Uno de los aspectos que permiten apreciar los cambios en la economía del país es el panorama gastronómico. Usted puede entrar a un establecimiento donde le atienden camareros uniformados y solícitos, le presentan una carta de vinos y un menú con las ofertas más atractivas que pueda imaginarse. Si esto sucede, lo más seguro es que usted se encuentre en un restaurante privado o paladar —nombre con que fueron bautizados estos establecimientos en los 90, cuando se estrenó la telenovela brasileña Vale todo.
En realidad, confundir los paladares con los restaurantes estatales cuyos servicios se cobran en moneda libremente convertible (CUC) es difícil; en estos últimos establecimientos la atención y la calidad de la comida suelen ser peores que en los privados.
He logrado comer en algunos de estos sitios en la forma que logramos hacerlo los cubanos de a pie. No me refiero a la política de estimulación a trabajadores vanguardias y destacados para que puedan ir con sus familias un par de veces al año (esto no abarcaría establecimientos privados). A mí me ha tocado siempre ser la invitada de algún amigo extranjero, no necesariamente rico en su país, quizás ni siquiera graduado universitario como yo; simplemente alguien a quien su salario le permite viajar, hospedarse en un lugar decente e incluso invitarme a un restaurante.
El último de estos establecimientos privados a donde un amigo extranjero me invitó fue el restaurante La Buena Vida, ubicado en la calle 9na, entre 44 y 46, municipio Playa. La razón por la que mi amigo me invitó a este sitio es que soy vegetariana.
Por mucho tiempo he sentido nostalgia de aquellos restaurantes vegetarianos que el Estado abrió a finales de 2001 y dieron sus últimos estertores entre 2007 y 2008. Apenas entré en La Buena Vida, la nostalgia se me curó.
Éramos cuatro comensales (el amigo suizo, su novia, una muchacha rastafari y yo). Los cuatro sucumbimos, incluso antes de acercarnos a la mesa, a la decoración del restaurante. Primero salta a la vista el ambiente íntimo y elegante; después, el ingenio. Todo es reciclado, heredado de los abuelos y de una Habana glamorosa. Los porta-platos son antiguos discos de larga duración, las aceiteras y vinagreras fueron en un tiempo pomos de perfume.
Quienes asocien restaurante vegetariano con la modalidad de autoservicio de aquellos establecimientos estatales, borren la imagen. La Buena Vida es un restaurante gourmet, con carta de vinos, coctelería molecular y un menú amplio con sabores sorprendentes.
Si los garbanzos, la pizza Maricelli y la ensalada de vegetales no hubiesen sido espectaculares, habría valido la pena caminar las cuadras desde la calle 3ra solo para probar el pie de limón.
La Buena Vida es cara
"La buena vida es cara, la hay más barata, pero no es vida". Así reza un cartel que leí en casa de una amiga.
Muchos encontrarán los precios de La Buena Vida demasiado altos. Ahí es donde regresa la nostalgia por los restaurantes vegetarianos estatales, cuya mayor virtud eran sus precios en moneda nacional, bastante asequibles a mi bolsillo (una vez cada dos o tres meses). Pero cuando usted tiene en cuenta que los vegetales se sirven tan frescos que parecen recién cosechados, que podrá encontrar vegetales que no se sirven en otros lugares, como tomates cherry, baby carrots y variedades poco conocidas de lechugas (han llegado a servir espárragos frescos), que se importan especies hindúes para lograr el exotismo de los sabores, y que se trabaja a la carta, la relación calidad-precio le parecerá justa.
La Buena Vida es un restaurante concebido principalmente para público internacional, solo así puede ser rentable. Además, son los extranjeros quienes más ponderan la dieta vegetariana y quienes más posibilidades tienen de pagar tanto por una comida. Sin embargo, a pesar de los precios y de que el vegetarianismo no ocupa un lugar privilegiado en la idiosincrasia alimenticia de los cubanos, el chef Daniel Reyes cuenta que casi la mitad de la clientela del restaurante es nacional.
Me habría sorprendido de no haber estado a principios de 2012 en Doctor Café, un restaurante ubicado en Playa (en mi rol de invitada, esta vez por una pareja de amigos canadienses). Nunca vimos el menú; el camarero lo recitó de memoria. Al final, a mi amigo le trajeron un tabaco y un trago de ron, por la casa. Cuando llegó la cuenta, mis amigos saltaron en sus asientos. Sin embargo, todos los comensales alrededor eran cubanos.
Para Daniel Reyes, la afluencia de público nacional a La Buena Vida es prueba de que los hábitos alimenticios de los cubanos cambian. A mí me demuestra que hay un sector de mis compatriotas capaz de costear este tipo de sitios.
La Buena Vida es algo que usted no debe perderse si es vegetariano. Si no lo es, tampoco. Primero, porque los sabores son tan sorprendentes que no extrañará la carne. Segundo, porque el menú incluye platos con mariscos.
La opinión de una cubana con poco mundo, sin patrones de comparación, no debe ser muy digna de tenerse en cuenta. Pero mi amiga rastafari, que vivió diez años en Inglaterra, y mi amigo suizo, que ha viajado medio mundo, encontraron La Buena Vida espectacular.
Y si lo anterior no fuese suficiente, La Buena Vida ocupa el segundo lugar del Trip Advisor, y su chef está preparando los documentos para ser miembro de Slow Food a nivel mundial.Ha recibido la visita de personalidades importantes de la alta cocina internacional, sobre todo la vegetariana, como Andrew Weil y el chef del restaurante californiano Chez Panisse, quienes han probado y aprobado el menú. Obtuvo el Primer Premio al mejor Plato Fusión en Habana Gourmet 2012. Su flan de queso con salsa de guayaba estuvo en la portada de la revista Excelencias Gourmet.
Vive y ayuda a vivir
La Buena Vida es parte de un proyecto que incluye el Estudio de Cleo, un buró de diseño y decoración ubicado en la calle I, entre 23 y 25, en el capitalino municipio del Vedado, responsable de la decoración del restaurante.
Ambos proyectos demuestran el potencial y la creatividad de los cubanos que solo esperaban por las aperturas que han tenido lugar en la economía, y por las que deben venir aún. También demuestra que no hay que asociar el altruismo a ningún modo de producción específico. Si alguien pensó que las iniciativas privadas conducirían inevitablemente al egoísmo, La Buena Vida y Estudio Cleo evidencian lo contrario. Sus dueñas han decidido que parte de sus ganancias serán destinadas a la siembra de árboles en la ciudad, la ayuda a los animales, la realización de actividades donde los niños aprendan a trabajar la cerámica, y al fomento del consumo y elaboración de comida sana en la comunidad.
Algunos podrán considerar estos proyectos como ejemplos de pequeña empresa capitalista, otros los denominarían cooperativas. Yo me atrevo a afirmar que a estas alturas, los cubanos están más interesados en prosperar que en denominaciones. A fin de cuentas, como dijera el finado Deng Xiaoping, no importa de qué color sea el gato, lo importante es que cace ratones.