"Dar gato por liebre" ha sido una práctica nada ética desde los albores mismos de la civilización. Lo peor es que, aunque cueste trabajo creerlo, no siempre es fácil advertir cuándo nos están vendiendo una "liebre" que en realidad es un gato.
Llevada esta figura clásica del fraude subrepticio al plano social, lo mismo ocurre con la presunción de que el Partido Comunista de Cuba (PCC) es un partido político. Así es presentado, y así es "comprado" por casi toda la comunidad internacional. Falso.
Si buscamos la definición de partido político en Wikipedia, por ejemplo, podemos leer: "Es una asociación de individuos unidos por compartir intereses, visiones de la realidad, principios, valores, proyectos y objetivos comunes, como alcanzar el control del gobierno para llevar a la práctica esos objetivos". Y agrega: "Para eso, movilizan el apoyo electoral. También organizan la labor legislativa, articulan y agregan nuevos intereses y preferencias de los ciudadanos".
Por otra parte, fue Nicolás Maquiavelo en su obra El Príncipe (1513) quien primero empleó la palabra Estado en su sentido moderno. Lo llamó Stato, derivado del latín status. Hoy el concepto de Estado más aceptado hace honor al florentino: un conjunto de instituciones que poseen la autoridad y potestad para para establecer las normas que regulan una sociedad.
Ambas definiciones (partido y Estado), sin embargo, están incompletas, pues ignoran a los regímenes totalitarios. Un Partido Comunista (PC) es un partido político solo cuando está en la oposición. Si llega al poder se transforma totalmente y de hecho sustituye al Estado. Se autoproclama poseedor de la verdad absoluta —que Marx afirmaba no existe—, se hace cargo de los poderes públicos, de toda la economía nacional, las fuerzas armadas, los medios de comunicación, la educación, la salud, la cultura, y hasta de la vida privada de los ciudadanos.
Ese es el caso del Partido Comunista de Cuba (PCC), un aparato estatal-administrativo-represivo, cuya misión es mantener la "lealtad revolucionaria" del pueblo mediante el control social férreo, la intimidación —velada o explícita a militantes y no militantes—, el bombardeo de propaganda político-ideológica, y la supresión de derechos elementales del individuo moderno.
Los partidos comunistas no juegan limpio. Se aprovechan del pluralismo democrático "burgués" y llevan diputados al Parlamento, pero si alcanzan el poder suprimen todos los partidos (excepto el comunista) y erigen una autocracia similar a las monarquías absolutas de Europa antes de la Revolución Francesa.
"El Estado soy yo"
Es más, en la práctica cada Partido Comunista gobernante repite la frase del rey Luis XIV de Francia: "L’Etat, c’est moi" (El Estado soy yo). Si las "polis" en la antigua Grecia eran Ciudades-Estado, y las hubo 2.500 años antes en Mesopotamia (como hoy el Vaticano, o Mónaco), en los tiempos modernos existe el Partido-Estado en las naciones comunistas.
Al prohibir la empresa privada, el Partido Comunista va más lejos que el fascismo o las dictaduras teocráticas. Los regímenes encabezados por Mussolini, Hitler, Franco y Oliveira Salazar supeditaron la economía nacional a los intereses del partido fascista, pero no abolieron el sector privado. Tampoco lo ha suprimido la autocracia de Arabia Saudita —casi el 40% del Producto Interno Bruto lo genera la empresa privada—, donde existe una monarquía de corte feudal que no permite los partidos políticos. Ni lo ha hecho el régimen clerical de los ayatolas en Irán.
Algo que no se conoce bien en Occidente es que cuando un Partido Comunista asume el poder ya sus militantes no se dan cita en locales regionales, provinciales o nacionales para debatir ideas y tomar acuerdos como hacen los partidos políticos en el mundo "normal", sino en cada centro laboral.
En Cuba los militantes del PCC se reúnen en cada fábrica, empresa, escuela, comercio, hospital, unidad militar, teatro, obra en construcción, medio de comunicación, etc. Hay un "núcleo del partido" en cada centro de trabajo, donde reciben instrucciones de meter miedo, controlar y administrarlo todo.
Imaginémonos "núcleos" del Partido Demócrata —que gobierna ahora en Estados Unidos— en las fábricas de General Motors, en McDonald's, el Yankee Stadium, The Washington Post, el Pentágono, la NASA, Wall Street, o en Disneyland, con órdenes de Obama de decirle a cada jefe cómo debe hacer su trabajo.
Que el PC es el Estado mismo lo muestra el hecho de que en Cuba la condición de dictador no la confiere el cargo de presidente del país, sino el de primer secretario del PCC. El artículo 5 de la Constitución de 1976 establece que el Partido Comunista "es la fuerza dirigente superior de la Sociedad y el Estado". Constitucionalmente, la máxima instancia de poder no es el gobierno, sino el PCC y su jefe.
Paradojas
Lo paradójico es que si bien la cúpula partidista es muy poderosa, la masa de militantes de base no lo es. Esta obedece órdenes y no tiene ni la capacidad ni las vías para cuestionar lo que con fuerza de dogma "baja" de las instancias superiores, sobre todo de la oficina de Machado Ventura, encargado de "disciplinar" a la militancia para que no se salga del plato. Porque la cúspide partidista es consciente de que, dada la magnitud de la crisis que asfixia al país, ya los militantes de a pie se dan cuenta de que el socialismo es inviable y que su "actualización" es un disparate.
Por miedo, que conduce a la hipocresía social (la "doble moral") generalizada en el país, los militantes no lo dicen en sus núcleos, pero muchos de ellos (son 762.000) ya no se perciben a sí mismos como marxistas. Y comentan con sus familias la necesidad de reformas profundas, de liberar las fuerzas productivas y captar inversiones extranjeras en grande.
No obstante, adherido a la fuerza militar, el PCC desde las altas esferas hasta el nivel municipal controla totalmente todos los estamentos de la sociedad cubana. Tanto, que los jefes de Departamento y de Sección en el aparato burocrático del Comité Central son quienes dirigen a los ministros y a todos los directores de organismos centrales. Y la política exterior no se traza en el Ministerio de Relaciones Exteriores, sino en el Departamento de Relaciones Internacionales del Comité Central. Y así ocurre con todas las ramas del Gobierno.
Pregúntele a cualquier ciudadano común el nombre del presidente de la Asamblea Provincial del Poder Popular. Probablemente no lo sabe. Pregúntele por el primer secretario del PCC en la provincia, o el municipio, y le dirá el nombre al instante. Sabe que el presidente de la Asamblea Provincial no tiene poder alguno y que el jerarca partidista lo puede todo en el territorio.
Sin embargo, la base del PCC está cada vez más permeada por la crisis terminal nacional y va convirtiéndose en un cascarón hueco que eventualmente podría desaparecer sin dejar rastro. De haber cambios radicales muchos militantes botarían o quemarían sus carnets sin "conflicto de conciencia" alguno.
Pero por ahora, con los hermanos Castro al frente, el poder militar-represivo y la cúpula partidista están fundidos institucionalmente y el PCC constituye la expresión estatal de la dictadura. Y no es, por supuesto, un partido político. Ese es el gato que Cuba le da al mundo como liebre.