"(…) con esta generosidad de las lluvias del año pasado y el actual, aproveché llegar aquí por tierra para ver que todo está verde y bonito, pero lo que más bonito estaba, lo que más resaltaba a mis ojos era lo lindo que está el marabú a lo largo de toda la carretera (…)", decía el general Raúl Castro en la mañana del jueves 26 de julio de 2007 en Camagüey, reseñando así, con la sola mención de esta planta, el predominio de las tierras baldías en la improductiva agricultura cubana. Huelga decir que, desde entonces, el marabú pasó de vecino más o menos mal mirado, a enemigo número uno a nivel nacional.
Pero… ¿es el marabú tan malo como lo pintan?
Según el Dr. Juan Tomás Roig en Plantas medicinales, aromáticas o venenosas de Cuba (Editorial Científico-Técnica, La Habana, reedición 2012), el marabú, Dichrostachys glomerata (Forsk), es un árbol o arbusto de ramas espinosas, originario de África del Sur, introducido en Cuba probablemente después de la guerra de 1868, "propagado de tal manera en este país, que en todas las provincias constituye una plaga que ha inutilizado para el cultivo grandes extensiones de terrenos".
Según un ecologista entrevistado, importantes especies de la fauna con alto valor cinegético se han salvado de la extinción gracias al refugio que constituyen los marabuzales. "Sin el marabú tendríamos menos codornices y gallinas de guineas de las pocas que ya tenemos hoy", asegura.
"El marabú no es totalmente perjudicial, además de útil para leña y carbón, su madera es dura y hermosa, y su follaje, rico en proteínas, sirve de alimento al ganado; por otra parte, si no se están cultivando ni reforestando o forestando, es preferible que esas extensas zonas del país en lugar de permanecer descubiertas y sometidas a la erosión, estén cubiertas aunque sea de vegetación menos deseable", dice un biólogo a este corresponsal.
El día en que se nacionalizaron las propiedades de compañías estadounidenses en la Isla, el director de una empresa ganadera-azucarera dijo a la periodista Dickey Chapelle para su reportaje Cuba, un año después, publicado por Selecciones del Reader’s Digest en febrero de 1960: "Precisamente acabábamos de sembrar miles de hectáreas de pastos importados. Si el gobierno deja de mantener las dehesas limpias de malezas espinosas, aunque sólo sea durante una temporada, los animales morirán. Cuba sufrirá por falta de carne, en vez de exportar carne, que era lo que nosotros estábamos a punto de hacer".
En 1959, según la revista Economía y Desarrollo (no. 12, La Habana, 1972), la tenencia de la tierra en Cuba era de 8.522.276 hectáreas.
El director del Centro Nacional del Control de Tierras del Ministerio de la Agricultura, Pedro Olivera, dijo en noviembre de 2012 a la prensa oficial que en el 2008 "se tenían 1.200.000 hectáreas de tierras ociosas. Dos años después, se realizó el balance de actualización, debido a la incorporación de otras áreas y se obtuvo la cifra de 1.868.000 hectáreas, a las que se le sumaron 525.000 hectáreas más al termino de 2011".
Respecto a la utilización de los suelos, el ministro de la agricultura, Rodríguez Rollero, dijo al periódico Juventud Rebelde el 30 de mayo de 2012: "A veces no tenemos mucha conciencia sobre cómo usar este recurso natural. Hacemos prácticas agrotécnicas incorrectas. Nuestros suelos son jóvenes, según los especialistas, pero los hemos maltratados".
En Incendios forestales (Editorial Científico-Técnica, La Habana 2011), Acosta Romero y Paretas Fernández sitúan la erosión de los suelos agrícolas cubanos en el orden de 2,5 millones de hectáreas.
"Algunos estudios hidrológicos forestales en diversas condiciones de suelos, clima y vegetación del país indicaron que la cubierta forestal retiene más de 2,5 veces la humedad en el suelo que los cultivos agrícolas y pastizales. Así mismo, indicaron que en pastizales la evaporación o pérdida de agua en el suelo es de cuatro veces mayor que en el bosque", afirma un colectivo de autores en Bosques de Cuba (Editorial Científico-Técnica, La Habana 2011).
"La cubierta vegetal es la mejor defensa natural de un terreno contra la erosión. Toda planta, desde la más minúscula hierba hasta el árbol más corpulento, defiende el suelo de la acción perjudicial de las lluvias, aunque naturalmente en forma y proporción diferentes; a ello se debe la feracidad de las tierras vírgenes que el hombre aprovecha en la producción de cosechas (…). Por otra parte, al morir y descomponerse la vegetación, aumenta el contenido de materia orgánica y de humus del suelo, y con ello la porosidad y capacidad de retención de agua de los terrenos", dice Suárez de Castro en Conservación de suelos (1965).
Tal como dice el refrán, del mal, el menor. Los cubanos no tenemos cosechas, pero al menos, tenemos marabú. Cuando llevamos decenas de años maltratando nuestros suelos, esas espinas que ya están a la vista del general Raúl Castro son, a no dudarlo, las que preservan nuestra tierra para cuando seamos capaces de cultivarla sin dañarla, a ella y… a nosotros.
Quizás, en lugar de enemigo número uno, el marabú sea hoy el primer defensor de la fertilidad de los suelos cubanos, esos que por aquello del perro del hortelano, prohibimos cultivarlos a otros siendo incapaces nosotros mismos de labrarlos. En lugar de maldecirlo más nos valdría quitarnos el sombrero para decir: Marabú, ¡gracias!