Julia, una empleada de 54 años, forma parte de ese 70% de indiferentes ciudadanos que predomina en la sociedad cubana. Julia aprovecha su acceso a internet y el tiempo muerto en su oficina, que es bastante, para descargar informaciones sobre programas de la farándula en la Florida.
En DVD, alquila una montaña de programas como Caso cerrado, El gordo y la flaca y, sobre todo, La descarga, de Alexis Valdés, muy popular en la Isla.
Pasada las 7 de la noche, después de cenar arroz sin frijoles negros (están muy caros, dice Julia), carne de cerdo o huevo en cualquiera de sus variantes —hervido, frito, revuelto o en tortilla— y una tajada fina de aguacate, excepto el marido, que se va a un rincón a escuchar béisbol por la radio, toda la familia se sienta a ver enlatados miamenses durante varias horas.
La familia de su vecina Regla prefiere los culebrones mexicanos o brasileños de Univisión.
Muchos de estos cubanos, indiferentes a la política, por 10 pesos convertibles al mes (el salario mínimo en Cuba) se conectan por cable a antenas ilegales. Son circuitos televisivos privados que funcionan en numerosos barrios de La Habana y algunas provincias, con programaciones diseñadas por el dueño de la antena, esencialmente las trasmitidas en el sur de la Florida: muñequitos, culebrones, noticieros, humorísticos y béisbol de las Grandes Ligas.
Julia cree que el mejor anti estrés frente a la dura realidad económica son los programas de entretenimiento. "Para qué tanta jodedera con la política. Esto no va a cambiar. Aquí los de abajo nunca tendremos voz ni voto. Por eso a mi familia no le interesa la política, ni la interna ni la internacional".
Esa franja de cubanos equidistantes, a todas luces mayoría, desconectan la tele a las 6 de la tarde o cambian de canal cuando comienza la Mesa Redonda. No ven los noticieros, y cuando compran el Granma o la revista Bohemia es para llenar el crucigrama o como sustituto del papel sanitario.
Silenciosamente, forman parte de las estadísticas que el régimen exhibe orgulloso para demostrar el apoyo popular con que cuenta.
Julia, Regla y los cubanos indiferentes como ellas, van a votar en los remedos de elecciones "democráticas" que cíclicamente se celebran en Cuba para elegir el monocorde Parlamento Nacional o los inútiles delegados municipales que apenas gestionan los innumerables problemas locales.
A pesar de que muchos cubanos ambiguos dicen no interesarse por la política, rezongando, asisten a las "marchas del pueblo combatiente", las pachangas revolucionarias conmemorativas o los actos de repudio a las Damas de Blanco.
A ratos, los correcaminos de los servicios especiales movilizan al personal de empresas situadas en Centro Habana, cercanas al domicilio de la fallecida Laura Pollán, ahora sede de las Damas de Blanco, para acosar a las mujeres que en ese momento se encuentren allí.
Las brigadas se forman principalmente con trabajadores pertenecientes al partido y la juventud comunista, comprometidos con el régimen. Y hacia la vivienda de la Pollán los mandan, a gritar ofensas y a golpear, si se calientan las pasiones. Entre estos paramilitares improvisados, unos cuantos que se declaran "apolíticos" y prefieren ver telenovelas.
Son parte de los lazos de compromiso creados por el régimen. A Raúl Castro poco le importa que la gente desbarre contra el sistema en un taxi particular o en su casa, si al "llamado de la revolución" salen a atajar las "indisciplinas sociales" o las "provocaciones de los mercenarios y vendepatrias".
Eso está sucediendo en Cuba. Una cifra abrumadora de cubanos obvia los problemas políticos. Prefiere el "invento". Que ya se sabe lo que es: robar a las dos manos en sus puestos de trabajo o conseguir un puñado de pesos vendiendo pizzas o discos piratas en algún timbiriche particular.
Es probable que los talibanes fieles a Castro no excedan el 15% de la población. Los opositores públicos se mueven en esos guarismos. Pero —y ésta es una de las causas de que en Cuba no existan grandes protestas antigubernamentales— la inmensa mayoría opta por no manifestarse.
El miedo tocó a sus puertas mucho antes de ver en el sofá de la sala programas foráneos críticos contra el régimen, los cuales clandestinamente circulan por todo el país.
Algunos, como Julia, creen que el descalabro económico y el mal gobierno de cinco décadas no se va resolver si ella se tira a la calle. "Ése no es mi problema", dice.
El gobierno lo sabe. Y lo aprovecha a su favor.