Algunos, irremediablemente perdidos, unos pocos dedicados a otros fines con mejor suerte, otros en situación de derrumbe, y la mayoría en avanzado estado de deterioro acumulado, los grandes colegios privados de La Habana, tanto religiosos como laicos, existentes antes del año 1959, constituyen una prueba irrefutable de irresponsabilidad y desidia, con respecto al cuidado de los bienes nacionales.
La Salle del Vedado, los Maristas de la Víbora, los Escolapios de Guanabacoa, de La Habana y de la Víbora, Baldor, el Instituto Edison, las Ursulinas, St. George's, Arturo Montori, Nuestra Señora del Rosario, Nuestra Señora del Pilar y otros, tanto de varones como de hembras o mixtos, sin años de mantenimientos ni de reparaciones o con reparaciones de mala calidad y un poco de "colorete" en sus fachadas, son tristes malos ejemplos a la vista de todos. Y algo similar ocurre con los existentes en otras provincias.
Dedicados los principales recursos financieros a la construcción de escuelas secundarias y preuniversitarios en el campo, y no una parte a la preservación del fondo arquitectónico-docente existente, durante los años de la fiebre por vincular a toda costa el trabajo agrícola y el estudio, en una estrecha interpretación de un precepto martiano, los grandes colegios privados, diseñados y construidos con todas las exigencias docentes, son ahora viejos fantasmas dispersos por nuestras ciudades. Fracasado el experimento agrícola-educativo, tanto desde el punto de vista docente como productivo y económico, hoy también la mayoría de esas secundarias y preuniversitarios en el campo se encuentran abandonadas y en estado deplorable, o en proceso de adaptación como viviendas y albergues para campesinos y obreros agrícolas.
Despojados los grandes colegios privados de sus nombres originales, rebautizados utilizando el santoral ideológico oficial y transformados totalmente, no precisamente para bien, en instituciones grises, han perdido su personalidad y tradiciones, logradas en años de ejercicio de la docencia. Además de estas pérdidas, también ha desaparecido el vínculo generacional donde abuelos y abuelas, padres y madres, hijos e hijas y nietos y nietas estudiaban en el mismo centro, convirtiéndose profesores y alumnos en una gran familia, a la que se pertenecía de por vida. Ser graduado de La Salle, de los Maristas, del Edison, de Belén o de las Ursulinas, por citar solo unos pocos ejemplos, formaba parte de la identidad personal y se proclamaba con sano orgullo.
A pesar del tiempo transcurrido y de los muchos avatares, de vez en cuando encontramos exalumnos y exalumnas de estos colegios, quienes mayoritariamente recuerdan con agrado y nostalgia sus días escolares, así como a sus profesores y condiscípulos y algunos momentos trascendentales vividos en sus aulas y patios. Es verdad que, con los primeros vientos tormentosos del "huracán de enero", una cifra considerable abandonó el país y los que quedaron, los menos, debieron amoldar sus vidas a las nuevas condiciones impuestas para lograr sobrevivir, ahora sin la posibilidad de poder reunirse cada uno, cinco o diez años en su mismo colegio, pues este había dejado de serlo.
Existen en el país, no reconocidas oficialmente, algunas fraternidades de antiguos alumnos, que agrupan a estos según sus colegios de pertenencia. Conozco en detalles la Fraternidad de Antiguos Alumnos Escolapios, integrada por exalumnos de La Habana y La Víbora y exalumnas de El Cerro, la cual, a pesar de las muchas dificultades, y del continuo envejecimiento de sus miembros, se reúne cada tres meses en el antiguo local, venido a menos, de lo que fueran las Escuelas Pías de La Habana, en San Rafael y Manrique. En el orden del día, regularmente se habla de los éxitos y logros de sus afiliados y también de sus necesidades y problemas, así como se informa sobre los fallecidos en el trimestre, sean viejos profesores o alumnos. También se dan a conocer las principales actividades escolapias en otros países, donde estos colegios mantienen su presencia.
Esas reuniones trimestrales se convierten en un espacio de confraternidad y amistad, a pesar de la distancia de los años. Antiguos alumnos de los Maristas, De La Salle y Belén, en mayor o menor medida, también las poseen. Todas funcionan debido al tesón de sus miembros, quienes no aceptan dejar desaparecer una época importante de la educación en Cuba.
A veces, hojeando una y otra vez las viejas Memorias de cada curso, que se editaban en la mayoría de los colegios, aparecen las imágenes de esos años con las caras y nombres conocidos, y no podemos dejar de compararlos con el presente. Entonces los recuerdos toman vida propia y aparecen poetas, ingenieros, arquitectos, artistas, abogados, pedagogos, militares, comerciantes, empresarios y hasta dirigentes políticos, de uno y otro sexo, que antes de ser lo que hoy son eran simples estudiantes de estos colegios. Cada quien marcado por un destino diferente, pero la mayoría con una gran añoranza por esos tiempos irrepetibles y por la absurda e innecesaria pérdida de una tradición.
Salvar los grandes colegios que aún quedan en pie, debe ser una exigencia y un clamor ciudadano, tanto por su valor material como histórico, además de constituir parte importante de la identidad de los municipios, de las provincias y del país, y más aún de generaciones de cubanos.