El término "fidelismo" tiene la peculiaridad de poseer un sinónimo que funciona como antónimo: "castrismo". La elección de uno de estos vocablos suele situar a quien lo usa en una posición de simpatía o rechazo hacia un asunto común. El tema que pretendo desarrollar aquí es precisamente la corriente de adhesión que generó Fidel Castro, su origen, su evolución en hechos y postulados, su alcance real y su desmontaje final.
Una de las peculiaridades esenciales del fidelismo quizás sea su inaprensibilidad a manos de las teorías económicas, políticas o filosóficas. No encaja en ninguna doctrina definible, aunque por momentos y debido a cuestiones puramente circunstanciales, mereciera identificarse con el ideario de uno u otro pensador o su ejecutoria práctica pudiera parecerse a otros procesos históricos en diferentes contextos geográficos o temporales. De hecho resulta difícil elegir entre la definición del fenómeno como una ideología o un fanatismo, en dependencia de que lo analicemos como un evento que se desarrolló en el entorno de la racionalidad o como un suceso que se movió en el campo emocional. Largo performance, acto de prestidigitación, operación de marketing, coacción bajo amenaza, conquista amorosa, estafa, logro irrefutable. ¿Qué fue realmente el fidelismo?
El fidelismo fue un fenómeno que tuvo su gestación a mediados de los años 50 del siglo XX, su eclosión en la década del 60, su mejor momento en los años 80, su declinación en los 90 y su desmontaje a partir de mediados de 2006. Otro asunto es su periodización, donde pueden señalarse las inclinaciones a una u otra tendencia o si se prefiere los cambios de escenario. El fidelismo consta de tres elementos vivos fundamentales: la figura de Fidel Castro — el líder—, la presencia de un grupo de fieles activistas —el séquito— y una legión de seguidores: la masa.
Para intentar responder la pregunta de cuáles fueron las "fuentes y partes integrantes del fidelismo", tendríamos que considerar que cada etapa de la periodización tiene sus fuentes y partes propias y que tanto el líder, el séquito como la masa, evolucionaron de forma diferente. Dejo ese esfuerzo a estudiosos más disciplinados, aclarando que no es lo mismo la periodización de ese hecho histórico denominado la Revolución cubana, que la segmentación temporal de las etapas del fidelismo.
Primera etapa: La definición revolucionaria
Esta etapa comienza desde los preparativos para la primera acción de gran repercusión histórica organizada por el líder, cuyo principal objetivo estratégico era precisamente llamar la atención de la masa. Aunque mucho antes del 26 de julio de 1953 Fidel Castro ya había participado en experiencias revolucionarias, es en el asalto al cuartel Moncada en Santiago de Cuba donde se cristaliza su primer principio, enunciado ya un año antes, en su "Recuento Crítico del PPC" en agosto de 1952:
El momento es revolucionario y no político. La política es la consagración del oportunismo de los que tienen medios y recursos. La Revolución abre paso al mérito verdadero, a los que tienen valor e ideal sincero, a los que exponen el pecho descubierto y toman en la mano el estandarte. A un Partido Revolucionario debe corresponder una dirigencia revolucionaria, joven y de origen popular que salve a Cuba.
Con esta declaración, el líder abandona la presumible competencia con otros partidos para enunciar su decisión de tomar el poder a través de acciones armadas. Se rodea entonces de jóvenes idealistas asqueados de la corrupción e inspirados en las ideas de José Martí. La opción por la violencia impone como requisito, a la hora de la selección, una tendencia imprescindible: tienen que ser hombres dispuestos a morir y a matar; impulsados por una obsesión, pero dominados por una disciplina donde la lealtad al líder será el principal fundamento.
En esta etapa queda conformado el núcleo duro del séquito, aquellos a los que la revolución les había abierto el paso por exponer el pecho descubierto. Como resultado de la estrategia trazada, en un tiempo relativamente breve, menos de 2.000 guerrilleros, mal alimentados, peor vestidos y precariamente armados, derrotarían a un ejército profesional de decenas de miles de soldados, clases y oficiales, armados con tanques, cañones, barcos y aviones de combate.
Segunda etapa: el mesías. El cheque en blanco
Aunque es conocido que la derrota y huida del dictador Fulgencio Batista se debió al esfuerzo mancomunado de muchas personas y diversas organizaciones, incluso a presiones diplomáticas ejercidas desde EE UU, Fidel Castro consiguió monopolizar el mérito de todos en sí mismo.
