racismo había sido abolido por decreto. Personas como Juan René Betancourt propusieron al Gobierno cubano una especie de política de acción afirmativa para los afrocubanos, porque los puntos de partida de estos respecto a los cubanos blancos no eran los mismos, debido a la desventaja histórica.
Con la revolución, desaparecieron las sociedades de negros y mulatos, que aunque eran un mecanismo de segregación, e incluso durante la colonia el gobierno creó las sociedades de españoles de color para silenciar las voces independentistas, en algún momento jugaron un papel importante en el empoderamiento de los afrodescendientes, en lo cívico y lo educacional.
Sin embargo, la revolución no eliminó las sociedades españolas y las chinas. Quedaron dos caribeñas, pero las de negros y mulatos fueron eliminadas; incluso las maceístas, en las zonas centrales del país, donde hay más racismo. Muchos intelectuales y embajadores negros, considerados parte de un black power cubano, fueron condenados al ostracismo. Hablar sobre la racialidad atentaba contra la unidad nacional. Aún hoy, muchos dentro de la llamada ortodoxia revolucionaria estimulan eso, por lo que el tema aún no forma parte de una agenda pública. Así piensan incluso algunos dentro de la llamada Comisión Aponte.
El racismo nunca desapareció, simplemente se enquistó en el discurso privado. No dejo de visitar una obra monumental de la literatura cubana que es Cecilia Valdés; ahí hay todo un racismo lingüístico que permanece en el siglo XXI. Mientras el gobierno revolucionario libraba batallas internacionalistas, según ellos en nombre de la lucha contra el racismo, aquí se encarcelaba a intelectuales como Carlos Moore, hombre de izquierda que en su momento aplaudió la revolución cubana, como lo hizo Walterio Carbonell hasta sus últimos días, pero muchos fueron condenados. Juan René Betancourt fue desterrado a Argentina. Moore se asiló en la Embajada de Guinea, es el único cubano que se ha asilado en una embajada africana. Muchos intelectuales negros, como Juan Benemelis, director del Departamento de África del Departamento de Relaciones Exteriores, fueron condenados al ostracismo. Más adelante, el Partido dinamitó Ediciones el Puente; entre quienes la dirigían había negros y homosexuales, pero también intelectuales blancos comprometidos con la lucha contra la discriminación.
No ha habido voluntad política para eliminar el racismo. Ahora, cuando se preparan nuevos escenarios para la sociedad cubana, es más necesario que nunca incluir el tema en una agenda pública. Desde la sociedad civil y la intelectualidad se está exigiendo un debate. En 2012, unos treinta artistas jóvenes afrodescendientes intentaron realizar una exposición titulada Siclemia, en el Centro de Desarrollo de las Artes visuales, que buscaba dialogar con las dos exposiciones Queloide, hechas antes, y reflexionar sobre el tema racial. Aparecieron muchas trabas que lo impidieron. Es una muestra del desprecio del gobierno hacia la diversidad racial del país. Defiendo esta idea; además existen instituciones racistas, como el Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT), el Ministerio de Inversión Extranjera, la Oficina del Historiador de la Ciudad. Aquí, hemos hecho un mapeo del personal laboral y hemos conversado con quienes trabajan como custodios, entre otros. Casi todos son afrodescendientes, pero cuando ves sus currículos, muchos son economistas, o hablan varios idiomas. Ninguno trabaja en la Agencia San Cristóbal o en el departamento de restauración.
Para que veas que también hay racismo en la publicidad: En la Avenida Boyeros, hay un cartel de la Asociación Nacional de Comunicadores de Cuba*, sobre el ruido ambiental. Quienes producen bulla y escándalo, en el cartel, son negros. Eso alimenta los estereotipos y los prejuicios contra la población negra. Somos una sociedad racista, sin mecanismos preventivos desde la Educación y los Medios para combatir el racismo.
Días atrás, la actriz Yuliet Cruz estaba invitada al programa Mediodía en TV. El conductor le preguntó sobre su participación en la película Conducta. Ella contó que Daranas le había propuesto el personaje de la madre de Chala y ella leyó el guión. Luego le dijo que para aceptar el rol, debía ver al niño porque si era más oscuro… Ahí el conductor la cortó. En países como Brasil, que ha avanzado en el tema del racismo con las políticas afirmativas, o en Europa, Estados Unidos, eso habría generado una protesta. Aquí no sucede nada. Plataformas como el ARAAC (Articulación Regional para América Latina y el Caribe), donde hay personas que admiro, o la Cofradía de la Negritud, ven estas cosas y no actúan. Creo que a la vanguardia del tema de los medios está el blog Negra Cubana Tenía que Ser, de Sandra Álvarez. Sobre todo está visibilizando la historia de la mujer negra, que es siempre la más sufrida en el tema del racismo, no solo por parte de los grupos dominantes o los blancos, sino por los propios hombres negros. Otra narrativa que está estimulando el racismo es la del reguetón.
