Después de cinco años sin pisar tierra cubana descubro el mismo país que se cae a pedazos, pero también una nueva realidad esperanzadora: la sociedad intenta vivir como si los hermanos Castro ya no estuvieran en el poder. Mientras el régimen da palos de ciego con sus reformas para "actualizar el socialismo" —tarea imposible—, los cubanos de a pie se buscan la vida por su cuenta y se aprovechan del desconcierto de la cúpula para ganar, poco a poco, pequeños espacios de libertad.
Es innegable que los trámites de entrada en Cuba se han agilizado. El Estado está sediento de divisas y, para no incomodar a los turistas, los funcionarios ya no se eternizan con la revisión de los pasaportes. Los viajeros no se libran, sin embargo, de las máquinas de rayos X que detectan los aparatos electrónicos prohibidos (routers para internet, celulares sofisticados, micrófonos inalámbricos, etcétera).
La terca realidad vuelve unos metros más adelante cuando llega el momento de cambiar los dólares o los euros. Durante su estancia en la Isla, la mayoría de los extranjeros no tendrá en sus manos un solo peso cubano. Todas sus compras se harán en CUC, el peso convertible, que equivale a 24 pesos cubanos. La casa de cambio estatal, la Cadeca, entrega 0,87 CUC a los que cambian dólares. Aquí empieza el robo a mano armada, ya que el Estado grava el cambio del dólar con un impuesto del 13%. Claro, siempre se puede obtener un "descuento" con el custodio de la Cadeca que se ofrece para cambiar a una mejor tasa.
Los cubanos están confrontados todos los días a la corrupción: a cambio de mordidas, los policías hacen la vista gorda ante las innumerables infracciones cometidas por los ciudadanos en un país plagado de prohibiciones; y estos, por una simple cuestión de supervivencia, se pasan la vida sustrayendo bienes del Estado para reciclarlos en actividades privadas. Y sin embargo, en una entrevista publicada en el diario Juventud Rebelde, la Contralora General, Gladys Bejerano, se jacta de que "Cuba es un ejemplo a nivel mundial en el enfrentamiento a la corrupción. […] El único país que lleva los reportes con un registro detallado de los hechos, más que con cifras". La realidad demuestra que, si reporta los casos, no los corrige.
La lengua de madera sigue a la orden del día, tanto en la administración como en la prensa, controlada al 100% por el poder. La Feria Internacional del Libro de La Habana, que ha concluido el 23 de febrero, es la mejor ilustración del estancamiento intelectual de la cúpula dirigente. Los cubanos ávidos de literatura extranjera de calidad coinciden en que esta feria ha sido la peor de todas. "No he visto un solo libro de Mario Vargas Llosa y de autores de su talla", se quejaba una visitante, que se sorprendió también ante la ausencia de las editoriales extranjeras, con excepción de las más afines al Gobierno cubano.
En cambio, sí llegaron los intelectuales latinoamericanos cercanos al régimen de La Habana, empezando por los representantes del "pensamiento moderno argentino", que no dudaron en calificar a Cristina Kirchner de "presidenta extraordinaria". Tampoco faltó la última obra de la incombustible defensora del marxismo leninismo, la chilena Marta Harnecker: En busca de la vida en plenitud, dedicada al presidente ecuatoriano Rafael Correa.
Además, el diario Granma anunció con orgullo "una tirada masiva" para la reedición de una compilación de documentos de Che Guevara "que constituye un texto básico para las nuevas generaciones desde el punto de vista cultural, político e ideológico". Para rematar el esperpento, se presentó una enésima edición del célebre texto de Fidel Castro, La Historia me absolverá, ahora en versos…
La Feria del Libro es uno más de los síntomas de la incapacidad del régimen para romper con el pasado. La vieja cúpula, que lleva más de medio siglo en el poder, sigue poniendo parches, como lo hacen los cubanos con sus autos de los años 50 y sus edificios sin pintar en décadas.
El contraste entre la calle y esa dirigencia congelada en el tiempo es asombroso. Los jóvenes ya no hablan de Fidel Castro y muy poco de su hermano Raúl. No esperan nada de ellos. Los dan por muertos. Se las ingenian para resolver las dificultades, conseguir lo imposible en un país donde coexisten las penurias de todo tipo (alimentos de calidad, papel higiénico y, sobre todo, libertad) y la abundancia relativa, reservada a los que disponen de CUC, la moneda que abre las puertas.
Todos se desviven para conseguir CUC, unos por la vía legal de una licencia cuentapropista, que autoriza ciertas actividades privadas, otros por la vía ilegal, que incluye el jineterismo (prostitución). Sin embargo, más allá de la preocupación por los aspectos materiales, se nota un cambio de actitud de los jóvenes.
Blogueros, artistas o músicos se montan sus foros alternativos. La estética ha cambiado: jóvenes con crestas, otros con tatuajes. Los gays y los travestis se pasean por las calles o atienden puestos ambulantes, como esa pareja que vende bisutería en la antigua Plaza de Armas. Por cierto, en el puesto de al lado, un librero de viejo vendía abiertamente varias obras oficialmente prohibidas: Mea Cuba, de Guillermo Cabrera Infante, y Milagro en Miami, de Zoé Valdés.