"¡Libertad, Libertad!", coreaba el pueblo ante la marcha triunfal de barbudos. Como por arte de magia en ese "minuto histórico que vivía la patria" unos 6 millones de cubanos, diversos en su raza, en su credo religioso y tradicionalmente apolíticos, se convirtieron en la masa, ávida de aplaudir y ovacionar, deseosa de someterse a un liderazgo y carcomida por la sana envidia hacia los que habían hecho la revolución.
Una masa dispuesta a dar el paso que le pidieran sus salvadores. Los dirigentes y miembros de otros movimientos, que también habían realizado acciones heroicas para derrocar la dictadura, comprendieron que no era posible competir con el carisma de "el líder indiscutible". Las clases vivas, los intelectuales, los pequeños y grandes propietarios y especialmente obreros y campesinos, entregaron un cheque en blanco al "máximo líder", y ser fidelista dejó de ser el antónimo de batistiano para inscribirse como sinónimo de cubano.
Tercera etapa: La Primera gran compra de tiempo. La proyección de un futuro luminoso
El concepto de que toda revolución es una fuente de derecho derivó en la concepción de que el líder de la revolución era un inagotable manantial de poder. Las primeras leyes revolucionarias se hacían para cumplir "el programa del Moncada" esbozado en el alegato La historia me absolverá, presuntamente pronunciado por Fidel Castro en el juicio que se siguió contra los asaltantes del Moncada. A partir de allí no hubo una sola transformación, una sola campaña que no fuera presentada como una iniciativa del líder: la alfabetización, la creación de la milicias, la pugna con EE UU, la amistad con la URSS y otros detalles como la inconsulta declaración del carácter socialista de la revolución. A lo largo de estos primeros años, e incluso en los primeros meses, Fidel Castro arremetió contra toda la estructura política de la República incluyendo los medios de difusión, las instituciones religiosas o fraternales y todas las entidades de la sociedad civil.
La enorme acumulación de decisiones que concentró en sus manos hizo que su importancia no dependiera de los cargos que ostentaba, sino a la inversa; los cargos eran significativos porque era él quien los detentaba.
Todo el país estaba pendiente de sus palabras y hasta de sus más mínimos gestos. Creó organizaciones para vigilar a sus enemigos cuadra por cuadra, inauguró escuelas, represas, hospitales, industrias, círculos infantiles. Puso al mundo al borde de la tercera guerra mundial, lanzó una "ofensiva revolucionaria" para eliminar los últimos vestigios de propiedad privada, inundó el continente de guerrillas, desactivó todo el andamiaje de contabilidad con el pretexto de luchar contra el burocratismo. Resumió congresos de campesinos, intelectuales, pioneros o de mujeres y, desde luego, supo de todo: ganadería, producción de azúcar, arquitectura o medicina.
Fue así que el futuro luminoso que prometió descansaba básicamente en el fallido intento de realizar sus fantasías: la desecación de la Ciénaga de Zapata, la zafra de 10 millones de toneladas, las cortinas rompevientos, el cruce genético de ganado vacuno, la siembra masiva de café y frijol gandul en la periferia de La Habana, el sistema de pastoreo intensivo, microbrigadas para construir viviendas y una variedad de planes pilotos, experimentos productivos, tareas priorizadas, etc, ajenas a toda planificación, pero supuestamente controladas personalmente por él.
Cuarta etapa: Un líder maduro nos conduce
En una de sus múltiples intervenciones en la televisión o quizás para responder a la pregunta de un periodista extranjero sobre cuánto tiempo pensaba permanecer en el poder, Fidel Castro dijo un día que los costosos errores que había cometido le habían proporcionado una experiencia demasiado valiosa para desaprovecharla con una retirada. Fue en los años que se interesó en África y dirigió desde La Habana la guerra en Angola, la más larga de la historia de Cuba (1975-1991).
Su influencia mundial superó entonces su capacidad real de mejorar la Isla donde gobernaba. Presidió el Movimiento de los Países No Alineados para convertirse, o al menos para pretender convertirse, en el puente entre la comunidad de países socialistas de Europa del Este y los países emergentes de Asía, África y América Latina.
El antiimperialismo radical asomó en una carta de 1958, ya museable, donde avizoraba que su verdadera guerra sería la que llevaría contra los EE UU. Quizás ese sea el rasgo de mayor permanencia en el fidelismo y el que mayor número de adeptos le tributó, no precisamente en Cuba, sino en la izquierda mundial, sobre todo entre quienes se hacen amigos del enemigo de sus enemigos.
