La Habana es una ciudad envejecida. Abrigo de edificaciones zombies, en un estado de depauperación permanente. Al caminar, resulta inevitable tropezar con inmuebles imponentes, piezas arquitectónicas olvidadas que actúan como mudos testigos de la odisea castrista, de la desidia y la inoperancia de todo un sistema.
Una de estas ruinas gigantes está ubicada en la barriada de la Víbora y sobresale por ser de las poquísimas edificaciones de la zona que ocupa toda una manzana, con una altura de tres pisos. Su nombre original ha resistido los embates del tiempo y todavía puede leerse de forma muy borrosa: Institución Inclán, una antigua Escuela de Artes y Oficios para niños pobres nacida de la fortuna personal de los hermanos Manuel y Cayetano Inclán y que fuera administrada por la orden religiosa de los Hermanos Salesianos hasta la llegada de Castro al poder.
Revisar las fotos de su fundación en la década del 20 del siglo pasado y los recuerdos de los vecinos más antiguos es duro para quien observe el deplorable estado actual del inmueble. La transformación es dantesca. Ubicado en la calle Carmen no.355, el colegio poseía varios talleres especializados donde los alumnos aprendían carpintería, mecánica, zapatería, corte y costura, y encuadernación. De la carpintería salían juegos de cuarto de un rancio estilo inglés y juegos de comedor inspirados en el renacimiento español. En la moderna imprenta se confeccionaban libretas rayadas y blocks, se encuadernaban libros en tela holandesa, diversos tipos de álbumes y obras con fines litúrgicos, repujadas en cuero.
Como el régimen de la escuela era interno, a sus educandos se les hospedaba en cómodas habitaciones; la institución contaba además con un comedor, una biblioteca exquisitamente amueblada, una enfermería, un teatro y una hermosa capilla, esta última mantenida por la familia Rivero, dueña del periódico Diario de la Marina.
En 1952 se creó allí una Escuela Pública que combinó la docencia matutina y la enseñanza práctica en las tardes. Muchos de los alumnos de la escuela se quedarían como obreros en los magníficos talleres de "la Inclán".
Pero todo cambiaría a partir de 1959. Con la intervención por parte del nuevo Gobierno de todos los colegios, tanto públicos como privados, a principios de la década del 60 la edificación se rebautizaría con el nombre de "Pedro María Rodríguez" y cambiaría su régimen de interno a seminterno, para convertirse en una escuela primaria. En aquellos años habría sido difícil imaginar su irreversible declive.
De esa fecha a la actualidad, la antigua Escuela de Artes y Oficios "Manuel Inclán" solo conoció una muy superficial reparación en 1980, incapaz de detener su actual condición de inmueble "inhabitable" por su pésimo estado. A mediado de los años 90, cuando los síntomas del deterioro eran evidentes y la economía nacional padecía una de las peores crisis de su historia, se decidió cerrar la edificación y trasladar la escuela primaria hacia otros locales.
La imponente manzana quedó entonces en una especie de limbo, a la espera de tiempos mejores. Pero la grave crisis habitacional del país y el abandono del lugar provocaron la invasión de varias familias que comenzaron a percnotar allí en condiciones precarias y de manera ilegal. En 2007 se planeó remodelar la edificación y construir 64 apartamentos. Con ese objetivo se empezaron a trasladar al lugar materiales como cemento, cabillas y arena, pero la inexistente protección de esos recursos los hizo presa fácil de ladrones, lo que obligó al Gobierno municipal a volverse a llevar los materiales y suspender la promesa de reparar la inmensa edificación, aludiendo que los removidos cimientos del terreno, por donde en tiempos pretéritos pasaba un manantial, no permiten las obras.
Una vecina del lugar refiere que en todos estos años el inmueble ha sido saqueado despiadadamente, tanto por personas residentes en el mismo como por otras provenientes de zonas aledañas. Le han sustraído rejas, cristales, puertas de maderas preciosas, losas del suelo y de los pasillos y cualquier pieza de utilidad. De la desaparecida biblioteca se llevaron mesas de dos aguas y lámparas preciosas. A un costado del edificio herrumbrosos cables dan fe de la existencia de un elevador que ha sido desnudado completamente.
En donde décadas atrás estuvo la capilla, el comedor, las habitaciones y otros espacios de maestros y alumnos, hoy solo hay montañas de escombros y un hedor insoportable. De aquella escuela calificada de "preciosa" por quienes la conocieron, apenas si queda el recuerdo. Aunque el Gobierno planea la demolición del edificio, su mayor problema es poder ofrecerle vivienda a los doce núcleos familiares que allí malviven. Desde hace muchos años y en varias ocasiones se les ha prometido casa a esas personas, pero el engorroso proceso se traba porque los necesitados nada pueden ofrecer a cambio de salir de ese infierno. La corrupción de muchos funcionarios impide también resolver la situación.
