En fecha reciente se realizó el Festival de Radio y Televisión Cuba 2013 que, según la prensa oficialista, tuvo el objetivo de "reforzar la responsabilidad social de televisoras y radioemisoras públicas".
A la jornada inaugural asistió el primer vicepresidente cubano, Miguel Díaz-Canel, quien "alertó a los más de 300 delegados sobre la necesidad de reforzar la responsabilidad social de televisoras y radioemisoras públicas, que constituyen alternativa a la prensa dominante, de intereses políticos y económicos al servicio de Occidente". El funcionario, además, convocó a "luchar contra la hegemonía mediática de las grandes transnacionales de la comunicación", y destacó el papel de los "medios alternativos (…) para continuar luchando contra la banalidad, el consumismo y la pseudocultura…".
Así, una vez más, un alto dirigente de un régimen que monopoliza la información se burló de los cubanos.
Si el Estado administra los medios públicos de comunicación —los únicos con que cuenta el ciudadano promedio de la Isla para mal informarse—, si no existen televisoras ni radioemisoras independientes, si es prácticamente inaccesible internet y la telefonía móvil es extremadamente cara, resulta obvio que la población no tiene posibilidad de elegir fuentes alternativas de noticias, opiniones o entretenimiento, y que la "prensa dominante" en Cuba es un monopolio al servicio de la ideología única con más de medio siglo de establecida.
No cabe duda de que se trata de un ejemplo de "hegemonía mediática", que ha servido para mantener a un reducido grupo de poder.
Díaz-Canel "olvidó" comentar que el férreo control oficial sobre las emisiones televisivas y radiales ha sido tal en Cuba que no fue hasta hace poco tiempo que se autorizaron transmisiones del canal Telesur, pese a ser éste un espacio afín a las políticas del Gobierno de La Habana. Antes de ese momento, solamente se daban a conocer resúmenes de noticias de la citada cadena ("Lo mejor de Telesur"), previa censura.
Pese a las continuas críticas a los medios de prensa "occidentales" (calificativo con el que los medios oficiales satanizan una cultura a la cual pertenecemos históricamente), en los noticieros y periódicos se suelen citar fuentes pertenecientes a las grandes corporaciones globales de la información, siempre que éstas enuncien críticas al orden mundial o a las administraciones de países democráticos.
La "política informativa" del régimen castrista incluye la descalificación de cadenas como CNN o Deutsche Welle, pero cita sus trabajos cuando los considera convenientes para sus intereses o para validar ciertas informaciones.
Un país que solo existe en la pantalla
En cuanto a la "banalidad", que según Díaz-Canel se debe combatir, la televisión cubana no podría ser más superficial respecto a su forma de tratar los graves problemas que afectan a la sociedad. Los noticieros reflejan una Cuba próspera y productiva que no existe, hablan de un "pueblo revolucionario" que realmente vive en la supervivencia, y divulgan solo opiniones favorables al régimen. Las telenovelas nacionales —de mal gusto y peor factura— muestran una realidad ajena a las carencias cotidianas del cubano común, una sociedad ficticia donde nadie habla mal, a menos que sea el personaje negativo, y en la que no hay desorden ni suciedad, un país que solo existe en la pantalla.
Por otra parte, muchas pseudoculturas han invadido los espacios mediáticos. La música cubana, por ejemplo, ha experimentado desde hace años un franco retroceso que se refleja en la adoración de la chabacanería y al mal gusto. Más que transculturación, lo que se observa es la imitación de valores artísticos foráneos, algo que no había sucedido con tanta fuerza ni siquiera en los años republicanos, considerando que la apertura de Cuba al mundo era mayor entonces.
Y una última acotación: el consumismo, señor Díaz-Canel, se refleja constantemente en los medios cubanos, solo que muchos "productos" de factura nacional que exhibe nuestra TV son muy diferentes a los de un país democrático: la "saga heroica" de los Castro, la tergiversación permanente de la Historia, el odio al "enemigo", el socialismo. Todo repetido una y otra vez, en formas cada vez más anacrónicas y ridículas; viejos eslóganes penosamente renovados. Consumismo, en fin, pero de signo diferente, al que hemos estado expuestos sin piedad en las últimas cinco décadas: consumismo ideológico.