Si alguien baila o toca tambores en la calle un 17 de diciembre en La Habana es por San Lázaro, por Babalú Ayé. La gente no se ha dado por enterada de que sus vidas pueden estar al borde de un cambio importante.
"Si los gobiernos intercambian espías, qué nos importa", dice un vecino de Alamar, "vamos a ver cuál será el pretexto ahora". Para muchos el embargo o el bloqueo no ha sido más que un pretexto del Gobierno cubano para acentuar la miseria que el pueblo ha padecido por más de 50 años.
Para otros, el embargo ha sido muestra de "lo malo que son los norteamericanos".
En algunos espacios públicos de La Habana Vieja, como los almacenes de San José, la comunicación entre ambos presidentes parecía una banda sonora distorsionada: primero, porque la acústica era muy mala; segundo, porque la gente no entendía nada de lo que estaba pasando. Así lo dejó claro uno de los jóvenes que, parado en la puerta de los almacenes, propone taxis, hospedajes y tabacos: "¿Qué pinga está pasando? No entiendo nada".
A la una de la tarde, el noticiero de la televisión cubana hablaba del sobrecumplimiento de la zafra, mientras Telesur repetía los discursos de Raúl y Obama.
"¿Eso significa que habrá más comida? ¿Que podremos viajar al Yuma? ¿Que tendremos internet a full?", me llama un amigo que tampoco entiende nada y que supuso que yo estaría más informada.
Otro me envía un sms irónico: "¡Estamos salvados! ¡Ahora los Estados Unidos le comprarán a Cuba todo el tabaco y el níquel!".
El único gesto de espontaneidad que se ve ocurre a las tres de la tarde, con el cartel de colorines y letra infantil que colgaron en la puerta de una escuela primaria, en la calle Teniente Rey, en La Habana Vieja.
Tampoco en el Reparto Eléctrico, ni en La Víbora ni en el Vedado ha pasado nada. "El fervor revolucionario no sé dónde ha quedado", dice un viejo que vende periódicos. "Eso sí, hay mucho policía en la calle pidiendo carnet a negros y recogiendo locos", dice y señala cómo en el paso peatonal de Obispo se llevan a alguien que pedía dinero a extranjeros.
En la esquina del cine Yara, las cámaras de Telesur encuestan —a quien se deje— para un programa especial "por la devolución de los tres", sin decir cuáles tres.
"No ha habido histeria política hasta el momento. No ha habido un 'nos los devolvieron porque nos los tenían que devolver', como se hubiera dicho ya públicamente si el que estuviera al mando fuera Fidel Castro", dice alguien que parece tener más criterio sobre política.
Y a las 4:35, la primera y única algarabía. Pasa frente al Pabellón Cuba la caravana que lleva a los recien excarcelados. "Coño, viajaron por Bluetooth", dice uno de los jóvenes que sale a ver por curiosidad.
"Lo único que no me pueden quitar es la Ley de Ajuste Cubano o que me avisen, pa' tirarme en una lancha mañana", dice otro que se conectó con el tema.
"Yo me alegro mucho, mijta", dice una señora que "sabe del amor de madre que tiene hijos presos. Pero también me alegro por el americano, que debe haber pasado aquí más de que lo que pasaron los nuestros allá".
Las aglomeraciones en La Habana son por lo mismo de siempre: una rebaja, la espera de la guagua, la cola de Coppelia. La sede del Partido Provincial estaba vacía.
Puede que en la Universidad de Ciencias Informáticas (UCI) se haya gritado mucho, pero a las seis de la tarde en las calles cubanas aún no habían dado la orden de salir a festejar.