Usted mencionaba a Carlos Moore. Casualmente, durante la Primera Jornada Cubana contra el Racismo, convocada por el ARAAC, se mencionó una cita suya: "Aunque soy crítico del problema racial, pienso que en la revolución, el negro ha avanzado más que en toda la República".
Coincido totalmente. Aunque muchos dentro del ARAAC y de la llamada Comisión Aponte nos han acusado de pertenecer a la "afroderecha" y de ser anexionistas, cuando siempre hemos condenado el embargo desde una posición socialdemócrata. Conozco muchas familias negras que aprovecharon las oportunidades brindadas por la revolución y se hicieron profesionales. Sin embargo, esa no es la representación que hace el cine cubano de las personas negras.
Aunque es cierto que en un principio la revolución benefició a muchas personas negras, en la actualidad, las oportunidades se reducen. Cuando vemos los trabajos que desempeñan como cuentapropistas, siguen siendo carretilleros, limpiabotas, figuras coloniales. En los anuncios de Revolico.com, muchos de estos nuevos ricos que buscan empleados para sus negocios y restaurantes, aclaran que los quieren blancos. Te decía que muchos negros con títulos y dominio de idiomas trabajan como custodios. Pero cuando se han hecho auditorias del gobierno en tiendas recaudadoras de divisas y el sector de hotelería, quienes han comprado títulos son, en su mayoría, personas blancas.
¿Qué puede o debe hacer nuestro gobierno para contribuir a eliminar el racismo?
En los últimos años, el gobierno cubano ha admitido en la arena internacional la existencia del racismo en Cuba, y se ha incorporado a mecanismos internacionales que tratan de prevenir la discriminación racial. Esta lucha no es parte de una agenda impuesta por los EEUU, sino de una agenda global, como también lo es el empoderamiento de la comunidad LGBTI; ambas categorías son enclaves fundamentales en la frontera de los derechos humanos. No solo hay racismo en América Latina, sino en Europa, donde además está resurgiendo el odio contra los judíos y la población islámica.
En Colombia, una sociedad completamente racista, existen los mecanismos de empoderamiento. Hay un ministerio para atender estos asuntos públicamente. Hace un par de años, el gobierno cubano afirmó haber nombrado un vicepresidente para atender esta esfera; hasta ahora se desconoce quién es. En la conferencia del Partido, también estaba en la agenda, pero nunca salió a la luz pública.
La educación y los medios de comunicación deben jugar un papel fundamental en atacar las bases logísticas del racismo. Fortalecer la autoestima y la dignidad humana. Los prejuicios están muy vivos en las relaciones horizontales entre alumnos y en las relaciones verticales entre alumnos y profesores. Claro, los profesores tampoco están capacitados para solucionar conflictos para comunicarse con las dinámicas de las desigualdades; no tienen a la mano las herramientas, pues la pedagogía antirracista brilla por su ausencia.
Durante años se ha alimentado la idea de que son los negros los que mantienen el régimen…
Muchos creímos en plataformas como Color Cubano, que en su momento jugó un papel importante, pero fue desmantelada. Pienso que debe haber una voluntad política del gobierno para incluir el tema en su agenda y que debe existir un debate público que puede hacerse a través de los medios. Es un tema que inquieta a muchos, no solo a personas negras. Se debe dar mayor autonomía a plataformas como el ARAAC y la Cofradía de la Negritud, cuyos radios de acción se limitan. Hay muchos activistas, como Tomás Fernández Robaina y Roberto Zurbano, Gisela Arandia, Sandra Álvarez y los propios raperos, con ganas de trabajar.
