El Ministerio de Turismo (MINTUR) ha celebrado la apertura de la temporada de invierno 2013-2014 con un acto que sirvió también para conmemorar dos décadas de existencia del polo turístico Jardines del Rey, al norte de la provincia Ciego de Ávila. Xiomara Martínez, viceministra presente en esta actividad, en declaraciones a la televisión nacional, señaló que es el polo de mayor crecimiento en el país y que para el futuro planean diversificar la oferta, brindando no sólo una opción de sol y playa, sino "para toda la familia". ¿Pero a qué "familia" pudo haberse referido ella?
Seguro que no a la familia cubana. Porque en el diseño general de las inversiones que se realizan aquí desde finales de los años ochenta, y a través del control de la entrada a los Cayos, donde el MINTUR siempre ha contado con el favor de la policía, el pueblo cubano nunca estuvo entre las prioridades, ni siquiera para respetar sus mínimos derechos a conocer las bondades naturales de su país.
En respuesta a la crisis sobrevenida con la desaparición de la URSS, comenzaron a invadirse y modificarse los cayos vírgenes alrededor del archipiélago cubano, a donde se llegó plantando pedraplenes que cortaron las corrientes marinas, como en el norte de Villa Clara y Ciego de Ávila.
En esta última provincia, la historia del acceso abierto a Jardines del Rey ha sido un calvario para el pueblo. Por allí, en veinte años de explotación turística, han pasado más de tres millones de turistas de diversos países —es lo que anuncia la viceministra mencionada—, pero también se ha tejido una historia de discriminación y segregación.
No solo ocurrió desde un principio la prohibición a los cubanos de hospedarse en los hoteles. Por el punto de control en la entrada del pedraplén no podían pasar los autos particulares.
Pero, además, si en un auto rentado por un turista viajaban ciudadanos cubanos, sin importar que jurasen que iban a ver las playas pero nunca a bañarse y menos a intentar hospedarse en algún hotel, el auto solo podía continuar si esos cubanos se quedaban a la orilla de la carretera.
Como se sabe, esta situación humillante mejoró hace poco en todo el país, tras permitirse a los nacionales la entrada y el alojamiento en los hoteles, en busca —como también se sabe— de ganancias, sobre todo en temporada baja, cuando las instalaciones quedan prácticamente vacías. Ahora los cubanos tienen al menos posibilidad de hospedarse, aunque la mayoría carezca del poder adquisitivo para hacerlo.
En pesos cubanos, a la base de campismo
Sin embargo, no todo cambió. Medidas arbitrarias que son señales de un trato degradante, incluso inconstitucional, aún persisten. Cuál no será la sorpresa de quien se llegue hasta estos Jardines del Rey, al norte de la ciudad de Morón (como me ocurrió a mí en un viaje, en que creía que paseaba a mi madre a través de un país ya sin segregación turística), cuando en el punto de control, a la entrada del pedraplén, nos obligaron a pagar tres dólares por persona si queríamos solamente pasar hacia ese otro lado de nuestra patria.
El precio de la entrada a esta hermosa región de Cuba está disfrazado como un "derecho" a un consumo mínimo, pero es obligatorio —el peaje por el uso del pedraplén se cobra aparte—, solo se exceptúa a los niños menores de dos años y, por supuesto, a los extranjeros.
Ya en el interior de los cayos Coco y Guillermo, la única opción que puede hallarse en moneda nacional es la base de campismo Cayo Coco, con unas 62 cabañas de dudosa calidad.
Una publicidad de esta base, que puede leerse en el sitio web oficial de la empresa de Campismo, no es objetiva ni real, cuando se refiere a la costa donde está ubicada, dice que "atravesando un impresionante pedraplén [...] usted puede disfrutar de las maravillas de esta playa de fina arena y transparentes aguas".
Lo que describe ese anuncio publicitario son las características generales de las playas de los cayos, realmente paradisiacas, donde se construyeron hoteles destinados en un principio nada más a turistas extranjeros. Sin embargo, esa imagen no se ajusta a un tramo de costa específico, muy distinto, que fue apartado desde entonces para uso exclusivo de los cubanos, donde está ubicada la base de campismo Cayo Coco. Aquí hay una diferencia paisajística que revela otras desigualdades más importantes.
En el tramo de costa escogido para los cubanos, lo que se destaca sobre la arena fina son las rocas afiladas, que también acechan bajo la superficie del agua. Consiste en la última migaja de esta geografía, sin duda, el trozo que podía pronosticarse a largo plazo que nunca reclamaría ningún inversor extranjero.
Las cabañas tenían primero paredes de bagazo, eran muy rústicas, y solo con el paso de los años se fueron transformando, hasta llegar a las actuales paredes de mampostería, aunque todavía no puedan compararse con el servicio que cerca de allí ofrecen los hoteles. Pero la playa natural, que es la razón de ser de esta base de campismo, resulta mucho más difícil de mejorar, adornar o encubrir, por eso sigue revelando cuál fue la bajísima consideración que tuvieron hacia sus bañistas quienes planificaron hace más de veinte años el desarrollo del polo turístico Jardines del Rey.
En medio de grandes extensiones de costa que parecen salidas de un sueño, con arenas efectivamente muy finas, blancas, y aguas transparentes, se tuvo la puntería de construir la base de campismo Cayo Coco encima de dientes de perro. Aquí las familias cubanas literalmente sangran cuando van a entrar al agua.