Cuando no hay división de poderes es fácil aterrorizar a la población y obligarla a la obediencia, pero no debe confundirse la obediencia con la colaboración. También debe recordarse que esa separación de poderes en realidad descansa en las decisiones que toman los miembros de la parte alta de la sociedad, la "gente común". Así que las elites son las responsables de que al final la gente común "baje la cabeza y aplauda".
La razón por la que las personas sienten miedo no es simplemente porque el Estado y sus agentes los amenazan, sino por la percepción de indefensión contra las amenazas. Por eso las instituciones son importantes.
La percepción de peligro inminente es un razonamiento que incluye la amenaza, pero también la probabilidad de supervivir la amenaza. Por ejemplo, este es el cálculo que hace la víctima ante el violador o el asaltante, o el esclavo ante el amo. En Cuba, esa relación de mando y obediencia se diseminaba por toda la sociedad esclavista y se continúa pasado a los hijos "para que no se metan en problemas".
¿Cómo funciona esa relación? La víctima, el esclavo, sometida a condiciones extremas y sin protección alguna, se convence de que solo puede salvar la vida si obedece al asaltante, o al amo. Una de las consecuencias culturales es que los cubanos prefieren asociarse con personas de nivel social más alto en condiciones de desigualdad antes que sostener una relación de igualdad con personas de su nivel social para exigir sus derechos.
Por eso es injusto calificar de colaborador a la víctima de un asalto, como es injusto culpar al esclavo por su obediencia. La palabra "colaborador" está demasiado cargada de contenido moral, jurídico y político para usarla a la ligera. Se usó para calificar a quienes libremente, por ideología u oportunismo, ayudaban a ejércitos extranjeros. No se puede juzgar moralmente a nadie como colaborador cuando "baja la cabeza y aplaude" bajo el terror, sin libertad ni protección social, aunque sí se le podría juzgar política y jurídicamente.
Otro secreto del terror totalitario es hacerle creer al torturador que no es también una víctima. Cuando un individuo está frente a la opción de torturar, ser torturado, o suicidarse, lo que se le ofrece es la opción de elegir cómo morir: eso no es elección. Los judíos tienen varias categorías de "colaboración", que van desde el llamado "justo" hasta el "kapo" del campo de concentración. Las conductas de evadir, resistir o enfrentase al terror deben reconocerse como excepcionales, no como única medida de lo correcto moralmente. Quienes han adoptado estas admirables posturas son generalmente los que comprenden mejor a los "colaboradores".
Finalmente, debe reconocerse que los "verdugos" y los "colaboradores" que repiten las consignas totalitarias son también quienes paralizan el sistema con conductas como mentir, robar y holgazanear. La verdadera colaboración es la que ofrecen libremente individuos, empresas, organizaciones financieras y gobiernos extranjeros a las dictaduras.