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Sociedad

Un buen árbol y una buena sombra

Los desmanes contra el arbolado se extienden por pueblos y ciudades. Tanto instituciones como ciudadanos parecen haberle declarado la guerra al color verde.

La Habana

Cuando se proyectó y construyó la Avenida 26 en la denominada Ampliación de El Vedado, hoy conocida como el Nuevo Vedado, desde la Fuente Luminosa hasta la Calle 23, disponía de amplios paseos laterales, caracterizados por anchas aceras y árboles cada 10 o 20 metros. Además de embellecerla, los árboles tamizaban la luz y el sonido, reducían la densidad de polvo en el aire y contribuían a regular la temperatura y la humedad relativas, ofreciendo su sombra a los transeúntes. La Avenida Kohly, que partiendo de su entronque con la Calle 37 se reencontraba con 26 dos cuadras antes del Parque Zoológico, tenía su amplio paseo central sembrado de adelfas.

Con el paso del tiempo, la irresponsabilidad, el maltrato y la desidia acumulada, tanto los árboles como las adelfas fueron desapareciendo, y hoy solo sobreviven unos pocos de los muchos que existían, habiendo desaparecido cerca de dos centenares y la totalidad de las adelfas.

Las causas han sido varias, desde fenómenos meteorológicos y accidentes del tránsito, que los inclinado o derribado los árboles sin que nadie se preocupase por salvarlos o reponerlos, hasta vecinos inescrupulosos que han aprovechado estos hechos para deshacerse de ellos, llegando a sellar con cemento los espacios de tierra que ocupaban frente a sus viviendas, considerándose dueños de las aceras, sin que ninguna autoridad haya tomado cartas en el asunto.

El desmoche indiscriminado, bastante ajeno a una poda de calidad, que realiza cada año antes de la temporada ciclónica la Empresa Eléctrica, así como otras muchas barbaridades —quemarlos, secarlos vertiendo petróleo en sus raíces—, cometidas tanto por las autoridades como por los particulares, han hecho el resto.

Esta situación de las Avenidas 26 y Kohly se repite en sus calles paralelas y transversales como una mortal epidemia; en este caso, además, amparada en que, al no ser vías demasiado transitadas, la impunidad es más manifiesta y cada quien hace lo que le da la gana con los árboles frente a su vivienda o aledaños, utilizando para su eliminación los más descabellados pretextos, desde la molestia que causan sus ramas al batirlas el viento o las hojas que caen y tupen los tragantes del alcantarillado, hasta el absurdo de plantear que se incrementan los mosquitos y otros insectos y, con ellos, las molestias.

Otras avenidas y calles de la ciudad se encuentran en las mismas o aún peores condiciones. Los desmanes contra el arbolado, incluido el de los parques, son fáciles de comprobar tanto en El Vedado y Miramar, que fueron lugares privilegiados por su profusión, como en Santos Suárez, Arroyo Apolo, Víbora Park, El Sevillano, Luyanó y otros repartos que también disponían de ellos, sin hablar de la situación trágica de algunos enclaves urbanos donde prácticamente han dejado de existir, donde el asfalto y el cemento son dueños absolutos del paisaje.

Aunque el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente parece ser el encargado de establecer la política al respecto, además de actuar coordinadamente con el Instituto de Planificación Física, hasta ahora su actividad apenas se materializa en la propaganda, a través de los medios masivos de comunicación, en cifras sobre el índice de áreas verdes que se ofrecen con poca o ninguna incidencia real en la crítica situación del arbolado de nuestras ciudades y pueblos.

Decir que actualmente este índice en la ciudad de La Habana puede considerarse medianamente alto (18 metros cuadrados/ habitante) no es suficiente. Más si para argumentar esta afirmación se incluyen el Jardín Botánico Nacional y el Parque Lenin, que no se encuentran dentro de la ciudad, sino en la periferia.

La realidad es que en Cuba no se respetan ni se cumplen las indicaciones de estos organismos y, lo que es peor aún, nadie responde institucionalmente por el mantenimiento, protección y reposición de los árboles en nuestras calles y avenidas, lo cual hace que, por una u otra razón, muchos organismos y personas les hayan declarado la guerra, según sus intereses particulares o necesidades, destruyéndolos sistemáticamente.

Esta situación, además de colaborar al deterioro acelerado de nuestras ciudades como lugares habitables con buenas condiciones higiénico-sanitarias y ambientales, afean el entorno al abrir espacios desérticos en un país tropical donde, si algo no debiera faltar nunca, sería un buen árbol y una buena sombra.

Es necesaria la educación ciudadana desde las más tempranas edades con relación a la importancia de los árboles, pero también son imprescindibles medidas concretas urgentes y efectivas para su restablecimiento donde han desaparecido, y para su protección, donde aún existen, si queremos que el color verde regrese para quedarse.

 
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