Esta mañana me llegó un email de Nespresso promocionando una de sus nuevas cápsulas de café, llamadas Cubanía.
Además de agradarme el diseño y el uso de la identidad cubana para este producto de Nestlé, me trajo un recuerdo ya casi olvidado: el test de cubanía de los suecos.
Por octubre o noviembre de 1992 yo vivía en un campamento de inmigrantes a unas 20 millas al norte de Estocolmo, Carlslund. Estaba allí esperando una segunda entrevista por las autoridades de inmigración donde se definiría si me expulsaban o me daban derecho a quedarme a vivir en el país.
En Carlslund vivían temporalmente iraníes, turcos, iraquíes, yugoslavos, y un grupo pequeño de cubanos. Todos esperábamos la decisión de las autoridades, que devolvían semanalmente a sus países de origen a quienes no cumplían los requisitos para ser acogidos y protegidos por el reino de Suecia.
Por esos años tenía las riendas del gobierno sueco un partido de centroderecha liderado por Carl Bildt, actualmente ministro de Relaciones Exteriores. Su política hacia el gobierno de La Habana no era precisamente tan amistosa como lo había sido antes la de otros gobiernos suecos de izquierda. Por eso corría el rumor en el campamento de que los cubanos estaban salvados con la administración de Carl Bildt: a todos, tarde o temprano, nos darían el permiso de residencia.
Ya para finales de año los rumores comenzaban a ganar credibilidad al ver como casi todos los cubanos se quedaban, por lo que comenzaron a abundar los falsificadores y compradores de identidad cubana. Por momentos, el pasaporte cubano en el mercado negro subió de unos meros 100 o 200 dólares a 5.000 o 10.000 dólares. Los matrimonios a conveniencia con cubanos también se pusieron de moda.
Las autoridades, por su parte, reaccionaron con un grupo de medidas diseñadas para revelar los casos de fraude de identidad. Una de las más curiosas fue el "test de la cubanía".
Según algunos peruanos del campamento, el test consistía en un grupo de preguntas que todo cubano debería saber. Si no eras capaz de responder al menos el 50% de las preguntas, eso iría en detrimento de tu aplicación. El test no era definitorio, solo era un dato más que se adjuntaba a cada dosier de aplicación, decían los peruanos.
Algunas de las preguntas que circulaban por el campamento y que los peruanos insistían en aprenderse de memoria con sus respectivas respuestas eran estas:
¿A qué hora mataron a Lola?
¿Qué le pasó a Chacumbele?
¿Qué le pasa al niño que no llora?
Aé, aé, aé… ¿qué cosa?
¿Qué quiere el bobo de la yuca?
¿A qué se le da la patada?
Si voy al Cobre, ¿qué quieres que te traiga?
¿De dónde era el Caballero?
¿Qué canta la gente cuando se muere?
¿Qué hizo la niña en el tronco de un árbol?
¿Qué tiene que hacer el que siembra su maíz?
¿Quién camina así?
¿Cómo se llama el pan con guayaba?
¿Cuándo no valen las guayabas verdes?
¿Cómo quién voló?
¿Cuándo hablan los niños?
¿De quién son los tamalitos?
Dile a Catalina que te compre ¿qué cosa?
¿A quién se le dice "ponme la mano aquí"?
Nunca obtuvimos evidencia de que el test fuera real y no un mito creado por la necesidad de eliminar un poco de esa incertidumbre que carcome a los inmigrantes de destino incierto, pero los cubanos del campamento nos tomamos en serio el pedido de ayuda de los peruanos y les facilitamos las debidas respuestas.
Durante ese mismo período, el "test de cubanía" se convirtió en un juego que nos hacíamos entre nosotros, pues incluso cubanos se quedaban en blanco ante las preguntas.
Un caso curioso fue el de uno que no supo responder ni a una sola de las preguntas. Casi a punto de romper en lágrimas, confesó que no era cubano, sino oriundo de Islas Canarias, de madre cubana.
Nunca le mencionamos a las autoridades suecas el extraño caso del español que se quería hacer pasar por cubano, pero el hecho reveló que el test parecía funcionar, y que si los suecos realmente decidían utilizarlo, podía ser efectivo.
Jamás pudimos demostrar la existencia del test, pero aquel suceso, además de traernos muchas risas y bromas, se nos quedó grabado como una forma graciosa de transmitir y compartir parte de nuestra cultura e identidad.
Esta mañana, cuando pasaba por la rutina matutina de limpiar mi email de todas las publicidades de servicios y productos no solicitados, me detuve ante el café Cubanía, Limited Edition de Nespresso, y comencé a reír rememorando aquellos tiempos lejanos, así que se me ocurrió buscar el teléfono de la oficina de prensa de Nespresso USA en Park Avenue, Nueva York, y hacerle una versión del test de cubanía a este producto.
Después de dejar varios mensajes en diferentes máquinas, me dediqué a leer la letra pequeña de la campaña de publicidad y encontré posiblemente la respuesta a mi inquietud: "Cubanía se inspira en el estilo de vida cubano, pero no se hace con café cubano".
El diseño, la música y el estilo de la campaña son agradables y probablemente será un éxito. Le falta solo el café cubano.
Por mi parte, disfrutaría mucho haciéndoles el test a los diseñadores de la campaña. Mis amigos peruanos dirán que una cápsula de café que se llame Cubanía y que en su interior tiene café peruano, colombiano o chileno, no clasifica para permiso de residencia (al menos) en Miami o La Habana. En Suecia, la pequeña cápsula sería deportada de inmediato.