La Mesa Redonda trasmitida en la noche de ayer viernes 20 de marzo, bien puede pasar a la historia como el secuestro público de la realidad de los negros en Cuba. Bajo el titular: El tema del Racismo será puesto este viernes sobre la Mesa con la participación de reconocidos intelectuales cubanos, los allí presentes asumieron "el asunto" desde una perspectiva bodeguera.
Con la desabrida moderación de Arleen Rodríguez, los "intelectuales" Heriberto Feraudy, Jesús Guanche (presidente y miembro de la Comisión Aponte respectivamente), Rodrigo Espino (jefe de investigación del Instituto Juan Marinello) y José Luis Estrada (jefe de redacción del periódico Juventud Rebelde), protagonizaron lo que durante 60 minutos insistirían en llamar "debate", pero que terminaría siendo un juego malabar para decidir "cómo llamarían a los negros" sin emplear, según el consenso de los cinco conjurados, "un lenguaje colonial racista heredado".
El primer indicio del secuestro, en todo caso la voz del negro cubano y con ella su realidad, se planteó en la composición misma del panel. Es decir, en las ausencias del panel. Allí no estuvieron quienes en los últimos 15 años, para fijar un punto de partida cualquiera, han sido más que activistas, pensadores y propiciadores de espacios, criterios polémicos y abundante literatura sobre raza y género. Allí no se incluyeron, por citar solo tres ejemplos intelectuales, a Tomás Fernández Robaina, a Víctor Fowler o Roberto Zurbano.
Las pautas que concretaron el secuestro fueron trazadas por Arleen Rodríguez: llamar a José Luis Estrada "no blanco" significó el toque a degüello. Pero su guinda al pastel, sin dudas, la aportó con una advertencia: "aunque el Comité Central del Partido tiene que ser una representación del pueblo, allí se llega por las condiciones de la persona". La fórmula es simple; si los negros cargamos con la peor parte de la desventaja social acumulada, criterio consensuado por los sentados en torno a la mesa de ayer, no es difícil concluir que los negros se las verán negras para acceder a cualquier forma de poder político en pos de transformar sus realidades socioeconómicas. Es decir; el capítulo continuará.
La perpetuidad del secuestro llegó de la mano de Heriberto Feraudy, cuando lamentó que "en Cuba no existe cultura de la denuncia sobre prácticas racistas". La indignación del movimiento rapero debió ser descomunal en tanto su discurso, en casi dos décadas, no solo ha practicado una "cultura de la denuncia" sobre la discriminación racial, sino también sobre la violencia de género, la ausencia de libertad de expresión, la violencia policial y un sinfín de atropellos gubernamentales.
Vender a la Comisión Aponte como paradigma de "activar cátedras y planes de acciones pedagógicas" para ventilar el tema del racismo fue el clímax del secuestro. El espacio de pensamiento Shankofa, el activismo de los gestores de Grupo Uno y La Fabrik, y los espacios teóricos de los Simposios Internacionales de Hip Hop (ejemplos) fueron pioneros de verdaderas acciones ciudadanas, desde las comunidades, para visibilizar el problema negro. Ninguno de estos espacios existe en la actualidad. Con eficacia, las autoridades gubernamentales se encargaron de su desarticulación. No pocos textos se han ocupado (y se ocuparán), con lujo de detalles, a develar los trasfondos y contextos que conllevaron a la desaparición de espacios públicos en torno a estas acciones cívicas.
El supuesto "diálogo no separado", en palabras de Arleen Rodríguez, servido ayer en la Mesa, no merece siquiera ser extendido más allá de significar la evidencia de que el Estado sí lo controla todo y que no se permitirá, mientras dure su concepción del mundo, ceder un ápice de su monopolio sobre los espacios públicos.
Que Díaz Canel "se halla encargado personalmente [narró Feraudy] de monitorear mensualmente el plan de acciones de la Comisión Aponte, entre ellas, la inclusión de un programa en los contenidos del Ministerio de Educación Superior", es a todas luces indicativo de que no habrá autonomía de pensamiento crítico.
Aun así, hubo que reconocer el "optimismo", como refería Arleen Rodríguez, "y la buena vibra" del conclave. Aunque al final nunca se supo cómo nos llamarán en lo adelante a los negros, ni cuál será el precio exigido por los captores. Tal vez esas respuestas hubiesen llegado a través de las llamadas telefónicas de ciudadanos al programa, pero que, lamentablemente, se disculpó Rodríguez, "no fue posible por no saber yo manejar el tiempo".