El movimiento de hip hop fue de los pioneros en visibilizar la problemática racial e intentar empoderar la autoestima de los negros, pero también fue dinamitado. Se debe revisar la narrativa oficial que se nos ha brindado. Hay que incorporar a muchos héroes negros de nuestra historia. La única referencia que tiene mi sobrina es Antonio Maceo, a quien pintan como un machetero. En la revista Zunzún, destinada a los pioneros, la imagen de Maceo aparece cada vez más blanqueada. En 2013 estuve en Miami invitado a una conferencia en la Casa Bacardí; al final, alguien me preguntó si había visto la foto de Maceo. Cuando me lo mostraron, era un Maceo trigueño casi rubio. Eso es parte del racismo de ese barrio cubano ultramarino que es Miami. No hubo manifestación de racismo hacia mi persona, pero apenas vi negros en Miami, casi siempre en los barrios más pobres. En los mercados, la gente me miraba cómo diciéndome que aquel no era mi lugar. Unas empleadas cubanas me hablaron en inglés tomándome por afronorteamericano. Me dijeron que allí no se ven negros. Cubanos que llevan mucho tiempo allá me explicaron que, aunque el panorama político ha cambiado mucho tras el fallecimiento de Jorge Mas Canosa, continúa el racismo, estancado desde 1959.
El racismo está entonces presente tanto en el llamado gobierno revolucionario como en el exilio…
Cuba es una sociedad racista. Aquel barrio ultramarino pertenece a Cuba, pero también te encuentras a muchos blancos cubanos en esa comunidad transnacional de cualquier clase social que se sensibilizan con el tema. Eventos migratorios como el Mariel y la Crisis de los Balseros fueron un espejo para recordarle a la ciudad de Miami que Cuba también es negra. Para que veas a dónde llega el racismo de parte de la comunidad de Miami: cuando El Nuevo Herald publica una noticia sobre un acto de repudio, un desfile del 1 de mayo, o una concentración en la llamada Tribuna Antiimperialista, las fotos siempre muestran a los negros y negras cubanas dando golpes en el acto de repudio o participando en las concentraciones. Aunque participan negros y blancos, las fotos siempre muestran a los negros. Durante años se ha alimentado la idea racista de que son los negros los que mantienen el régimen. Eso es en realidad un mecanismo de dominación que también empleó el gobierno colonial cuando creó, no solo los casinos para españoles de color, sino las milicias de pardos y morenos. El Estado cubano lo ha reciclado.
"Cuba es un país donde lo difícil no es ser hombre, lo difícil es ser negro", reza una canción del cantautor Frank Delgado, pues el racismo antinegro y los estereotipos pesan muchísimo. Por supuesto, no podemos pasar por alto otras etiquetas racistas como palestinos, blanco sucio, calcañal de indígena, piolo, petrolera, negrones, que están muy bien acomodados en el discurso privado y en el público. También otras identidades foráneas como los eslavos, estudiantes africanos y latinoamericanos han experimentado el racismo cubano. Las mujeres eslavas, y después las europeas occidentales, le enseñaron a los cubanos que lo negro también es bello. Siempre vemos el racismo en una sola dirección, pero muchas personas blancas han sido víctimas del racismo, pues por solo tener una amistad con una persona negra se le etiqueta como "blanco sucio" o de orilla. El racismo nuestro está relacionado con intimidad, proximidad. Somos un país en el cual a través de la máscara del cariño no dejan de recordarte todo el tiempo que eres negro. Cuba necesita de su propio proceso de reparación de víctimas en todos los sentidos.
Cuando se discutía la propuesta de declaración final, durante el último Foro Raza y Cubanidad, alguien apuntaba que debía quedar claro que el trabajo de la sociedad civil no es llenar los huecos que deja el gobierno en su gestión. ¿Qué está haciendo la sociedad civil cubana para combatir el racismo?
Lo hacemos a través del Proyecto Animando Sonrisas, que realizamos hace cuatro años en comunidades pobres con mayoría de población afrodescendiente; estas comunidades no existen solo en La Habana, sino en el centro y el oriente del país. Trabajamos con niños marcados por la desigualdad. Cooperamos con el material escolar a partir de donaciones que recibimos, no solo de amigos en los EEUU, sino en países latinoamericanos. Ayudamos a levantar la autoestima de estos niños. Somos bien recibidos; se nos ha acercado la coordinadora de los CDR (Comités de Defensa de la Revolución) con conocimiento de quiénes somos; pero sabe que no vamos a hablar de política ni a manifestarnos contra el gobierno, así se informa a los habitantes de la localidad. Pero pienso que debemos sacar el debate a la calle, no quedarnos en los foros, sino aterrizar más en nuestras comunidades. Debemos ampliar nuestra base ciudadana a partir de proyectos como Consenso Constitucional, llegar al ciudadano de a pie, y ahora mismo tenemos una gran oportunidad con el llamado Decenio de los Afrodescendientes, lanzado por Naciones Unidas.
