Dos postes negros me dan la bienvenida al Memorial Cubano de Miami, pequeños trozos de hierro que alguna vez sostuvieron un cartel y que ahora son la prueba material del vandalismo a que está siendo sometido el desolado lugar.
Hay letras de metal abolladas, losas apedreadas, espejos dañados intencionalmente y gotas de pegamento que ruedan por la cubierta del monumento. Por suerte, sus muros no han sido descubiertos por los grafiteros, esa plaga juvenil que se ensaña con todo lugar público de la ciudad.
El monumento parece inspirado en la pared conmemorativa de los caídos en Viet Nam que fuera inaugurada en Washington en 1982. Repite el concepto de los nombres de las víctimas tallados sobre un muro de granito negro, pero esta vez con forma de estrella y rodeado por palmas reales.
Un joven corredor interrumpe mi inspección, un tipo sudado, de respiración agitada, que aprovecha los bancos de la instalación para completar su ciclo de ejercicios. El corredor y yo somos las únicas presencias en el lugar esta mañana de viernes. Un vigilante a bordo de un carro de golf pasa demasiado lejos del lugar, el conductor ni siquiera desvía la mirada hacia el Memorial.
Increpo al descamisado atleta por darle semejante uso al monumento y sin abandonar su rutina de flexionar piernas y contraer estómago me responde que ningún letrero prohíbe sus abdominales. El muchacho tiene razón, hay advertencias de cámaras de seguridad pero no prohibiciones de actividades físicas.
Me bato en retirada haciéndole un llamado al respeto y al sentido común para continuar con mi conteo de daños.
Alguien ha rayado el muro de granito negro hasta volver ilegible el nombre de una de las víctimas, un acto mucho más grave que las pequeñas fechorías y las transpiraciones de atletas. Un repaso rápido por el resto de las paredes me permite corroborar que son varias las laceraciones de este tipo y que los daños son irrecuperables.
Pero la supuesta profanación no parece obra de unos provocadores temerarios e irresponsables, es más bien el trabajo de un profesional, alguien que se ha dedicado a tachar ciertos nombres sin afectar los bordes o los dibujos del panel.
No hay uniformidad en el orden de los nombres eliminados, tampoco parecen elegidos al azar. Por ejemplo, en el panel de la letra B ha sido borrado alguien cuyo nombre comenzaba con C, de apellido Benítez y que por el orden del espacio la letra del nombre debe ser la O, por lo que bien pudiera tratarse de Conrado Benítez, maestro voluntario muerto en el Escambray en 1961 y venerado como héroe por el Gobierno de Cuba.
En el panel de la letra S, casi llegando al suelo, falta el nombre de alguien de apellido Santiago y nombre con A, casi seguro Antonio "Tony" Santiago, comandante y agente de la seguridad cubana que murió en una operación de infiltración hacia la Florida.
Contacto con activistas del exilio y me conforman mi versión: "Se colaron nombres del otro bando en el monumento".
Así que los rayones son remiendos, no afrentas.
Entre las personas que consulto no quedan claras las causas que llevaron a incluir estos nombres en el listado, las teorías van desde errores y desconocimiento por parte de los autores de la selección, hasta acusaciones de espionaje y conspiraciones desde La Habana.
Un representante de lo que algunos llaman el exilio histórico me llega a decir que el monumento es un reflejo del Miami de hoy, donde los buenos están obligados a mezclarse con los malos.
Alejandro Cruz, el encargado de un archivo de fotos históricas de Cuba, me pide que me calle, que no diga nada, que no hay necesidad de darle publicidad a estos rayones.
Pero la reacción más original la escuche del analista político Jorge de Armas, quien me asegura que en dependencia de cómo se interprete el concepto y la categorización de mártires hasta Conrado Benítez y el comandante Tony Santiago pueden ser contemplados como víctimas indirectas del comunismo.
Por lo pronto prefiero defender la autenticidad y el valor del mausoleo, que cumple su primer aniversario en el paraje solitario donde lo levantaron, exhibiendo nuevas cicatrices en su espalda, pero sosteniendo su legado, imponiendo presencia con la torre que se levanta en su centro, visible en la distancia, inmensa e incólume, con la bandera cubana en cada una de sus caras, dando fe del sufrimiento y las víctimas de nuestra isla, rescatando del olvido los nombres de los miles de cubanos fallecidos en este cruento enfrentamiento de más de 56 años.