"¿Eh, y la muchacha bonita que siempre me hornea la pizza a mi gusto?"
Es domingo 19 de octubre, 1:30 pm. Quien pregunta es un joven veinteañero, cliente habitual de la cafetería El Toldo, en la avenida principal del Reparto Eléctrico; a un costado del parque infantil.
No hay respuestas, solo rostros demasiados tensos y nerviosos para una tarde de domingo. Finalmente, una de las vendedoras, de reojo y en susurro, le dice: "su novio la mató, hace como cinco horas", y rompe a llorar.
Los detalles se los amplía el ponchero, pues tiene su negocio ubicado justo al frente de la cafetería. "Asere, esa chamaca no se merecía eso. Conozco también al tipo, que la maltrataba al extremo; hasta que ella se cansó y lo acusó. Él estaba en prisión preventiva hasta el día del juicio, pero todo indica que le dieron pase. Ni siquiera discutieron porque solo se escucharon de repente los gritos y nadie tuvo tiempo de reaccionar. Le dio ocho puñaladas, menos mal que todavía no había niños en el parque".
El joven veinteañero no da crédito a lo que escucha; siente incluso algo de culpa porque solía coquetearle a la muchacha. Tampoco puede dejar de pensar que estos hechos violentos se han ido tornado habituales, y comparte su preocupación con el ponchero.
"Mira sobrino, no sé en qué país tú vives, pero si de verdad te preocupa la realidad tienes que caminar barrio adentro, y no solo en este, para que te des cuenta que no solo en las películas del sábado hay violencia. Sale a caminar la calle y verás".
Lo que tampoco logra explicarse el joven es "cómo alguien en custodia preventiva, en espera de juicio, obtiene un pase".
La Ley 62 del Código Penal —artículo 261— sanciona el homicidio con una pena de entre siete y quince años de privación de libertad. Con un buen comportamiento —entiéndase trabajar y participar en los planes de reeducación que auspicia el Departamento de Prisiones subordinado al Ministerio del Interior— cualquier recluso sancionado por este delito saldría en libertad condicional a los siete años, incluso menos porque la norma es sancionar el delito a diez años; y a partir de cumplirse un tercio de la sanción tiene la posibilidad de salir regularmente de pase.
"Estas bondades, que supuestamente deben conducir a la reinserción social del individuo, permiten por otro lado y en cierto modo que se condicionen los comportamientos violentos que suelen llegar a convertirse con frecuencia en homicidio", asegura Dianelys Martínez, ex jueza del Tribunal Municipal del municipio Plaza.
Esta perspectiva se confirma cuando se sigue, al pie de la letra, la advertencia del ponchero, sin que ello signifique exponer, peyorativamente, la vida y a la gente de los barrios.
"Cometer un homicidio, mi ambia, ya no representa una muestra de verdadera hombría como en mis tiempos —cuenta Rogelio, personaje que goza de respeto en los ambientes habaneros—. Incluso para llegar a esto debían concurrir todas las circunstancias. Se mataba por razones de peso; por defender tu honor, tu vida o tu sangre. Hoy los menores se llevan a cualquiera del aire porque la ley es menos recia con ellos. Cualquiera se lleva a cualquiera del aire por lo mínimo. Se sabe que casi nadie cumple ni siquiera los diez años que te echan en el tanque; hay gente que sale a los cinco años por buena conducta, o que salen de pase a los tres. Con esas condiciones cualquiera mata monina. Yo tuve que jalar veinte años por lo mío, en el 65".
Celia tiene secuelas que van más allá de perder a un familiar. Todavía habla sobre el asunto con gravedad. Su testimonio no tiene afeites, ni es afectado. Duele escucharla porque habla desde el corazón y a través de los ojos.
"A mi esposo le quitó la vida Marquitos, a quien vi crecer, por una simple discusión en una cola para comprar hamburguesas, en el año 95. Fue delante de mi hijo que tenía entonces 13 años y quedó traumatizado con tratamiento psicológico para toda la vida; ni siquiera pudo culminar sus estudios. Yo me enfermé de los nervios cuando a los dos años de estar cumpliendo condena Marquitos salió de pase. Al final solo cumplió cinco años de la condena de diez. Y mira tú, hace menos de un año lo mataron a él; de dos tiros, otro que tampoco lo pensó dos veces. No me alegré; al contrario, me puse a pensar que algo anda mal en las leyes cuando se asesina con tanta facilidad".
El suceso de la calle 27 y 4, en Nuevo Vedado, acompaña a Niurka como una imagen congelada, incluso casi dos años después. No ha logrado tener desde entonces una pareja formal, tiene mucha desconfianza hacia los hombres.
"Ese día yo hacía el turno mañanero en la fregadora de la esquina. Vi a un muchacho salir del portal de la casa de enfrente y creí que era algún mecánico o algo porque no era de zona. Se cruzó con otro muchacho en la acera y le dijo '¿tú no la querías?, pues ahí en ese portal te la dejo', y siguió de largo. No entendí nada hasta que se oyeron los gritos del otro. La había matado, a cuchillazos. Al otro día, la familia de esa casa puso un cartel de se permuta".
Cierta impunidad en la aplicación de las sanciones propicia un alto índice en el delito de homicidio. La última reforma en el código penal cubano agravaría solo a los delitos relacionados con las drogas que ampliaron, casi el doble, la privación de libertad. Los relacionados con el homicidio quedarían intactos.
"Lo que no sale nunca, ni siquiera en los casos que recrea el programa Tras la huella, es la creciente ola de homicidios y violencia que se vive cotidianamente en Cuba, y mucho más en provincias"; alega un informático natural de Campechuela, graduado de la UCI.
"En la prensa solo se reflejan los accidentes de tránsito o solo aquellos hechos connotados que no hay modo de ocultarlo, como el de La Habana Vieja o el de hace años en Artemisa, donde las víctimas incluían niños. Pero en cualquier computadora de cualquier casa se puede encontrar mucha documentación gráfica de los casos donde la mayoría de los homicidios son contra las mujeres. La gente se los pasa, no por morbosidad, sino para conocer de cerca la realidad que también se vive y que el Gobierno intenta ocultar bajo la alfombra. Ni siquiera existen estadísticas oficiales sobre ello".
Las dos vendedoras de la cafetería El Toldo evitan hablar del tema. No habrá nada en el resto de sus vidas que pueda superar el haber sido testigo de semejante hecho. Lo ocurrido a su compañera de trabajo fue casi ante sus ojos; quedaron paralizadas.
Entre lágrimas, una de ellas solo se repite, "no es posible, no es posible que ese hombre haya salido de pase solo para venir y hacerle esto. Se supone que estaría en prisión hasta el día del juicio. Tengo mucho miedo y no sé si pueda testificar contra él en el juicio sin la garantía de que estará preso de por vida. No es posible".