La Avenida de los Presidentes, también conocida como la Calle G, en El Vedado, se extiende desde la Calle 1ra hasta la Calle Zapata. Es una de las dos grandes avenidas de El Vedado (la otra es Paseo), que permiten la entrada de la brisa marina, ya que ambas comienzan en el mar, son suficientemente anchas con amplio bulevar central, parterres en los dos lados y están profusamente arboladas.
La Avenida, en su etapa republicana, solo contó con los monumentos de dos presidentes: el de Tomás Estrada Palma, el primer presidente, a la altura de la Calle 5ta, y el del General José Miguel Gómez, el segundo, a la altura de la Calle 29. Sobre el pedestal en que se erguía la figura del primero, solo quedan sus zapatos, cercenado el resto por algún extremismo vandálico en 1960, uno de los primeros síntomas de la revisión de la historia que vendría después.
El del segundo no fue afectado, tal vez por su grandiosidad, aunque no pudo escapar de los numerosos grafitis que lo acompañaron durante muchos años. Los monumentos a los demás presidentes nunca llegaron a erigirse, constituyendo aún una asignatura pendiente. El ecuestre del Lugarteniente General del Ejército Libertador General Calixto García en el Malecón, no forma parte de la Avenida.
Hoy, en la Avenida, sacados de la manga por algún mago frenético, aparecen algunos dedicados a presidentes extranjeros, verdaderos bodrios escultóricos, que en lugar de embellecerla la afean, además de que este no es el lugar apropiado para ellos, sino el Parque de La Fraternidad Americana, junto al Capitolio, espacio concebido para tal fin desde los tiempos de la República, donde se encuentran los bustos de Bolívar, San Martín, Juárez, Artigas, Morazán y otros.
Estos nuevos esperpentos, erigidos a toda prisa más por conveniencias políticas coyunturales que por sinceros deseos de rendirles tributo, sin pasar por un tribunal de expertos que exigiera un mínimo de calidad y los aprobara, en su momento, después de ser reelaborados artísticamente, si vale la pena, tal vez debieran ser reubicados en otro entorno.
Donde comienza, a un lado, se encuentra el edificio de la Sociedad Colombina Panamericana, que ocuparan también la Asociación Panamericana de Escritores y la Casa Continental de la Cultura y se efectuara, en 1956, el Diálogo Cívico, presidido por Cosme de la Torriente, al frente de la Sociedad de Amigos del País, con el objetivo de encontrar una salida política al diferendo entre la oposición y el Gobierno. Hoy es la sede de la Casa de las Américas.
Enfrente, el ruinoso Parque Deportivo José Martí, con peligro de derrumbes en sus áreas techadas y destruidas muchas de sus instalaciones, albergue regular de marginales y mendigos, seguido del edificio del Ministerio de Relaciones Exteriores, más la casa de la Condesa de Loreto, convertida en el Centro Internacional de Prensa.
En la otra acera, el Hotel Presidente, construido en 1927 y, antes de llegar a Línea, el antiguo Hospital Municipal de Maternidad América Arias, en estado de deterioro galopante, con áreas clausuradas y reparación interminable, y algunas residencias ocupadas por instituciones gubernamentales de diferente designación.
Después de Línea, puede encontrarse la residencia donde falleciera el General Mario García Menocal, el tercer presidente, que gobernó durante dos períodos consecutivos, un edificio alto donde residió durante años una de las herederas de la familia Tarafa, integrante de las grandes fortunas de Cuba que, cuando todos se marcharon, se quedó "para ver cómo era una revolución".
Más adelante, el Colegio Baldor; dos residencias, entre ellas donde vivió el Dr. Carlos J. Finlay, descubridor del agente transmisor de la fiebre amarilla, convertidas en la Escuela de la Alianza Francesa; otras ocupadas por la Embajada de Hungría y la Facultad de Comunicación Social de la Universidad de La Habana; la antigua casa de Medina, propietario de terrenos y urbanista de El Vedado; la Sociedad Balear y, al llegar a la Calle 23, el local de la Casa de las Infusiones, invento socialista de los años en que desapareció el café.
Después de 23, el restaurante Castillo de Jagua, al que solo le queda de sus pasadas glorias el nombre, el garaje de G y 25, el edificio Chibás, instalado desde hace meses en sus bajos el elegante café-restaurante privado Presidente, y el edificio Palace, un hotel de apartamentos de diez pisos inaugurado en el año 1927, que fue el primero construido de hormigón armado en Cuba, el cual se encuentra en estado deplorable.
Al frente, un edificio de apartamentos convertido en albergue para estudiantes de Medicina, donde al transitar por la acera, usted podía ser impactado con cualquier objeto dejado caer despreocupadamente desde los pisos superiores, y las ruinas de lo que fue el hermoso Hospital Pedro Borrás Astorga, en eterna espera de "una demolición anunciada", a pesar de las múltiples protestas ciudadanas, por ser uno de los dos únicos ejemplos de art déco aplicado a instalaciones hospitalarias existentes en el mundo (el otro se encuentra en la ciudad de Chicago).
Más adelante, el monumento al General José Miguel Gómez, el Hospital Ortopédico Fructuoso Rodríguez y, al final, después de dejar atrás los farallones horadados de túneles de los tiempos de la Guerra de Todo el Pueblo en las faldas del Castillo del Príncipe y del Hospital General Calixto García, las Facultades de Artes y Letras y de Química de la Universidad, ya a la altura de la Calle Zapata.
De día, la Avenida, ocupados sus laterales por instituciones gubernamentales, embajadas, centros de estudio, algunas pocas casas particulares y edificios de apartamentos, es transitada mayoritariamente por vehículos y transeúntes apurados, más quienes viven en los alrededores y disfrutan de sus bancos y arbolado.
De noche, transformada en "la Calle G", es ocupada por las denominadas tribus urbanas, constituidas por jóvenes emo, vampiros, raperos, rockeros, reparteros y otros, al principio perseguidos y expulsados del lugar y hoy, aunque nunca aceptados, tolerados por las autoridades. Todos ellos se visten y adornan como les da la gana, lucen sus pelados originales, conversan, intercambian vivencias y experiencias, escuchan sus canciones preferidas, bailan y, de vez en cuando, hasta consumen algo de alcohol y, tal vez, alguna que otra droga, aunque ambos productos se encuentran bastante alejados de las posibilidades de sus bolsillos.
Estos jóvenes la han convertido, con su presencia regular nocturna, en un espacio donde reina alguna libertad, la cual rompe con la gris monotonía cotidiana generalizada.
En un futuro no muy lejano, la Avenida debiera contar con las figuras de cada uno de sus presidentes, donde estén los buenos, los regulares y hasta los malos, sin ausencias dictadas por la política. Entonces, la Avenida de los Presidentes sí que le haría honor a su nombre, demostrando que los cubanos habríamos dejado atrás el infantilismo, los oportunismos, los dogmatismos y los extremismos de todo tipo, que tanto daño han hecho, y adquirido adultez ciudadana.
Hoy, por desgracia, en la Avenida de los Presidentes "no están todos los que son ni son todos los que están".