La fealdad del lugar ha sido aprovechada por el Instituto de Artes e Industrias Cinematográficas para la filmación de videoclips y largometrajes, y en el espacioso patio interior a diario los más pequeños juegan fútbol, pintando las mugrosas paredes con los símbolos de sus clubes favoritos.
En el antiguo vestíbulo del edificio, existió durante algunos años una oficina de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, dedicada al reclutamiento de jóvenes para el Servicio Militar Obligatorio. Dicha oficina hubo de ser trasladada a un lugar cercano, pero las huellas dejadas por los militares hicieron de fuente de inspiración a un escritor en ciernes. En una de las descascaradas paredes puede leerse la siguiente frase: "La defensa de la Patria Socialista es el más grande honor y el deber supremo de cada cubano"; al pie, la firma de Fidel Castro, y a pocos metros, la respuesta: "¡Miedo! ¡Hipocresía! ¡Droga! ¡Evasión!".
'El Mundo'
La antigua "Institución Inclán" es todo un símbolo de la decadencia del actual régimen, pero lamentablemente no es el único. Bien lejos de allí, en La Habana Vieja, estuvo la sede de uno de los diarios más célebres de la Cuba republicana, El Mundo, nacido en 1901 y quizás el único al cual un prestigioso historiador como Herminio Portell Vilá le dedicó un libro en 1951, en homenaje a su rica historia y medio siglo de existencia.
El Mundo era uno de los diarios cubanos puntero en innovaciones tecnológicas, y contó siempre con excelentes plumas y una política editorial centrada en la defensa de los valores democráticos, la cultura cívica y la libertad de expresión, por ello en 1943 fue agasajado con el prestigioso premio periodístico "María Moors Cabot" de la Universidad de Columbia. Fue el primer diario de América Latina en insertar en sus páginas publicitarias el olor de los productos anunciados, muestra inequívoca de su poderío económico y gran prestigio. El moderno edificio de Virtudes y Águila, su sede, se inauguró a principios de la década del 50.
No es difícil imaginar el antiguo glamour de la edificación, pues aún es posible apreciar en el destruido vestíbulo, colmado de sucias paredes, cientos de escombros y cables caídos, el nombre del diario en letras doradas junto a dos manos gigantes que sostienen una esfera planetaria. El Mundo fue el primero de los grandes periódicos habaneros en ser intervenido por Castro en febrero de 1960, y desapareció definitivamente víctima de un voraz incendio exactamente nueve años después. A partir de esa fecha la edificación nunca ha sido reparada ni remodelada, su paulatino deterioro denota la incapacidad gubernamental para conservar lo que arrebató a sus legítimos dueños. El inmueble perteneció por muchos años a la Empresa Poligráfica de La Habana y allí surgió, en 1980, el diario provincial Tribuna de la Habana, el cual posteriormente tuvo que mudarse de esa instalación.
En la actualidad la fachada principal del edificio se encuentra llena de mugre debido a sus numerosas filtraciones, sus locaciones internas están en paupérrimas condiciones, el polvo y los escombros son los nuevos dueños del lugar en donde décadas atrás estuvieron modernas rotativas y cómodas oficinas. A un costado del edificio, en la calle Águila no.257, existe una pequeña ciudadela donde habitan varias familias en condiciones de hacinamiento desde hace décadas. Algunos de esos vecinos (con una hoja de servicios impecable ya sea como líderes sindicales o cargos en el CDR) han pedido al Gobierno autorización para construir por esfuerzo propio en el abandonado inmueble, las autoridades hacen oídos sordos y responden que en ese lugar harán una escuela o un tribunal. Aunque nada se concreta.
Debido a la solidez de su estructura, en épocas de huracanes los vecinos de zonas aledañas son evacuados hacia allí. En algunos espacios del edificio se guardan los muebles y otras pertenencias de personas que se han quedado sin vivienda por derrumbes o ciclones, a la espera de una nueva casa, que en ocasiones nunca llega. Con la muerte de El Mundo también feneció su sede, que metafóricamente se resiste a reconocer a sus nuevos inquilinos. Es como si el edificio luchara contra el tiempo, autoaniquilándose lentamente.
Mientras, un anciano negro, sentado a la entrada del edificio, un conocedor de historias ocultas de esa esquina habanera, rehúsa conversar con este reportero. Trata de espantarme y me dice que no sabe nada. No desea revelar anécdotas comprometedoras. Al parecer su único deseo es llevárselas a la tumba. Tal vez solo espera, en el más allá (lo confiesan sus ojos), ajustar cuentas con los culpables que en vida destruyeron sus esperanzas y las de todo un pueblo.