Ahora es obvio. Hemos vivido todo al revés. La Historia como Horror en las manos criminales de la Seguridad del Estado cubana, órgano no tanto de control como de creación de escenarios. Nuestra existencia entera transcurre en clave de castrismo con nuestra propia complicidad.
Fue obvia la necesidad de un mártir en las cárceles de la Isla, un pretexto sin demasiado valor de uso, desechable, asesinato barato para hacer catarsis colectiva y contar con un pretexto para que el gobierno de La Habana deportase de una vez la carga muerta de los presos políticos de la Primavera Negra de 2003. Ese mártir hoy ya otra vez anónimo, que fue empujado entre todos a su conveniente cadalso, se llamó Orlando Zapata Tamayo. De él no quedan ni sus restos mortales en nuestro país, mientras que su exagerada familia languidece en la solvencia de Miami.
Es obvio que el cardenal Jaime Ortega y Alamino fue el buche amargo que el régimen de Fidel Castro, chantajeando a la jerarquía católica nacional, le impuso al Papa Juan Pablo II, enemigo jurado del comunismo mundial. El cardenal cubano no sólo es violador de varios de sus propios votos sagrados, sino que es un ministro tan miserable que fue capaz de telefonear uno a uno a esos mismos presos políticos de la Primavera Negra del 2003, para coaccionarlos a que se fueran de Cuba o que se atuvieran a las consecuencias.
Nunca antes en siete años Jaime Ortega y Alamino les había enviado una pomada analgésica, por ejemplo, ni les había permitido una misa mínima, ni les había hecho al menos una simple llamada por Navidad, ni a ellos ni a sus familiares. El perverso purpurado cumplía órdenes esta vez de Raúl Castro, quien le facilitó los contactos expeditos con cada cárcel, y lo autorizó a dar conferencias de prensa desde la Catedral de La Habana hasta Harvard. Pero Cuba entera bien sabe que esas llamadas terminales no se hicieron desde el Arzobispado de La Habana, sino desde la Plaza de la Revolución.
Esa labor de títere del totalitarismo, a cambio de propiedades devueltas, seminarios de estreno, procesiones de la muñequita madre de todos los cubanos, y sobre todo silencio, mucho silencio sobre los escándalos provocados dentro de la vida sacerdotal —incluidos sexo y suicidio y ambos—, esa faena de falangista del fidelismo lo llevó a ofender en persona a la nueva líder de las Damas de Blanco, cuando en una entrevista privada con Berta Soler en agosto de 2012 el Cardenal le dijo que ella tenía cero nivel cultural y que había politizado a un movimiento que, toda vez expatriados por él los presos políticos, ya no tenía razón de ser.
Las Damas de Blanco llevaban más de un año implorando esa entrevista con su Eminencia Reverendísima. Meses atrás habían asesinado a Laura Pollán ante la indolencia o acaso la idiotez de media sociedad civil. Un par de semanas antes habían juzgado de manera sumarísima a Oswaldo Payá en una carretera cubana, antes de ejecutarlo in situ extrajudicialmente. En ambos casos, Cuba también sabe que ambos crímenes fueron consensuados con el cardenal cómplice, quien envidiaba a Oswaldo Payá al punto del odio y, además de dar órdenes para que lo censurasen de todas las publicaciones católicas cubanas, creaba zafarranchos de histeria cada vez que el líder del Proyecto Varela entraba a un templo para consagrar esta iniciativa civil ante el altar mayor. Es inconcebible la aparición de Jaime Ortega y Alamino en la capilla ardiente de Oswaldo Payá si no hubiera recibido la orden de lapidarlo desde el Consejo de Estado.
Es obvia ahora la hoja de ruta de la reforma migratoria. Como obvio fue el envío a Cuba de Alan Gross por parte de los agentes de influencia castrista en Washington DC. Así mataron a una bandada de pájaros sin un tiro, incluida la labor solidaria de la USAID, que ya nunca más pondrá un centavo para el apoyo a la democracia en nuestra nación, santificando al cambio-fraude en Cuba como legítimo. Mientras tanto, el Center for Democracy in the Americas junto a decenas de ONGs de la capital norteamericana, viajan muchas veces al año a Cuba, haciendo lobby pro-castrista en cuanta revista o congreso aparezca, donde reconocen con impudor que la Seguridad del Estado les dicta su agenda en la Isla, al limitarles toda interacción con la oposición cubana. Los congresistas anti-Congreso como el demacrado demócrata Jim McGovern son los catalizadores de estas licencias, donaciones, y etcéteras sin ética.
También Barack Obama y su anti-norteamericanismo es obvio en esta ecuación. Le estrecha la mano a los Premios Sajarov cubanos que van quedando vivos, y el Departamento de Estado hasta se conduele de una hija huérfana que reclama justicia tras el doble atentado mortal del castrismo el domingo 22 de julio de 2012. Pero es con ese mismo general que ejecutó tales asesinatos con quien la Casa Blanca se pone a hacer chistes por teléfono, prueba más que suficiente para despenalizar a la dictadura de toda sospecha terrorista, y encima premiarla con billones de dólares, con la reducción a cero de la voluntad electoral del exilio, y con la plusvalía de unas relaciones diplomáticas que por fuerza harán del refugiado cubano el último de los inmigrantes latinoamericanos.
Ahora es obvio que con la libertad de opinión en Cuba no basta. Que ni medio ni catorce y medio periódicos independientes significarán una alternativa para la auto-transición del poder al poder que ya está a punto de caramelo dinástico en nuestra patria.
Ahora es obvio que los presos políticos son la mejor moneda de cambio de la tiranía, que hasta la heroicidad ayuda a los usurpadores de la nación en sus trueques, de paso distrayendo el tema principal de esta letanía letal: que el pueblo cubano, así en la Isla como en el exilio, jamás participará de nuestra vida social; que el pueblo cubano ni siquiera es válido como concepto ante el clan Castro, de cara a las inversiones no sólo de las monarquías asiáticas y africanas, sino tampoco ante la Unión Europea ni la Cámara de Comercio de los Estados Unidos ni los tycoons cubanoamericanos ni, por supuesto, Google. Habrá internet y dictacracia. Habrá Bolsa de La Habana y despotismo. Habrá incluso sufragio universal después de 2018 y monopartidismo. Es la comparsa del capital. Y la estrella de semejante carnaval se llama hoy el castrismo.
Ahora es obvio. No se manda un país como un campamento militar, pero sí un campamento militar como si fuera un país.