El apoyo prácticamente incondicional de la URSS le hizo ser receptor de una millonaria subvención que malgastaría en delirantes proyectos. Consiguió así la docilidad de la masa, representada por una suma de individuos que, por estar sujetos a un estado monopolizador de la gestión empleadora, los medios de información, los centros de emisión cultural y el sistema de educación nacional, no tenían otra opción que aceptar el modelo o marcharse para siempre del país.
Eran los años de la meritocracia en los que para obtener una vivienda o comprar un automóvil, una lavadora, un refrigerador o un televisor resultaba imprescindible ser políticamente correcto, pero enmascarado todo en un sistema de distribución que privilegiaba los méritos sociales y laborales por encima de la tenencia de dinero en efectivo.
Para repartir lo que no alcanzaba para todos, nada parecía más justo que darle preferencia a quienes aportaban más a la sociedad. Pero el metro para medir este aporte tenía un truco. Nadie podía tener el mérito A (destacado del año) si no había tenido el mérito B (destacado del mes) y nadie podía aspirar a destacado mensual si no tenía el mérito C (cumplidor de la Emulación Socialista) y nadie alcanzaba este rango si no hacía trabajo voluntario y participaba en las actividades políticas organizadas por el sindicato, donde podía incluirse marchar el Primero de Mayo, asistir a un acto en la Plaza o darle un mitin de repudio a un desafecto. La lealtad política se convirtió de esta manera en la moneda invisible sin la cual no tenía sentido entrar a los mercados donde se podían adquirir los bienes subvencionados del campo socialista.
Obviamente, los mecanismos de defensa de la personalidad tienen también una expresión colectiva y lo que a todas luces podía interpretarse como un trámite prostituyente, fue sublimado como un rol heroico. Éramos David frente a Goliat, éramos todos uno en esta hora de peligro (hora que nunca terminaba), éramos la voz del pueblo coreando las consignas. Siempre me he preguntado quién las inventaba: "Fidel, seguro, a los yanquis dale duro", "Fidel, Fidel, dinos que otra cosa tenemos que hacer", "Pá lo que sea , Fidel, pá lo que sea", o simplemente la invocación repetida y rítmica de su nombre, como un conjuro que reafirmaba la identidad. También coreamos lemas más innobles como "¡Paredón, paredón!", o "¡Que se vayan!" para rechazar a los inconformes.
Quinta etapa: El inicio del ocaso
En una noche de jubilo berlinés, sin que ningún politólogo, ni siquiera un astrólogo pudiera preverlo, se desmoronó, "se desmerengó" —como admitiera el propio Fidel Castro— todo el andamiaje que sostenía los proyectos del Comandante en Jefe en esta Isla. Reaccionó de forma similar a como lo hizo siempre frente a sus fracasos: convertir el revés en victoria. Pero esta vez la victoria se limitaría al intento de conservar las conquistas alcanzadas.
La declaración de que el país entraba en el llamado Período Especial implicaba un reconocimiento tácito de que a partir de ese momento las leyes del socialismo serían inaplicables y que lo alcanzado en décadas de subvención solo podría sostenerse apelando a las reglas del mercado.
Como si estuviera asaltando otro cuartel, Fidel Castro anunció que nuestra economía se dolarizaría; como si nunca hubiera promovido una Ofensiva Revolucionaria para eliminar los últimos vestigios de propiedad privada, admitió la posibilidad de aceptar inversiones extranjeras, el trabajo por cuenta propia, el alquiler de habitaciones en casas privadas y la extensión de cafeterías y restaurantes privados. Para sorpresa de todos, el fidelismo podía ser realista, pero eso sí, dejando claro que este pragmatismo era circunstancial y que cuando la ocasión lo permitiera volvería por sus fueros.
El principal fundamento de sus conceptos económicos fue siempre que la justicia social podría ser conquistada "a cualquier precio", y así fue mientras el precio lo pagaron otros. A lo largo de su mandato apeló siempre a la creación de estamentos paralelos de gobierno, que al principio se escudaron en organismos aparentemente inocentes como el Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA) y posteriormente en diversas fórmulas de los llamados Grupos de Apoyo, hasta desembocar en su última maniobra de poder en la sombra que fue la Batalla de Ideas con su ejército de trabajadores sociales como tropa de choque.