Ha usado varias veces el término "empoderamiento" y también lo escuché durante el Foro Raza y Cubanidad. Me preocupa, cuando se habla del empoderamiento de los afrodescendientes, el peligro de excluir a los cubanos blancos o no afrodescendientes, también pobres y en desventaja social…
Estoy de acuerdo. Para nosotros también cuentan los blancos extremadamente pobres que son muchísimos en este país. Aunque consideramos que las personas blancas pueden tener más oportunidades por su imagen, ya que vivimos en una sociedad donde prima la ideología del blanqueamiento. Conozco comunidades en la Sierra Maestra, Baracoa, el Escambray y el Cotorro, en La Habana, donde la mayoría es blanca y extremadamente pobre. Hemos comenzado por nuestra propia comunidad, porque, de no hacerlo, quién lo hará por nosotros; pero no estamos de espaldas a esa realidad. Como sociedad civil, nuestra política es la inclusión.
¿El CIR está integrado solo por personas negras?
También por personas blancas. Dentro de la llamada oposición o sociedad civil he tenido fuertes discusiones porque algunos nos ven como una especie de black power cubano o algo parecido al Partido Independiente de Color (PIC). En esto funciona la tecnología del miedo al negro. En Santiago de Cuba, alguien intentó vendernos esa idea de una especie de refundación del Partido Independiente de Color y dijimos que no vamos en esa dirección. Para nosotros es importante que en nuestra organización militen tanto personas blancas como negras, comprometidas en la lucha contra el racismo. Dentro de la oposición, para restarnos membresía, se ha orquestado la campaña de que nuestra mentalidad es la del Partido Independiente de Color o la de los afronorteamericanos. No es cierto. Estamos abiertos a todo el mundo. Incluso, planteábamos en el evento que uno de nuestros retos es incorporar a más mujeres. Ellas son las más sufridas con el racismo.
Me llama la atención que resalte que la filosofía del CIR no es la del Partido Independiente de Color. ¿Cuál es su valoración de ese partido?
Fue el más progresista de su época. Muchas de sus demandas están aún vigentes. En mi primera visita a EEUU pude visitar el Departamento de Estado y vi la graduación de los diplomáticos para el servicio exterior norteamericano. De los cincuenta y tantos que pudimos contar, treinta y tantos eran afronorteamericanos. Luego vi a varios afronorteamericanos con poder de decisión en determinadas esferas en el Departamento. Dos meses después de regresar a Cuba, había una graduación de diplomáticos. Los vi en el Monumento a José Martí, 35 o 40. El más oscuro era como tú (negro de piel clara). Revisité la foto de la graduación del año previo, publicada en Granma, y ninguno era afrodescendiente. Esa fue una demanda del PIC, la presencia de afrodescendientes en el servicio diplomático. También lo fue de intelectuales como Juan Benemelis, de Carlos Moore, que en su momento integró este servicio, y de personas que en los años sesenta abrazaron la idea del empoderamiento de la población negra, y fueron condenados al ostracismo. Abrazamos muchas de las ideas del PIC, pero sería un error que el CIR fuese una organización solo de personas negras. Debemos hacer un trabajo de concientización para que más personas blancas se incorporen.
En su comparación de nuestra sociedad con la norteamericana, parece haber ventaja para esta última, teniendo en cuenta lo que ha dicho sobre la presencia de afrodescendientes en el cuerpo diplomático. ¿Hasta qué punto es así, teniendo en cuenta los últimos acontecimientos ocurridos allí, donde policías blancos han matado, impunemente, a afronorteamericanos?
Estados Unidos es una sociedad muy racista, muy lejos de ser una sociedad postracial. Allí pude ver que hay una nueva forma del Jim Crow. El fundamentalismo religioso de la llamada extrema derecha cristiana y movimientos como el Tea Party contribuyen mucho al racismo. Mientras el gobierno decretó un día oficial para Martin Luther King, en muchos estados del Sur no se conmemora. El racismo allí no es solo hacia los negros, sino hacia la comunidad latina. Da miedo ver a las milicias de supremacía blanca entrenando a la vista de todos. En internet, una foto donde aparecen los miembros del Ku Klux Klan a caballo, ayudando a los policías a reprimir los disturbios de afronorteamericanos por los asesinatos en Ferguson. Pero la democracia permite todas esas cosas. Estamos muy conscientes del racismo de EEUU, aunque te encuentras a personas de la sociedad civil o a cubanos que viven allí y afirman que no hay racismo.
