Fernando F., ingeniero en sistemas automatizados, hace 25 años que guarda su título universitario en una gaveta. No lo ha necesitado para vivir. Es productor musical y ha ganado suficiente moneda dura como para comprar una casa de tres habitaciones y adquirir un Lada 2107.
"Con mi salario de ingeniero nunca hubiese tenido esa posibilidad. Incluso tengo mis dudas de que en un futuro cercano pueda ejercer mi profesión. Han pasado muchos años sin practicarla. Pero no me quejo. Como productor musical, he viajado a varios países y gano dinero suficiente para mantener a mi esposa y mis dos hijos", señala Fernando, mientras se dirige a un estudio de grabación en las afueras de la capital.
En Cuba la pirámide social está invertida. Profesionales de nivel han descolgado sus títulos universitarios de la pared y laboran como recepcionistas de hoteles, camareros, taxistas, o ejerciendo oficios manuales que les permiten ganar divisas.
Un ingeniero de calibre en la Isla devenga un salario que ronda los 25 dólares. Leonel S., cirujano —a pesar de que en 2014 el Estado le dobló el salario (ahora gana 1.500 pesos mensuales, unos 65 dólares—, en las tardes, después de llegar del salón de operaciones, junto a su esposa y su hija mayor se dedica a elaborar dulces y cakes por encargo.
"Gano tres veces más como dulcero que como cirujano. El negocio familiar es por la izquierda y esa plata extra nos ha servido para mejorar nuestra calidad de vida", dice Leonel.
El gobierno de Raúl Castro prohíbe que los profesionales en activo puedan tener un pequeño negocio privado. Cuba sigue siendo un país donde muchas leyes o normas carecen de sentido.
Después de que Fidel Castro se hiciera con el poder a punta de fusil en enero de 1959, las pequeñas empresas fueron confiscadas y la medicina privada abolida. Solo a unos pocos dentistas se les permitió mantener en su casa un sillón de estomatología.
En 1990, con la llegada del "período especial", se acentuaron las fallas estructurales de la economía centralizada y Cuba entró de pleno en la crisis económica estacionaria más prolongada de su historia.
Gilberto L., estomatólogo, comenzó haciendo empastes. "Luego, con el dinero ganado, en el extranjero adquirí anestesias y equipamiento de primera. Solicité mi baja del Ministerio de Salud Pública y mantengo una discreta clínica dental en mi domicilio", apunta.
Después de 2010, a tenor con las reformas económicas propulsadas por el General Castro, 181 oficios y pequeños negocios privados fueron autorizados por el régimen. Pero al igual que en 1993, cuando se legalizaron varios sectores del trabajo por cuenta propia, se mantuvo la prohibición de ejercer a los profesionales. La realidad demuestra lo absurdo de la medida.
No ha habido una oleada de profesionales que hayan abandonado sus puestos laborales. Lo que ha ocurrido es un reacomodo. Ingenieros, médicos, arquitectos y abogados, después de sus turnos de trabajo, se convierten en taxistas, peluqueros o dulceros.
Hay quienes aprovechan la materia prima de su empleo y la desvían hacia sus negocios. Yuri S., ingeniero en telecomunicaciones, ha montado un taller de reparaciones de móviles, tabletas y computadoras con equipos y herramientas de su empresa. Hace de todo.
Repara ordenadores. Monta conexiones Wi-Fi. Craquea software y vende cuentas clandestinas de internet y tarjetas clonadas a menor precio para llamadas internacionales. "También descargo de internet planos para reparar móviles inteligentes y computadoras", acota.
Daniel M., arquitecto, asesora a personas que construyen paladares, bares privados o sus casas. "Les diseño la fachada, los interiores y el espacio, con un toque de buen gusto. Durante mi jornada laboral dibujo los planos".
Otros que hacen zafra son los ingenieros automotrices. Recuerden que Cuba es el museo a cielo abierto de autos estadounidenses antiguos más grande del planeta. Coches con 60 años o más de explotación.
Orestes U., ingeniero mecánico, gana bastante con la reparación de autos, chapistería, reformas estructurales, cambios de motores o diseños de barcazas ilegales con motor a bordo que utilizan los balseros en su intento de cruzar el estrecho de la Florida. "Mi lista de clientes es extensa. Tengo tres mecánicos y dos ayudantes", dice.
La precaria situación económica, la elevada inflación y los bajos salarios, sigue empujando a un sector de profesionales a hacerse un hueco dentro de los emprendimientos privados.
Algunos dejan sus profesiones para dedicarse a tiempo completo a un negocio particular. Otros alternan y roban o desvían recursos y materias primas de las empresas del Estado.
Y tal y como hace 25 años hizo Fernando F., siguen guardando en una gaveta sus títulos universitarios.