Sexta etapa: la caída inesperada. El desmontaje
Luego de sobrevivir a las más sofisticadas tentativas de atentado que se hayan registrado en el siglo XX contra un jefe de Estado, a Fidel Castro lo traicionaron sus propios intestinos. Tuvo la arrogancia de calificar de "provisionales" los nombramientos que hizo de quienes lo sustituirían en sus múltiples funciones y pretendió que sus suplentes, especialmente Raúl Castro, siguieran actuando bajo su signo.
Pero cuando su hermano ocupó la silla del poder se encontró con la sorpresa de que no había preceptos definibles y que la única regla respetada era improvisar arbitrariamente para salir a flote cada día. El fidelismo, a falta de mandamientos puntuales, no tendría oportunidad de continuidad.
El paternalismo de Estado empezó a ser mal visto, se desmontaron los experimentos incosteables como las Escuelas en el Campo, los comedores obreros y las plantillas infladas con que se exhibía el pleno empleo. Se empezó a hablar de dar por terminado el sistema de racionamiento y las gratuidades indebidas, se redujo al mínimo el programa de médicos de la familia y comenzó una campaña para reducir los gastos en Salud Pública.
Desapareció aquel ministerio fantasma de la Batalla de Ideas y se desmovilizó, sin hacer ruido, la tropa de trabajadores sociales. Otros megaproyectos como la llamada Operación Milagro, la Revolución Energética, la municipalización de la enseñanza universitaria, las clases por televisión, los profesores emergentes y, más recientemente, la Universidad de Ciencias Informáticas, se han esfumado o han visto menguadas sus aspiraciones.
Hasta los restaurantes vegetarianos, inaugurados a bombo y platillo como una brillante idea del líder, fueron cerrados sin ofrecer una explicación. Para desconcierto del ya retirado ilusionista la ausencia de bienes subvencionados, otrora distribuidos con arreglo a los méritos, ocasionó una brusca devaluación de la lealtad política. Ahora para comprar un electrodoméstico bastaba con tener dinero real. ¡La moneda invisible había desaparecido! En los últimos minutos en que se redactaba este comentario Raúl Castro anunció una Reforma Migratoria que aunque superficial e incompleta, ofrecía la señal de que "Aquel" que nunca quiso ceder en ese terreno ya no tenía poder para impedirlo.
Si pasamos por alto algunos preceptos hace tiempo ya olvidados, como la idea de edificar el socialismo y el comunismo al mismo tiempo o el paradigma de "construir riqueza con conciencia", considerados en su momento como "aportes del fidelismo" a la doctrina marxista; si le perdonamos su tan divulgada definición de Revolución, a la que Lenin le hubiera dado una nota de desaprobado, hay que concluir que, por su falta de consistencia teórica, el fidelismo no amerita clasificarse como una doctrina, sino más bien como una forma de hacer las cosas; un estilo, cuya resistencia a reglas preconcebidas constituyó su principal fuente de libertad operacional, pero que terminó siendo el mayor impedimento para quienes hubieran querido tener en el fidelismo una brújula inequívoca.
En el ocaso de su vida, alejado ya del lodo de la práctica y con todo el tiempo a su disposición, el hombre de acción tuvo la oportunidad de mostrarse como un sabio. Sus más fieles adeptos se quedaron esperando las flores de su pensamiento, pero en sus Reflexiones solo hubo hojarasca y, al final, puro delirio.
La improvisación, el voluntarismo, la intransigencia, el desprecio a la teoría, el relativismo ético, el monopolio de la información, el afán por encontrar recetas mágicas para solucionar rápida y definitivamente problemas antiguos y profundos, la creación de jerarquías paralelas, la alergia a la institucionalidad, el pernicioso "espíritu deportivo" de pretender vencer a toda costa, no fueron componentes casuales de una personalidad extraviada, sino fórmulas preconcebidas con un propósito inclaudicable: conservar el poder. Donde para mantener ese poder —tomado por las armas— no bastaron los trucos del encantador de serpientes, los indiscutibles recursos carismáticos del líder, allí asomó la represión. La fuerza, la brutal y la inteligente. La voluntad de exterminio contra todo opositor, que ha sido, en última instancia, el único legado del fidelismo que se mantiene hasta hoy.
Si este procedimiento se hubiera limitado a una empresa comercial, una tendencia artística o una tarea científica en una rama específica, no hubiera trascendido como lo hizo el fidelismo. Lo trágico es que dichas tácticas se experimentaron durante medio siglo sobre una nación moderna del mundo occidental y que repercutieron más allá de las fronteras de la Isla. Por suerte, la pesadilla termina, ya estamos despertando.