Teniendo en cuenta el panorama que ha descrito, ¿queremos que llegue la democracia a Cuba, asumiendo que Estados Unidos es un país democrático?
No es solo en Estados Unidos. También en países democráticos europeos donde los campañas contra los judíos, los negros, y ahora mismo, contra los musulmanes, son legales. Pero eso no puede ser pretexto para que no llegue la democracia a Cuba. Personalmente pienso que la democracia debe tener ciertos límites; no se debe permitir nada que promueva la cultura del odio contra ningún grupo ni etnia. La cultura del odio pone en peligro la democracia.
También durante el último Foro Raza y Cubanidad se contrastó el hecho de que en EEUU los afrodescendientes protestan ante los sucesos, y exigen derechos, a diferencia de los afrocubanos. ¿Por qué cree que sucede esto? ¿No será que los afrocubanos no se sienten realmente discriminados, ni con exigencias que hacerle al gobierno?
Primero, en la sociedad norteamericana hay un Estado de Derecho. Las organizaciones tienen autonomía y están registradas legalmente, tienen acceso a los medios, a diferencia de Cuba. Nosotros desarrollamos nuestro trabajo en un escenario hostil. Durante las dos primeras ediciones del Foro, la Seguridad del Estado montaba grandes operativos. Permitían la inauguración, pero no el desarrollo del evento. Había extranjeros que venían a participar como ponentes: a uno le impidieron entrar al país, a otro lo expulsaron, a otro lo declararon persona no grata. No sucede ahora. Han cambiado algunas cosas.
Un 21 de marzo, 2009 o 2010, Gisela Arandia, de la Plataforma Color Cubano, nos había invitado a un evento en la Sala Villena. Se iban a analizar las palabras de Fidel Castro sobre el tema racial en 1959. La Seguridad del Estado montó un operativo dentro de la propia UNEAC, no se dirigieron a nosotros, pero a ella le dijeron que no podíamos entrar, y ella nos lo transmitió. Así sucedió también en la revista Temas. Durante mucho tiempo fuimos y no pedíamos la palabra para que no se interpretara como una provocación. Pero llegó el momento en que se montaban operativos para impedirnos entrar; tampoco se hablaba directamente con nosotros. Los animadores de la revista eran los encargados de decírnoslo.
Sin embargo, el pueblo cubano en su momento enfrentó a la metrópoli española, a las dictaduras de Gerardo Machado y Fulgencio Batista. Las personas exigían sus derechos en las calles…
Somos también una sociedad de nicho. Para los más desfavorecidos es más fácil participar de un hecho delictivo que reaccionar pacíficamente con las acciones que proponemos nosotros. Sienten miedo al oír términos como derechos humanos, sociedad civil, que durante mucho tiempo han sido satanizados por el gobierno. Ellos han empezado a hablar de sociedad civil en los últimos años, pero con el apellido de socialista. La revista Isla ha sido un puente con la comunidad, particularmente con el movimiento de Hip Hop, los rastafari, las llamadas tribus urbanas. Pero las personas aún sienten reservas, no nos saludan en la calle. Sucede también con nuestros amigos intelectuales, a quienes respeto.
¿Cómo es su relación con sus vecinos?
De respeto, aunque para ellos, soy el enemigo. Por ejemplo, si viene un diplomático o cualquier extranjero, lo marcan. Nunca he usado la política como camisa de fuerza para imponerme, no doy peroratas, ni les he dado El Nuevo Herald. Más allá de mis vecinos he recibido muchísima solidaridad de personas que trabajan en el entorno y me han avisado cuando alguien me ha estado siguiendo. Cuando se dio la noticia del 17 de diciembre, algunos me felicitaron porque saben que defendemos la idea de que se levante el embargo, que está obsoleto, daña a la población y ha servido de escudo al gobierno. Creo que el discurso de plaza sitiada se desmonta ya.
En el texto "Afrodescendientes y la saludable construcción de las alianzas", de la revista Identidades, usted afirma: "El movimiento afrocolombiano está consciente de que existen puntos de contacto entre ser afro y ser LGBTI". ¿Qué puntos son esos, cómo explica la existencia de afrodescendientes homofóbicos y de personas LGBTI racistas?
