La carta de René González Sehwerert (Chicago, agosto 13 de 1956) a Fidel y Raúl Castro termina así: "¡Comandantes, los dos, ordenen!". Hay que quitarse el sombrero ante René y sus cuatro compañeros de ruta, por perseverar en el culto a la revolución castrista luego de haber soportado sin doblarse la carga pesada de la Red Avispa. Sólo que al elogiar esa entereza con sobrada razón, Fidel Castro esgrimió otra tan endeble que distorsiona la tragedia de René y las demás avispas penitentes. Según Castro, ellos fueron condenados "sin delito ni prueba alguna".
Ser o no ser espía
El logro más sustancial y menos difundido del contraespionaje americano en el caso de la Red Avispa: haber descifrado los códigos de comunicación entre la red y el "Centro", permitió dar con mensajes que ordenaban penetrar el Comando Sur de las Fuerzas Armadas. De nada vale que Ricardo Alarcón insista en que "no hacían nada en perjuicio de Estados Unidos". El Código Federal prescribe que tales acciones son delictivas al realizarse to the injury of the United States or (sic) to the advantage of a foreign nation (Título 18 § 794), es decir: basta que se actúe en beneficio de una nación extranjera y tal propósito está implícito —por definición— en infiltrar agentes de inteligencia en otro Estado.
Aquí estamos frente a un caso que el Derecho estadounidense denomina prima facie: "la evidencia acusatoria es suficiente para barrer con la defensa" (Hernández vs. Nueva York, 1991). Para contrarrestar este caso a primera vista, Castro alegó desde el principio, el 19 de octubre de 1998 ante CNN, que Cuba tiene derecho a "informarse sobre la actividad de los grupos terroristas de la mafia de Miami".
En su elogio a René, sin embargo, Castro soltó que la Coordinadora de Organizaciones Revolucionarias Unidas [CORU] no fue un libretazo de Orlando Bosch y otros exiliados, sino que fue creada bajo "la supervisión personal de Vernon Walters, entonces Director adjunto de la CIA". Así, infiltrar agentes de inteligencia en EE UU para informarse sobre la mafia terrorista de Miami equivale a hacerlo para informarse sobre la CIA. Toda penetración en esta u otra agencia federal entraña perjuicio para EE UU.
La confronta
Alarcón acaba de largar otro argumento de exculpación de Los Cinco que se retuerce contra ellos: "el FBI conocía de las actividades de nuestros compañeros desde 1994". Hubiera sido entonces sensato, a sabiendas de que "la oficina local de Miami [es] como uña y carne de la mafia terrorista", pedir impunidad y protección a la Fiscalía General, para evitar de paso que Raúl Castro tuviera que quejarse de brindar "al gobierno de los Estados Unidos abundante información sobre actos terroristas cometidos contra Cuba" y recibir, "como única respuesta", que las autoridades en Miami se dedicaran a "perseguir y enjuiciar a nuestros compatriotas".
Desde luego que Raúl se refiere tan sólo a Los Cinco —porque todo el peso mediático se ha concentrado en ellos, que son apenas la quinta parte de la Red Avispa detectada—, pero al menos hay nueve avispas que corroboraron y complementaron las comunicaciones descifradas por el FBI. En la redada del 12 de septiembre de 1998 cayeron junto a Los Cinco otros Cinco (Alejandro Alonso y dos parejas matrimoniales: Joseph y Amarilys Santos, Nilo y Linda Hernández). El FBI dio pita a la pareja de George Gari, caso ejemplar de esa especial proclividad de las avispas a buscar trabajo en bases áreas, y su esposa Marisol, detenidos el 31 de agosto de 2001. Los siete antemencionados pactaron con la Fiscalía sentencias menos severas y atestiguaron sobre las operaciones planificadas de infiltración —personal o a través de piratería informática— en el Comando Sur y bases aéreas. Para colmo, otra pareja más, Edgerton Ivor Levy López y su esposa, Eva Ivette Bermello, se pasaron a la CIA y revelaron todo lo que sabían.
La Red Avispa conocida se completa con agentes de cobertura diplomática: Eduardo Martínez Borbonet, Roberto Azanza Pérez y Gonzalo Fernández Garay, declarados persona non grata; el buzo Juan Emilio Aboy, quien fungió tan solo de recadero y regresó deportado a Cuba sin objeción del gobierno; más quienes lograron escapar: Juan Pablo Roque, Remigio Luna, Alberto Manuel Ruiz, Hugo Soto, Daniel Rafuls, Vivian Sabater y otros.
El caso de René se tornó especial, porque alegó su condición de ciudadano americano por nacimiento para quedarse en EE UU y ahora tropieza con que los ciudadanos estadounidenses tienen que cumplir sus plazos de libertad condicional en territorio nacional. Algo parecido sucedió con su esposa, Olga Salanueva, quien hacia 1997 vino a EE UU para reunirse con su esposo, pero también entrenada como radista para sumarse a la red. Salanueva terminaría siendo deportada en 2000 y así perdió su derecho a la visa para ver a René en la cárcel y, ahora, fuera de ella. Otra esposa sin visado, Adriana Pérez, no llegó a infiltrarse, pero arrostra haber sido igualmente entrenada para reunirse con Gerardo Hernández y su red.
Coda
A estas alturas del diferendo Cuba-EE UU pierde sentido prolongar estas tragedias familiares antes que canjear a Los Cinco en bloque por el "tenebroso" Alan Gross, quien se atrevió a repartir equipos electrónicos en un país donde la gente no puede comprar ni mimeógrafos (Resolución 180-96 del Ministerio de Comercio Interior). Ni siquiera parece justo que Gerardo arrastre dos cadenas perpetuas por ser el eslabón más débil en el derribo a cohetazos de dos avionetas desarmadas, si la Fiscalía de EE UU no se atrevió a procesar a Raúl Castro, a pesar de tener su confesión grabada de haber dado la orden inicial a otros cinco generales.
Así se pondría fin a los juegos lingüísticos obtusos de agentes de inteligencia infiltrados que no son espías, empleos y búsquedas de empleos en bases áreas para vigilar a exiliados terroristas, y de paso a expresiones como ese "¡ordenen!" de René a Fidel y Raúl, que en su libertad condicional y con el FBI encima presuponen otro riesgo más.