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Opinión

El Pacto del Zanjón, un hecho político

Una relectura de uno de los momentos históricos más denostados por la historiografía oficial.

La Habana

La historia es la sucesión de hechos realizados primero e interpretados después por los hombres, peculiaridad que impregna cierto componente subjetivo. La diferencia entre esos dos momentos —realización e interpretación— consiste en que los hechos objetivos ocurridos en un momento concreto pueden sufrir diversas explicaciones a través del tiempo, en dependencia de intereses e ideologías. Gracias a esa peculiaridad es factible volver sobre los acontecimientos del pasado y extraer nuevas interpretaciones, tan válidas como las precedentes.

La firma del Pacto del Zanjón el 10 de febrero de 1878 fue una manifestación práctica y consecuente de lo posible en aquel momento, y contiene, por tanto enseñanzas válidas en materia de política. Sin embargo, en Cuba —donde a los actos intransigentes siempre se le ha brindado supremacía— se denigra a aquellos que no han culminado total e inmediatamente, y al hacerlo se pierde cualquier utilidad que puedan contener.

Mucho se ha escrito y diversas son las opiniones acerca de aquel 10 de febrero de hace 132 años, cuando las fuerzas cubanas capitularon ante las españolas, pero prevalecen las que se corresponden con la ideología dominante, la cual se ha nutrido de la tesis marxista que considera la violencia como motor de la historia. Esas opiniones se generalizan a través de la información oficial y del sistema de enseñanza que simplifica nuestra historia hasta presentarla como la marcha unida del pueblo contra sus enemigos. De ahí la preeminencia de la Protesta de Baraguá sobre el Pacto del Zanjón.

Según el Coronel de la Guerra de Independencia e historiador, Ramón Roa, el fracaso de aquella contienda radicó en los problemas internos, entre ellos las indisciplinas, motines y sublevaciones que se produjeron desde 1874 hasta el fin de la guerra. "A la independencia patria —decía Roa— se sobreponía la independencia personal", abismo del cual surgió la desconfianza mutua de todos los hombres. Y agregaba: "acogimos el lema de Independencia o Muerte; pero sin soñar siquiera que tendríamos que luchar con nosotros mismos: no digo con la inmensa mayoría de los cubanos, que era indiferente, estaba con España, o no atinaba a socorrernos, sino con nosotros mismos".

Por su parte, el Generalísimo Máximo Gómez argumentaba: "se ha tratado de buscar una víctima a quien hacer responsable, mas no se ha procurado estudiar los hechos, conocer el estado del ejército, y los recursos de que podía disponer, el más o menos auxilio recibido de la emigración y el cómo ha respondido en general el pueblo de Cuba a la llamada de sus libertadores. Durante la Guerra, en su época más brillante, que fue del 74 al 75, el ejército pudo alcanzar 7000 hombres listos para el combate". Por esas razones, Gómez exige que "la responsabilidad se divida entre todos, que la culpa sea del pueblo cubano y no de la minoría heroica". En otra oportunidad, el Generalísimo nos recordó las atrocidades cometidas por los voluntarios cubanos. No había en el país un poblado, por insignificante que fuera, que no contara con una sección de voluntarios, todos cubanos, incluidos los jefes.

El hecho histórico indiscutible es que la Guerra, que comenzó liderada por hacendados criollos blancos, terminó con el liderazgo de negros, mulatos y blancos pobres, a la vez que,  si bien alcanzó las provincias centrales, terminó confinada en algunas regiones de Oriente. A esa evolución sociológica y regional correspondieron actitudes diferentes, lo que explica que la guerra culminara de dos formas y en dos escenarios: el Pacto del Zanjón en Camaguey y la Protesta de Baraguá en Oriente.

El 10 de febrero de 1878 en el Zanjón, la mayoría de las fuerzas aceptaron el plan de paz presentado por el General Martínez Campos. A cambio de la independencia, Cuba recibiría las mismas condiciones políticas, orgánicas y administrativas que disfrutaba la isla de Puerto Rico; a cambio de la abolición de la esclavitud, se concedía la libertad a los colonos asiáticos y esclavos que integraban las filas insurrectas. Como los pactos son expresión de la correlación de fuerzas de las partes, el Zanjón sencillamente fue un reflejó de ello.

En los Mangos de Baraguá, lugar elegido por Antonio Maceo, se produjo la famosa entrevista-protesta. El Titán de Bronce —explica Figueredo Socarrás— decidió protestar contra la manera de terminar una guerra que había durado una década, pero para que la protesta fuera enérgica y elocuente era preciso romper nuevamente las hostilidades. El resultado final quedó recogido en la frase del Capitán Fulgencio Duarte, "Muchachos, el 23 se rompe el corojo", lo que sirvió de sustento a los próximos intentos independentistas.

En los quince días transcurridos entre el 23 de marzo, cuando se reiniciaron las hostilidades, y el 7 de abril, día que cesaron los combates, las tropas cubanas atacaron a las fuerzas españolas y éstas, en cumplimiento de la orden superior, no respondieron a las cargas al machete. En su lugar, se limitaron a responder con gritos de "¡Viva la Paz", hasta que finalmente las tropas cubanas cesaron las hostilidades. Entonces los representantes en el exterior devolvieron sus poderes y renunciaron a sus cargos, y por acuerdo del Gobierno Provisional, el General Maceo salió rumbo a Jamaica, el 9 de mayo de 1878.

El Zanjón no fue todo, pero fue lo posible en aquel momento. Por eso fue un hecho político. No se logró la independencia de España ni la abolición de la esclavitud, pero se obtuvieron las libertades de prensa, de asociación y de reunión, que concretadas en publicaciones y asociaciones dentro de la Isla —partidos políticos, sindicatos, periódicos, etc…— robustecieron la actividad de los cubanos y prepararon las condiciones para el reinició de las luchas por la independencia. Aquellas libertades obtenidas y hoy suprimidas, fueron el fundamento para todos los movimientos sociales posteriores, incluyendo los que culminaron con la toma del poder en 1959.

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