En 2013 comenzamos a trabajar con una ONG llamada Corporación Caribe Afirmativa, que trabaja tema LGBTI y comunidad afrodescendiente en Colombia. A partir de nuestra cultura machista, falocéntrica y homofóbica, nunca habíamos tenido en cuenta la situación de los negros que son parte de la comunidad LGBT. Hemos aprendido muchísimo de esta plataforma colombiana. Sabemos que estas personas sufren por partida doble. En nuestra sociedad racista y homofóbica no se concibe que seas negro y "maricón"; negra y lesbiana. La sociedad te condena más.
A partir del contacto con esa y otras plataformas colombianas, nos dimos cuenta de que debíamos incorporar esa comunidad a nuestra agenda. No es lo mismo en Cuba ser blanco homosexual, muchas veces en posiciones de poder, que ser negro homosexual. Las desventajas son kilométricas. Pero aunque hemos aprendido mucho de los movimientos en Colombia y Brasil, en estos países aún no se logra una conexión horizontal entre ambas comunidades. Ambos están entre los países con mayor índice de asesinatos de homosexuales.
Cuba no escapa a esta violencia contra la comunidad LGBTI, aunque en menor medida, y generalmente los afrodescendientes también son verdugos. Los he visto en la calle y desde mi luneta, que es mi balcón, por las noches. La calle 23 se ha convertido en una zona de prostitución masculina donde priman los travestis, y he visto a muchos afrodescendientes ser verdugos de estas personas. En Colombia nos pidieron incorporar a alguna persona de la comunidad LGBTI a estos talleres que se imparten allá, y contribuimos entregándoles una organización llamada Alianza Arcoiris. La mayoría de sus integrantes trabajaron en el CENESEX. Estamos trabajando juntos, sensibilizándonos con su lucha, pero dentro de esa misma comunidad el racismo está a la orden del día. Lo hemos experimentado. Como en Cuba no hay un sistema de prevención y educación contra el racismo, hay gente que lo considera políticamente correcto y no lo esconden.
Teniendo en cuenta los últimos acontecimientos. ¿Qué beneficios pueden esperar los cubanos más desfavorecidos, entre los que los afrodescendientes son mayoría, del restablecimiento de relaciones entre Cuba y Estados Unidos?
El mensaje de Obama fue bienvenido por gran parte de la población cubana. Otros lo han recibido con escepticismo. Conozco personas de a pie que entregaron su juventud a la revolución, pelearon en Playa Girón, participaron en zafras millonarias, misiones internacionalistas, rompieron con partes de sus familias por problemas ideológicos y ahora se preguntan: "¿dónde quedo yo? En mi juventud me enseñaron que el Che decía que al imperialismo ni un tantico así".
Hay gente con escepticismo, dudas, rabia. Pero otros piensan que habrá muchas oportunidades, y yo también. Cuando he presentado en Estados Unidos imágenes de las comunidades adonde hemos llegado con el Proyecto Animando Sonrisas, ha habido personas sensibilizadas, tanto entre los cubanos como entre los afronorteamericanos; entre estos últimos, dos empresarios me han preguntado qué pueden hacer para ayudar, o al menos apadrinar a diez o veinte niños. Creo que esas cosas serán posibles ahora, porque los negros cubanos son los que menos han emigrado allí, entre otras cosas porque la narrativa oficial siempre nos enseñó que aquel era el peor destino para un negro. Los negros cubanos que son parte de nuestra comunidad trasnacional están en Canadá, España, Italia, Noruega, Suecia, países donde el racismo está resurgiendo quizás con más fuerza que en EEUU. Hay más optimistas que escépticos en ambas orillas.
¿Qué significa para la sociedad civil?
Puede ser muy positivo, aumentará el flujo de intercambios. Pero lo más importante es que ese discurso sobre el supuesto enemigo, que sirve de pretexto para tantos atropellos y violaciones de los derechos de la sociedad civil, se irá desmontando lentamente.
¿Puede hablarse en Cuba de un movimiento afrodescendiente articulado?
Yo apostaría más por un movimiento de integración. Nuestro punto de partida es la racialidad, pero debemos trabajar en base a los otros discriminados. Yo buscaría un movimiento de cubanos, que no existe. En eso coincido con Roberto Zurbano, quien afirma en un artículo que aún no estamos frente a un movimiento nacional contra la discriminación.